Entre la guerra y la diplomacia, el historiador e investigador Sebastián Carassai invita a repensar el calendario de la memoria argentina.
Sebastián Carassai es historiador e investigador del CONICET. En 2022 publicó el libro Lo que no sabemos de Malvinas. Las islas, su gente y nosotros antes de la guerra (Siglo XXI Editores).
En esta entrevista, Carassai presenta algunos de los principales planteos de su libro donde reconstruye el vínculo entre la sociedad argentina y las islas en las décadas previas a 1982. A partir de esa investigación, propone revisar los modos en que se construye la memoria sobre Malvinas y abrir nuevas preguntas sobre la historia reciente de nuestro país.
El 2 de abril tiene una centralidad casi absoluta en la memoria colectiva sobre Malvinas. ¿Por qué considerás que el 10 de junio —fecha civil vinculada a la soberanía— debería tener un lugar más destacado en esa conmemoración? ¿Qué implica desplazar el foco del recuerdo desde la guerra hacia la diplomacia y la historia previa?
El 2 de abril es una fecha paradójica. Por un lado, aún en la época actual, en donde desde el gobierno se está desafiando la visión de los setenta que difundió el kirchnerismo, el grueso de la sociedad desaprueba, cuando no condena, el régimen militar de la última dictadura. Por otro lado, una mayoría, quizás más abrumadora que la anterior, entiende que la sociedad debe reconocer el patriotismo de los soldados que pelearon en la guerra de 1982, el de “los pibes de Malvinas que jamás olvidaré”, como cantan los hinchas de la selección. La paradoja se da en que ambos hechos no son independientes; uno habría sido imposible sin el otro. Hubo soldados en una guerra porque hubo una decisión militar, de la misma dictadura que pocos reivindican, de invadir las islas.
Además, objetivamente, la invasión y la consecuente guerra perdida tuvieron como resultado que la Argentina se aleje de la posibilidad concreta de llegar a un acuerdo con el Reino Unido por la soberanía de las islas. De modo que la historia posterior mostró que la guerra fue un error desde todo punto de vista; se perdió la guerra y se alejaron las islas.
Si la Argentina quiere de verdad seguir adelante con su reclamo de soberanía quizás sería bueno que se revise la asociación que la sociedad actualiza todos los años entre “Malvinas” y “2 de abril”, como si la guerra fuera lo mejor que hizo el país a lo largo de la historia para afirmar la soberanía reclamada.
De hecho, el origen de esa asociación se encuentra en la misma dictadura militar en retirada que, en marzo de 1983, declaró el 2 de abril feriado nacional, llamándolo “Día de las Islas Malvinas, Georgias del Sur y Sándwich del Sur”. El gobierno de Alfonsín, en cambio, advirtió que la democracia debía desacoplar la reivindicación de la soberanía de la guerra (y también de la última dictadura), y trasladó el feriado al 10 de junio, día en que, en 1829, el comerciante Luis Vernet fue designado Comandante Político Militar de las Malvinas por el gobierno de Buenos Aires. El feriado volvió al 2 de abril en noviembre de 2000, durante el gobierno de la Alianza, ahora como “Día del Veterano y de los Caídos en la Guerra de Malvinas”. Desde entonces hasta hoy, cada 2 de abril la sociedad conmemora directa o indirectamente un hecho, la invasión, que fue decidido por un puñado de militares de una dictadura que, como dije, una mayoría de esa misma sociedad no reivindica.
En tu libro planteás que sabemos muy poco sobre las islas más allá del reclamo. ¿Creés que los argentinos hemos reflexionado seriamente qué significa recuperar Malvinas en términos concretos? ¿Qué haríamos, por ejemplo, con su sistema educativo, su cultura y los derechos de sus habitantes?
