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Residente en Buenos Aires, el artista visual Andrés Labaké sostiene un sólido lazo con San Miguel de Tucumán. Gestión cultural y artística, producción y análisis forman parte de su carrera.
“La supremacía de la forma sobre la función, sobre el concepto o el contenido -que en algún período circunscribía a la práctica y la escena artística-, caracteriza desde hace un tiempo los modos de hacer política o economía”. Con esta frase arrancó el artista visual Andrés Labaké su presentación “Otros modos, ensayos y estados” en el marco de la sexta edición del Foro de Arte Contemporáneo y Políticas Culturales, en el mes de septiembre en el Museo de la Universidad Nacional de Tucumán. Posteriormente (a fines de noviembre) fue curador de Artes Visuales del Festival de Arte Emergente Pulsudo.
Andrés Labaké es oriundo de la provincia de San Juan, actual residente del partido de Vicente López -vecino de C.A.B.A.- y mantiene un fuerte vínculo con San Miguel de Tucumán. “A través de mi gestión como parte del Directorio del Fondo Nacional de las Artes (2005-2016) comencé a venir con mucha frecuencia”, expresó el artista, quien también fue coordinador y curador de Artes Visuales del Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti (2011-2015). “Al concluir con los cargos que tuve en la gestión pública he retomado con más fuerza mi producción personal y el ámbito de la docencia”.
En cada viaje a San Miguel de Tucumán, Labaké forma parte de algún proyecto como los mencionados anteriormente. Nos encontramos en un bar de microcentro. Aquel encuentro -que pretendió ser una entrevista- se convirtió en un atractivo contenido de una hora y media de reflexión sobre los modos de producción, políticas e implicancias artísticas en nuestra región, país y en el mundo.
Una mirada dentro y fuera de escena
“Es difícil para mí describir con precisión la escena de un lugar en el que no vivo, pero la experiencia en el FNA activó, para mí, un contacto permanente con Tucumán. Desde esta perspectiva, me animo a decir que se trata de una de las escenas con más fuerza poética del país, donde suceden diversos proyectos al unísono y propiciados por gente inquieta. Algo curioso es que este gran número de artistas que produce es -a su vez- el articulador de la escena. Las razones de esta característica se deben a que institucionalmente no existe aún la proyección necesaria; las instituciones continúan correspondiéndose a la producción moderna y disciplinar. En esa misma línea, creo que un pilar que debería fortalecerse -aquí y en gran parte del país- es el de la investigación. No hay espacios que privilegien esta rama y consecuentemente existen pocos curadores, críticos y personas que reflexionen y analicen la escena artística. Finalmente, quienes la sostienen son los mismos artistas, que la reman en paralelo a lo hegemónico, las ferias y bienales. Con esto no quiero proponer un análisis lineal, ni fundamentalista, tampoco caer en la dicotomía hegemónico – anti hegemónico, porque también hay un amplio territorio en el “entre”, recursos y modos, donde muchos artistas interesantes operan”.
Deserción y centralismo
Además de sostener la escena, muchos de los artistas tucumanos que se dedican profesionalmente a la producción finalmente se van a Buenos Aires o al exterior. Al respecto, “las políticas culturales que aplicamos durante mis años de gestión del FNA y en el CC Haroldo Conti fueron para incrementar la producción local de cada región, para armar redes y cruces que permitieran descentralizar el embudo que significó históricamente Buenos Aires. El Estado actual no privilegia el arte como área de producción de conocimiento, el cual necesita cada vez más espacios de investigación. En este sentido, la situación de las instituciones públicas se agravará si el Estado sigue obrando bajo la lógica de la rentabilidad y la ganancia de un mínimo sector social. De todos modos, creo que las acciones, gestiones culturales y políticas del Estado de por sí, tampoco pueden garantizar el predominio del interés púbico ni la permanencia de los artistas en sus ciudades. Hay que revisarlas, reconfigurarlas y construirlas colectivamente en sus contextos. Habrá muchas y habrá que ensayarlas. Pero no dejar de hacerlas”.
Moderno vs. Posmoderno
Entender los modos de producción artística de estos tiempos requiere, al menos, del conocimiento de las bases de los paradigmas que responden a dos modelos socio-económicos.
