Del amor, el poliamor y otros afectos

La semana pasada, el poliamor copó los titulares de los programas de chimentos, destruyendo uno de los temas que más vende en el mundo del espectáculo: el engaño amoroso. Y no solo comete el crimen de diluir un tema que tanto ayuda a llenar horas de TV y vender lo que sea, sino que además se anima a cuestionar la monogamia. ¿Qué sabemos después de una semana de poliamor en los medios?

Durante la última semana, Florencia Peña fue foco de un debate mediático que sacudió todos los programas de TV, los diarios y las redes sociales. Se filtraron audios de una mujer que decía ser la amante Ramiro Ponce de León, actual pareja de Peña, con quien tienen una relación afectiva hace 5 años y un hijo de pocos meses.

Como sucede con todos los temas de la semana, cada persona que ocupa un lugar en los medios tuvo la necesidad u obligación de, por lo menos, nombrar la palabra y hacer alguna referencia a Florencia Peña y el contenido de los audios que circularon. La mayoría de estas  intervenciones en el debate fueron mediadas por la risa, la negación y una actitud moralista hacía una forma de vínculos. Florencia Peña fue acusada de mentirosa, de negadora y de promiscua, entre otras cosas.

Como contraste al tratamiento de los medios, las palabras de Peña fueron claras, precisas y alejadas del drama que supondría el engaño en una relación monogámica: “Todo lo que Ramiro hizo está consensuado, lo de antes y lo de ahora. Esto está hablado así. Desde hace mucho tiempo que yo no creo en la monogamia, pero sí creo en formar una pareja desde el amor absoluto”, declaró en una entrevista telefónica en Intrusos.

Mediante sus palabras, la actriz destruye uno de los temas que más vende en el mundo del espectáculo: el engaño amoroso. Y no solo comete el crimen de diluir un tema que tanto ayuda a llenar horas de TV y vender lo que sea, sino que además se anima a cuestionar la monogamia.  Es entendible que las primeras reacciones sean de burla y rechazo, porque entre otras cosas,  no queremos aceptar que quizás el modo en que nos vinculamos desde siempre no sea el mejor. Cuando algo o alguien hecha luz sobre algo que nunca fue cuestionado, pero que incomoda,  necesitamos reaccionar, quitarnos la luz de encima y volver a alumbrar las cosas para percibirlas exclusivamente desde nuestra visión.

¿Todos los vínculos nacen monogámicos?

Estar exclusivamente en una relación sexual y afectiva con una sola persona nos  acerca al ideal de amor romántico, ese que nos dice que somos uno/a con el otro/a, que nacimos para estar juntos, que somos felices porque nos completamos, que nos hacemos bien, que nuestras prácticas sexuales son las únicas que nos dan placer, o por lo menos, las mejores. Que tenemos todo un mundo construido desde lo íntimo, en definitiva,  que estamos pisando un suelo firme en el medio de tantas cosas que no lo son.

Nada de esto es en sí algo malo, todo lo contrario. El asunto es que para poder mantener  este ideal tuvimos que convertirnos en policías de los tiempos de nuestras parejas, en  seres alertas al movimiento de nuestras medias naranjas, en celosos/as cuidadores de cuerpos, de miradas y deseos.  El ideal de monogamia es tan placentero que intentamos negar los costos que implica. Desarrollamos lenguajes artísticos que hablan del engaño, reproducimos interminables listas de canciones que hacen referencia al amor monogámico, hablamos en todos los idiomas y en todos los formatos sobre la infidelidad. Amor y monogamia están unidos.

Nos volvemos posesivos/as, sufrimos al pensar que el cuerpo de nuestra pareja puede estar en otra cama, con otros cuerpos, sin que eso implique la negación de nuestro amor. Transformamos nuestro deseo sexual en ofrenda hacia nuestras parejas e intentamos sofocar todo deseo ajeno a este vínculo con la misma periodicidad con la que cepillamos nuestros dientes a diario.

A veces sufrimos, mentimos, lloramos, callamos y volvemos  a pensar que la monogamia es lo único real, que quizás ahora es más difícil por los tiempos que corren, pero que antes era posible. Seguramente todos tenemos algún modelo de pareja amorosa a lo largo de los años. Nuestros abuelos, o los abuelos de otros, o una historia construida con retazos de muchas vidas, una historia que nos contaron y que repetiremos hasta el cansancio: fueron felices para siempre.

El Poliamor no se compra en el suplemento de un diario.

Florencia Peña llevó a los medios algo que viene hace tiempo gestándose y que en los espacios feministas se desarrolla continuamente: construir otros vínculos afectuosos y sexuales que den lugar al deseo e intenten evitar los pesares que traen los vínculos monogámicos. Contratos, consentimiento, libre de violencias, anarquía emocional, amor libre, pareja abierta, acuerdos afectivos, son algunas de los términos que se intentan construir y resignificar por fuera de la monogamia.

La posesión sobre los cuerpos de nuestras parejas todavía se presenta como algo natural y no violento para muchas personas. Pero las millones de historias de violencia y frustración están ahí, nos rodean, y algunas personas intentan hacerse cargo de eso y buscar otra cosa.

No existe un catálogo de categorías completo, no hay todavía una institución como la iglesia y registro civil en donde poder validar estos otros vínculos que escapan de la monogamia, y ojalá no existan nunca, porque podemos sospechar todas estas estructuras que rodea a “la pareja ideal” son mas parte del problema que de la solución.

Más allá de las definiciones, el poliamor es parte de una red artesanal de palabras y acciones que buscan las personas que no se sienten cómodas con la monogamia. Se trata de acuerdos que también pueden fallar y que nos deja libres de pasar malos momentos, pero que en un principio por lo menos plantea posibilidades que la monogamia no.

La historia de los vínculos, esa que nos contaron, siempre tuvo, implícita o explícitamente, a la monogamia como único lugar. Pero podemos imaginar que así de complejos y diversos como son nuestros deseos, también lo fueron en otros tiempos. Que es ahora el momento en el que podemos dejar de ser hipócritas decirlo en voz alta: no creo en la monogamia.

El poliamor, como un modo de vincularnos, necesita tiempo tomar formar. No es el modo ideal de vincularse, porque ya deberíamos haber aprendido que el ideal no existe. Pero si parece ser posible sentirnos amados y amar sin sentirnos propietarios de los cuerpos de nuestras parejas. También parece ser posible dedicar menos tiempos a los celos y las inseguridades que siempre aparecen en los vínculos monogámicos.

Lo que sabemos después de una semana de poliamor en los medios es que molesta, que incomoda al status quo de nuestra sociedad, y eso ya es razón suficiente para animarnos a charlar, a explorar y a pensar como construir un suelo firme con otros/as sin dar por sentado aquello que la industria del romance nos hace dar por sentado.

A Florencia Peña le toca transitar la hipocresía y la violencia de los medios de comunicación, y no es la primera vez. Quizás a futuro nos toque a todos/as pensar de nuevo cómo nos vinculamos, superar nuestra hipocresía, barajar y dar de nuevo.

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