La situación de quienes viven en las islas hoy es muy diferente a la de los habitantes de la era previa a la guerra. Hasta abril de 1982, el Reino Unido se encontraba limitado en su política hacia las islas por la posición de Naciones Unidas, que no solo encomendaba a las partes negociar una solución pacífica sino que también prohibía acciones unilaterales, no consensuadas entre Londres y Buenos Aires. Luego de la guerra, el Reino Unido se atribuyó el derecho de actuar unilateralmente porque la Argentina había hecho eso mismo, es decir, actuado unilateralmente, cuando decidió la invasión de abril de 1982. De modo que todo lo que Londres en el pasado trababa como eventual solución para una economía en crisis como la de las islas en los tempranos ochenta (que dependía básicamente del declinante precio de la lana), ahora recibía su impulso. En 1986 el Reino Unido estableció una Zona Interina de Conservación y Administración de 150 millas náuticas alrededor de las islas, y a partir de entonces los buques pesqueros debieron pagar una licencia al gobierno isleño. Posteriormente se sumaron las regalías por la exploración en esas aguas de hidrocarburos. Todo esto convirtió al fisco de la isla en híper superavitario, a sus pobladores en gente de altos ingresos y a algunos de ellos en millonarios (en tanto crearon o se asociaron a empresas de explotación pesquera). Lo mismo sucedió con la escasez de mano de obra. Hasta 1982, la gran mayoría de la población que habitaba las islas era británica o isleña, y la población lentamente decrecía, no superando los 2000 habitantes. Luego de la guerra, Londres favoreció la inmigración de habitantes de la isla de Santa Elena, territorio de ultramar británico, de Chile, y de otros países, y hoy la población supera largamente las 3000 personas. Hoy hay caminos, escuelas, infraestructura, servicios, un hospital de alta complejidad, hotelería, turismo, además de una base militar de gran envergadura, que también tiene una población civil que presta servicios, en Mount Pleasant.
Antes de 1982, hasta Londres decía a los isleños: “llévense bien con los argentinos, son sus vecinos y los necesitan”. La Argentina, desde 1971, tuvo presencia en las islas con empresas estatales (YPF, Gas del Estado, LADE) y una comunidad pequeña pero permanente de argentinos que vivían allí. En el continente argentino se solucionaban muchos de los problemas isleños: desde la formación secundaria hasta las urgencias médicas. La guerra lo cambió todo. Digo esto porque no creo que, en el presente, tenga sentido preguntarse “qué haríamos con…” Antes de la guerra hasta se dedicaron libros a esa cuestión. Pero hoy es una pregunta de ciencia ficción.

Hoy en día, ¿qué tan difícil es para un argentino viajar a las islas? ¿Cómo era ese vínculo antes de la guerra del ’82? En tu libro recuperás, por ejemplo, la historia de un grupo de tucumanos que viajó a llevar una muestra de fotos. ¿Qué nos revela ese episodio sobre el tipo de relaciones que existían entre isleños y continentales?
No es difícil, aunque es muy caro. Se puede viajar en una aerolínea chilena vía Punta Arenas. Una vez por mes, el vuelo Puerto Stanley-Punta Arenas hace escala en Río Gallegos, de modo que uno puede ir vía Punta Arenas y volver vía Gallegos. La moneda en las islas es la libra esterlina, y una moneda de las islas convertible a libra esterlina. De modo que el costo de vida para un turista es similar al que tendría en Gran Bretaña; alojarse es caro, comer es caro, hacer turismo en el camp (todo lo que no es Stanley) es carísimo.
Antes de 1982 se viajaba a las islas desde Comodoro Rivadavia, en vuelos semanales que hacía la LADE, la línea aérea del estado argentino, que operaba la Fuerza Aérea. También había posibilidad de llegar en cruceros. Durante los años setenta miles de argentinos visitaron las islas. Además, como te dije, en Stanley había una comunidad de unos veinte argentinos: maestras argentinas que enseñaban español, un comodoro de la Fuerza Aérea Argentina y su familia, encargados de la planta de YPF.