“El paradigma moderno, podría ser comparado como el destino que tenían originalmente los trenes; a partir de un único recorrido se podía ir de un sólo lugar hacia otro. No habían caminos alternativos ni otras posibilidades. Era lineal y de un sólo modo. En el arte, en la política y en los demás ámbitos de la cultura, tampoco habían opciones, alternativas de operar paralelas; las propuestas superadoras eran necesariamente para derrocar modelos anteriores y reemplazarlos. El pensamiento lineal y progresista que dejó la modernidad, aún tiene vigencia en algunos planos políticos y económicos.
La posmodernidad, en cambio, vino a poner en tela de juicio esa supuesta verdad absoluta que la modernidad y, en el campo del arte, hizo -y hace- hincapié en el “cómo” y no el “por qué” se produce.
La modernidad, entonces, operaba en una burbuja dentro del arte y con la posmedernidad se generó una puesta en crítica que pretende deconstruir la modernidad. La contemporaneidad trae consigo, un volver a encontrarse específico que es dónde operar. Los artistas que se encuentran en esta línea hacen subrayamientos y disrupciones, cuestionando, por ejemplo, cómo nos agrupamos, qué pasa en los territorios de disputa, qué es lo urbano, lo público, el pensamiento antropológico, político… Actúan sobre el significado de estos conceptos y su construcción a través de diferentes acciones poéticas.
En paralelo a estas inquietudes, coexisten las ferias de arte como Arte BA, “mercados” donde el 85% de las cosas que se venden allí responden al paradigma moderno, porque son objetos de fácil negociación, cargados de todo el fetiche. Con una pretensión develadora de verdad en cada objeto que se produce; tal cosa es una obra de arte. Con la mirada posmoderna surge la pregunta ¿qué es una obra de arte?”
Obra de arte o no
“El término de obra de arte ha dejado de usarse por varios actores de la producción artística; remite a lo académico y le otorga a cada pieza el poder de enunciar “esto es una obra de arte”. Más allá de este reclamo específico de verdad, la obra pasa a ser meramente decorativa, cualesquiera que puedan ser sus formas. Cuando me llaman como jurado de concurso de objetos y no conozco a los artistas, sus procesos, contextos, cuerpos de obra trabajados, se supone que cuento con el saber pertinente para decir qué es una obra de arte y qué no.
Para cumplir de un buen modo esta función creo que los jurados debemos circular, variar. Por otro lado, las convocatorias deben contener antecedentes, texto explicativo y contexto de interés para operar poéticamente. En estos casos ya no se trata de señalar con el dedo, objetos bellos o no. Estos modos de seleccionar artistas para las convocatorias, es una forma de alejarse del paradigma moderno, tal sería del caso del actual Salón Nacional de Arte Contemporáneo del Museo de la Universidad Nacional de Tucumán, el cual dispone de un nuevo reglamento -en el que intervine- y fui jurado en su primera edición en 2017. En el mismo, el jurado eligió 5 proyectos a los que se les entregó un monto de 15.000 pesos para desarrollarlos hasta la inauguración del salón. Otro modo de alejarse del paradigma moderno de “obra de arte” es invitando como miembro de los jurados a los y las artistas pares de quienes se presentan. Esta intervención desarticula y descentraliza. De este modo el salón del M.U.N.T. se acerca mucho a una situación de clínica. Los espacios donde se “guía” al artista hacia un camino específico, a modo de receta, no son clínicas. Esa forma de operar tiene su germen en el patriarcado, el capitalismo y la estructura liberal. En cambio, creo que cuando se devuelven preguntas e inquietudes al artista, su proyecto se desestabiliza y potencia a la vez, para correrse de aquel lugar que manifiesta verdad absoluta. Me parece importante que las prácticas docentes se deconstruyan -al menos milimétricamente- para alejarnos del legado moderno”.
El arte, ¿es para todos?
“Cualquier producción artística puede ser para todos, pero en la misma hay un código, como en toda producción de sentido. En la modernidad el código era elitista, aislado. Hoy el código se plantea en la misma operación: con qué contexto voy a operar, cuál será la comunidad donde voy a tratar de interactuar con esa práctica. Y allí se verá si funciona o no. Cuando dicen “hay que formar público”, esta frase revela el lugar donde está parado filosóficamente quien la enuncia, ¿por qué no producir algo que interese a la comunidad en vez de “formar público”? Cuando cualquier gestión se articula con los intereses de la sociedad, la misma, sin lugar a dudas, comienza a acercarse la comunidad. Cualquier producción poética, por más encriptada que parezca, es abierta a diversos tipos de interpretaciones y construcciones de sentido.
