El 7 de marzo en Argentina conmemoramos el día de la visibilidad lésbica. Se eligió esta fecha en homenaje a la Pepa Gaitán, una lesbiana cordobesa visible y militante que fue víctima de un crimen de odio el 7 de marzo de 2010. Esta nota intenta, a través del ejercicio de la memoria personal, recordar el impacto en nuestras vidas de ver por primera vez a una lesbiana.
Tenía 12 años recién cumplidos, era mi primer año de secundaria y entre todos los cambios que supone la pubertad, también estaba adaptándome a una mudanza, a un nuevo barrio y a una nueva rutina familiar. En medio de la crisis económica provincial que nos hizo experimentar el “mirandismo”, mi mamá y mi papá compraron su primera casa a través del IPV en un barrio lejísimo de todo -desde mi óptica preadolescente, todo era caos-.
La primera amiga que me hice vivía en mi misma cuadra. Juntas atravesábamos lo que para nosotras era una tragedia: mudarse, vivir lejos de nuestras amistades, que el colectivo demore una hora, etc. Mi nueva amiga me contó de su tía, que iba a mudarse casi al lado de mi casa. Había un poco de misterio en su relato, algo especial que no terminaba de entender y que a ella le costaba comunicar o expresar.
Con los días supe que la tía de mi amiga era lesbiana. Se mudaba con su pareja y el hijo pequeño de su pareja. Hasta ese momento – año 2000 – nunca había visto una lesbiana, mucho menos una pareja conviviente en un barrio de clase media trabajadora.
Si bien estaba lejos aún de poder definir mi orientación sexual en esos años, a mis vecinas les agradeceré siempre la visibilidad con la que habitaron el barrio. Ninguna de ellas fue una referencia para mí de cómo quería ser o lucir o vivir “de grande”, pero la libertad con la que llevaban adelante su relación para mi fue una gran enseñanza e impactó mucho en como yo misma decidiría expresar mi sexualidad.
Recientemente se estrenó un documental llamado “Mala Reputación” de Estefanía Santoro y María Florencia Garibaldi, en donde la directora se propone hacer un recorrido sobre algunas novelas y unitarios de tv argentina en los que hubo algún personaje interpretando a una lesbiana. La síntesis un poco es la reflexión sobre el impacto de más de 3 décadas de productos televisivos en las que nuestra identidad sexual está asociada al drama, la tragedia, lo oculto, el morbo para otros y la infelicidad.
Quizás para algunas personas -principalmente heterosexuales- pensar en las referencias que hay de ciertas identidades en los medios no es algo relevante. Pero cuando hablamos de décadas pasadas, en las que los derechos que hoy reivindicamos ni siquiera se debatían, pensar en ser lesbiana, gay o trans era algo que se experimentaba muchas veces desde la soledad y cualquier guiño, una aparición chiquita o cualquier identidad no heterosexual en pantalla, era un gran “no estás solx”, o como dijeron las icónicas Celeste Carballo y Sandra Mihanovich en 1988, “somos mucho más que dos”.
Hoy, una de las batallas que seguimos dando es cómo los medios hablan de nosotras, desde donde nos referencian y qué imaginarios generan sobre qué es ser lesbiana. Si nos demonizan, patologizan, o incluso cosifican. O bien, nos muestran sólo desde modelos hegemónicos de la feminidad, reduciendo la experiencia del lesbianismo simplemente a “mujeres que aman a otras mujeres”. Lo que se escapa de esas representaciones, son las formas de vida, las expresiones corporales construidas, las redes de sociabilidad que se crean a partir de encontrarnos en una identidad que a veces quiere ser fuga de los modos binarios y heterosexistas de pensarnos en sociedad.
Visibilizar y hablar orgullosamente de los modos de vida construidos en torno a esta identidad es una forma de justiciar tanto relato asociado a la tristeza y penuria de ser lesbiana. Porque, como menciona Virginia Cano en el documental “Mala Reputación” ¿quién querría ser lesbiana si sólo es esa la experiencia que se muestra?