Ese grupo de tucumanos que mencionás (que en realidad eran dos tucumanos, Eduardo Vallejo y Roberto Córdoba, más un porteño, Juan Gómez) es sintomático de un futuro que pudo ser y no fue: tres jóvenes que, con las mejores intenciones, fueron a las islas en 1973 con el propósito de tomar fotografías y difundir en el continente cómo eran las islas y cómo era su gente y, al mismo tiempo, llevar y proyectar a los isleños diapositivas de la Argentina continental (que pueden consultarse en el archivo del Museo de la Universidad Nacional de Tucumán). Un intento de acercamiento genuino y espontáneo, no orquestado por ningún organismo estatal. La respuesta que encontraron también es sintomática de ese futuro que no fue: las notas que escribieron sobre ese viaje testimonian que no encontraron una población hostil sino más bien expectante.
Personalmente creo que, si en lugar de invadir las islas con miles de soldados, la Argentina hubiera optado por miles de iniciativas como esa, hoy (medio siglo después) habría múltiples nexos con los isleños: matrimonios mixtos, empresas mixtas, amistades a un lado y otro de las aguas, isleños vacacionando en Tafí del Valle y tucumanos en la isla Saunders, ligas deportivas con participación isleña, intercambio cultural, chubutenses aprendiendo inglés en Puerto Stanley e isleños en las universidades argentinas. Claro que eso implicaba paciencia, y la sociedad de 1982, con la cúpula militar a su cabeza, no hacía de la paciencia una virtud en lo que respecta a las Malvinas.

Durante tu investigación tuviste la oportunidad de viajar a las islas. ¿Cómo fue esa experiencia en lo personal y en lo profesional? ¿Qué fue lo que más te impresionó del lugar o de sus habitantes? ¿Cómo te recibieron? ¿Llegaste a conversar con alguna autoridad local?
En lo personal, movilizante. Se llega tan rápido en avión que se tarda en comprender cómo puede ser que estén tan lejos en todos los demás sentidos. Se aterriza en una base militar que es una de las más grandes de América del Sur. El mapa de las islas, tan presente en nuestra memoria (creo que tenemos grabado el contorno de esas islas más que el de cualquier provincia, es casi como un tatuaje en el alma argentina), recibe a quienes se bajan del avión con su nombre en inglés: Falkland Islands. La guerra, además, está presente en cada rincón de las islas: hay 28 memoriales. En Darwin están los cementerios de muchos de los caídos en la guerra. En fin, todo moviliza.
En lo profesional, fue clave para mi investigación, dado que yo quería incluir un retrato del presente de las islas, tan inimaginado por cualquiera de las partes antes del conflicto. Me recibieron con sospecha, como a cualquier argentino, y en algunos casos con hostilidad, en tanto sabían que yo había llegado a hacer preguntas. Conversé con representantes de los isleños en el órgano deliberativo de las islas, algunos en ejercicio, otros no. También con empresarios y con profesionales. Fui en época de Macri, que no fue un gobierno hostil hacia los isleños; pero aun en esos años la actitud de los isleños era de desconfianza. Los resultados de ese viaje pueden leerse en el epílogo de Lo que no sabemos de Malvinas.

¿Creés que hubo algún momento, antes de la guerra, en que Argentina estuvo realmente encaminada hacia un proceso serio de recuperación de las islas por vías diplomáticas? ¿Identificás decisiones del Estado argentino que hayan ido en la dirección correcta, o predominaron siempre los gestos simbólicos más que las estrategias sostenidas?”
Son buenas preguntas y mucho se podría decir al respecto. Si nos atenemos al contexto internacional, y siempre hay que tener en cuenta ese contexto en litigios como el de las islas, el mejor momento fue el que se abrió en los años sesenta, en el marco del proceso global de descolonización. En un breve período de tiempo, numerosas naciones que formaban parte de alguno de los imperios europeos siguieron el camino de la independencia, algo particularmente significativo en el caso del imperio británico—el único imperio genuinamente global entonces.
La dominación colonial había perdido toda legitimidad. Se la cuestionaba en las Naciones Unidas, en los países del así llamado tercer mundo, y aún en las sociedades que durante el siglo XIX y parte del siglo XX habían hecho de la visión imperial un rasgo fundamental de su carácter. La Carta de las Naciones Unidas rechazaba explícitamente cualquier forma de colonialismo.