Cuando usamos el término “el arte” casi que no decimos nada, es necesario interpretar cada particularidad. Probablemente el arte en general sea para todos; para producirla, entenderla, articularla etc. Ahora, en cada operación, ensayo o proyecto hay que ver cómo articula y con quiénes. Por ejemplo, una producción que de cuenta de la “tucumaneidad”, seguramente manejará un código que atravesará y convocará sólo a los tucumanos. Si a un artista le da la igual hacer la misma obra en el Museo de la U.N.T. que en un barrio periférico, habrá que ver qué capacidad de adaptación tiene el mismo para que articule interés en ambos escenarios. La concepción de que el arte es sólo para entendidos, es un pensamiento muy academicista y no hay un saber y una verdad caída del cielo. Del mismo modo es imposible sentenciar que todo el arte contemporáneo maneja un discurso disruptivo. En este sentido, un trabajo que interpela y convoca a determinadas personas, a otras puede no generarle nada. Además, no todo el arte contemporáneo es contra hegemónico ante el discurso neoliberal, seguro que no. A mí particularmente me gusta entender el arte en su potencia disruptiva, no importa tanto con qué recursos opera un artista sino cómo, cuándo, con quiénes y de qué modo se involucra éticamente. Considero que actualmente carecen de sentido las producciones que intentan reproducir las representaciones y formas genéricas dadas, valen las que se proponen investigar y abrir preguntas críticas sobre los procesos y aparatos que las controlan, producciones que resisten o interfieren en un tiempo y contexto determinado al código hegemónico de las representaciones culturales y regímenes sociales dominantes.
Ya no está la idea de que con una operación poética haremos la revolución, pero sí está la de generar un tipo de disrupción, en un territorio específico y concreto. Tiene que ver con un contexto que le de anclaje y no estar boyando sólo en la burbuja poética de la belleza”.
Necesitamos arte
“El impacto social de las producciones artísticas en general casi nunca es inmediato, como sucede con lo filosófico. Por ejemplo, el impacto de la obra de Lacan se vio manifiesto en los 80, 90 y no en los 60. Exigir la inmediatez en el campo del arte es prácticamente imposible porque no opera. Creo que un modo que generaría mayor impacto social, sería si las producciones interactuaran de otra forma con el público, por ejemplo, invitando a la comunidad, llevando alumnos de distintas escuelas, para que excedan al público del academicismo artístico. Hay artistas que directamente realizan intervenciones urbanas. Cualquier inscripción pública rápidamente tiene una incidencia más inmediata que la que tienen las instituciones, museos y galerías de arte. Las operaciones poéticas pueden tener la misma potencia que un texto; pueden ser disruptivos y desestabilizadores para algunos, pero de ningún modo podríamos asegurar que las producciones van a operar sobre la organización política y económica. Ayudan a corrernos de los lugares en los que construimos subjetividad y en algunos casos particulares, nos conducen a reírnos y desestructurar cuestiones que damos por sentadas. Para mí la potencialidad de las producciones poéticas es enorme porque se corresponde con la misma cantidad de producción de subjetividad, que finalmente impactan en la fisura de los discursos totalizadores. Si no existiera esa fisura y ese vacío en la estructura, compraríamos todos los buzones. Esta etapa del capatalismo intenta aplanar la subjetividad desde cada rincón de sí mismo. Por ejemplo, con el slogan “sé tu mismo, usá Nike”, Nike, las empresas, las publicidades, aplanan y resuelven a la vez, entregan un discurso digerido”.
En este sentido el arte es una de las herramientas para combatir los discursos totalizadores y operar desde la producción de sentido alternativo. No todas las producciones responden a este paradigma pero es lo que a mí y a gran parte de los y las artistas nos interesa construir. Todos tenemos suplencias y mentiras cotidianas para darle sentido a la vida. Si no produjeramos arte, estaríamos tomados por los discursos de la publicidad. La trama de significación es el lenguaje, el arte y la filosofía ¿Qué significación filosófica tiene la misma si no sos religioso o religiosa o si directamente la evadís? La existencia viene con un vacío de estructura; no hay sentido. Todo lo que hacemos intenta cargar de sentido la existencia y el arte opera desde ese lugar. El arte y la filosofía cuestionan permanentemente el sentido de toda construcción cultural, por eso son disruptivas.
Todas las imágenes (dibujos y fotografías) fueron producidas por Andrés Labaké.