Gran Bretaña venía muy dañada en su reputación a raíz de la crisis de Suez, en la segunda mitad de los años cincuenta. Incluso fronteras adentro. De hecho, es en esos años que comienza a atribuirse al colonialismo, orgullo británico del pasado, un papel clave en el rezago de la economía del Reino Unido respecto de las naciones más modernas del mundo. En lugar de competir en Europa y América, los productos británicos tenían como principal destino los mercados blandos de las colonias y de otros países del así llamado tercer mundo. Gracias a eso, Gran Bretaña logró durante décadas mantener una tasa de crecimiento razonable sin tener que modernizar su industria, encubriendo así su falta de competitividad y eficiencia. Todo esto había comenzado a cuestionarse en el mismo Reino Unido.
La disputa de soberanía por las islas Malvinas ingresa en las Naciones Unidas en ese contexto—imposible imaginar uno mejor. Y la diplomacia del gobierno de Arturo Illia, en 1965, logra la aprobación de la famosa Resolución 2065, que causa enorme alarma en las islas y alimenta las esperanzas en el continente argentino. Se inicia entonces un complejo proceso de conversaciones entre la Argentina y el Reino Unido que desemboca en los Acuerdos de Comunicaciones de 1971, en tiempos del general Levingston, segundo presidente de facto de la “Revolución Argentina”. Como dije antes, si la Argentina hubiera apostado por continuar el camino abierto con estos acuerdos, es muy probable que la situación hoy fuera otra (aunque no necesariamente la del ejercicio unilateral de la soberanía).
Pero Argentina optó en los hechos por una política bifronte. Por un lado, acordaba; por el otro, golpeaba. En mi libro repaso los hitos de esa política. Sé que tu pregunta está referida al Estado argentino, a los gobiernos nacionales, a la diplomacia. Pero lo que vuelve a Malvinas un caso atípico es que sectores de la sociedad civil se involucraron en el tema muy tempranamente, muchas veces acusando a los gobiernos, civiles o militares, de tibios o antinacionales. Para no irnos muy lejos en el tiempo, en los sesenta y setenta hay muchos episodios de este tipo. En 1974, Crónica realizó una intensa campaña, con titulares como “¡Atrévase, Isabel! ¡Todos la vamos a apoyar! Invadir a las Islas Malvinas. Palabras, discursos y reclamos diplomáticos están de más: Crónica se ofrece a reclutar voluntarios”. El cancionero popular argentino registra ese mismo afán desde mediados de los sesenta. “Cantores y poetas de mi pueblo: ya es hora de pulsar nuestras guitarras, y si el canto no basta, ¡qué caracho!, le atamos una lanza a la guitarra”, dice una zamba de Julio Riveros y Hernán Ríos, dedicada a las islas. Mismo en Tucumán hubo debates parlamentarios en los sesenta en los que, a propósito de resoluciones parlamentarias sobre las islas, algunos diputados se preguntaban si no había llegado ya la hora de tomar las armas.

En tu libro incluís imágenes muy sugestivas, como una estampilla británica de Lady Di contrastada con una argentina de Graciela Alfano semi-desnuda. ¿Qué quisiste mostrar con ese contrapunto? ¿Podemos hablar de una ‘batalla cultural’ entre los imaginarios argentino e inglés durante la guerra?”
La etapa iniciada con los Acuerdos de Comunicaciones tuvo momentos. Cuando viajan los fotógrafos que mencionamos, en 1973, las cosas marchaban razonablemente bien; Argentina mejoraba las condiciones de vida de los isleños, Gran Bretaña incentivaba ese mayor contacto entre argentinos e isleños, y los isleños habían aceptado que debían convivir con argentinos en las islas (algunos incluso lo celebraban). Pero, como dije, en paralelo a esa política de acercamiento, se desplegó una política agresiva, que vista retrospectivamente podría considerarse como un inconsciente prólogo a la invasión de 1982. En febrero de 1976, el destructor argentino ARA Almirante Storni abrió fuego intimidatorio contra un buque de investigación británico. El episodio terminó con el retiro de embajadores, y durante los primeros años de la última dictadura, las representaciones del Reino Unido en la Argentina y viceversa quedaron a cargo de agregados comerciales. En 1978 se conoció que la Argentina había instalado una base científica en la pequeña isla de Thule, al este de las Sándwich del Sur, con personal militar. Todo eso creaba animadversión en los isleños respecto de los argentinos y fortalecía las posiciones isleñas más hostiles. A comienzos de los ochenta, las cosas en las islas eran bien diferentes a las que encontraron los fotógrafos.
Las estampillas que mencionás son el último acto de un ajedrez de hostigamientos mutuos. Gran Bretaña había emitido estampillas para que las “Falkland Islands” rindieran honor a Lady Di, flamante princesa de Gales –la filatelia representaba el segundo ingreso después de la lana, aproximadamente £600 000 al año–. El gobierno argentino contrarrestó esa acción emitiendo su propia serie de estampillas con imágenes del equipo campeón en el Mundial de fútbol de 1978, el automovilista Juan Manuel Fangio (que poco antes había visitado las islas) y la actriz Graciela Alfano, debajo de las cuales se leía “Islas Malvinas / República Argentina”. Más que una batalla cultural, lo que el episodio de esas estampillas evidencia es que el diálogo se había vuelto ríspido. En cierto sentido, muestra que para 1982 no había medida de una parte que no fuera replicada por una contra-medida de la otra. Thatcher estaba en esa misma sintonía. Cuando la invasión militar argentina finalmente se produjo, el 2 de abril de 1982, obturó toda negociación y mantuvo la determinación de avanzar en una réplica militar.


¿Ves viable que la sociedad acepte trasladar el feriado a una fecha que representa la soberanía sin la carga de la guerra?
Creo que no sería bueno que una medida así se tomara sin consenso. Sobre todo, si se aspira a que el cambio se mantenga en el tiempo. Sería bueno que primero se debata tanto en la sociedad civil como en la sociedad política, escuchando todas las voces. Lo óptimo sería que no fuese una discusión aislada sino subsidiaria de un debate más amplio, que sea abierto, plural y democrático, acerca de qué política de Estado se dará la Argentina respecto a las islas y a los isleños en las próximas décadas. Con Menem fuimos para un lado, con los Kirchner para otro, y lo mismo sucedió con Macri, Alberto y Milei. La cláusula transitoria de la Constitución Nacional reformada en 1994 es una petición de principio, no una política de estado. Una manera concreta de honrar a los caídos en la guerra sería quitar Malvinas de la agenda política doméstica y definir una política a largo plazo que establezca lineamientos claros en cuanto a la relación con la población que habita las islas, los recursos de las aguas de esa zona del Atlántico Sur, y el Reino Unido. Creo que, como parte de esa discusión más amplia, sería viable discutir el feriado.
Sebastián Carassai es historiador e investigador del CONICET. Doctor en Historia por la Universidad de Indiana (EE.UU.), magíster en Sociología Económica por la Universidad Nacional de General San Martín y licenciado en Sociología por la Universidad de Buenos Aires. Integra el Centro de Historia Intelectual de la Universidad Nacional de Quilmes y es profesor regular titular de Introducción al Conocimiento de la Sociedad y el Estado en la Universidad de Buenos Aires. Ha sido profesor e investigador visitante en el National Humanities Center y en las universidades de Duke, Harvard y Barcelona, entre otras.
Su libro más reciente, Coups d’État in Cold War Latin America, 1964-1982 (editado junto a Kevin Coleman), acaba de ser publicado por Cambridge University Press. En esta obra, analiza los procesos de golpe de Estado en América Latina y las disputas sociales en torno a la democracia durante la Guerra Fría. El libro puede adquirirse en el siguiente enlace: https://www.cambridge.org/core/books/coups-detat-in-cold-war-latin-america-19641982/1AB7E91D4278B39B74F3319919F806EC.