Pasó la edición número 20 del Festival Tucumán Cine Gerardo Vallejo. La única película tucumana que participó en la Competencia Argentina de Largometrajes fue El tiempo entre nosotros, un largometraje de ficción realizado por un grupo de estudiantes de la Escuela Universitaria de Cine de la Universidad Nacional de Tucumán.
La experiencia de ver una película tucumana en el cine es altamente recomendable y debería ser una actividad habitual en todas las escuelas. Algo mágico sucede cuando reconocemos la tonada en la historia o vemos un plano de autos pasando por la avenida Sarmiento y la Plaza Urquiza. Los paisajes, las calles y los gestos propios se vuelven parte del relato. La trama sigue a Alena, una joven de 18 años que egresa del Instituto Goretti y comienza a reconectar con su pasado y presente.
La directora, Agostina Colantuoni, cuenta cómo surgió la idea: “Empecé a desarrollar un documental sobre la adopción y la vida de los niños en hogares de tránsito cuando realicé el proyecto final de Antropología para el profesor Pedro Arturo Gómez, en 2016. Al año siguiente, con Benjamín Ávila y Guillermo del Pino, iniciamos un hermoso proceso para escribir nuestros proyectos de tesis de licenciatura. Por casualidad, también empecé a trabajar en el Ingenio Cultural del Ministerio de Desarrollo Social, y la idea se hizo más fuerte”.
Todas las decisiones técnicas sobre cómo contar esta historia, sumadas a la impactante actuación de Victoria Toledo, hacen crecer la película hasta convertirla en un relato intimista y cautivante.

El cine como trabajo colectivo
Un grupo de estudiantes logró transformar una idea en un proyecto de tesis y, luego, en una película. Alrededor de 25 personas participaron en los días de rodaje y unas 50 en la pre y postproducción.
Héctor Sáenz, productor del film, recuerda: “Entre 2016 y 2018 la idea se desarrolló en clase. En 2018 grabamos. Así que, si lo pienso, desde 2016 hasta el estreno de este año, fue todo el proceso”.
Las jornadas de rodaje duraron un mes y medio: cuatro semanas y algunos días más. Los equipos —luces y ciertos elementos de fotografía— los prestó Adrián Ditoro de NoaGrip, pero el grueso provenía de la escuela, que les asignó un mes específico para usarlos (de mediados de febrero a mediados de marzo). Después sumaron seis jornadas más para completar o regrabar.
En cuanto a la comida, resolvieron con viandas vegetarianas preparadas por una persona cercana quien luego compuso la música, Manuel Molina. Fue una decisión estratégica: más económico por cantidad y más liviano para trabajar en verano. “Si comés pastel de papa en pleno rodaje, la jornada se complica”, dice Héctor. Las meriendas y desayunos salían de la panadería.
LN: ¿Cómo llevaste tu rol de productor dentro de este proyecto?
HS: Yo estaba en dirección de producción, implicaba estar en campo: resolver traslados, horarios, recursos y eventualidades. Por ejemplo, un día grabamos en la Avenida Aconquija y había que mover a 15 personas hasta la Av Perón, que era otra locación. Otras veces surgían imprevistos, como cuando intentaron robar la moto que usábamos en la película, que era de mi hermano. Siempre pasaban cosas, por eso me gustaba estar en el rodaje, tomando decisiones y resolviendo en el momento. También estuvieron en producción Victoria Gettar, Melina Dulci y Ana Basualdo.
LN: ¿En qué porcentaje creés que aquella idea inicial está plasmada en la película?
HS: Plasmamos todo y más. Antes del estreno, hablando con la guionista (Karina), recordamos que originalmente teníamos una historia pensada para un mediometraje. Benjamín, nuestro profesor, la motivó para que escribiera un largometraje. Entre el desarrollo en la cátedra y el laboratorio Labintuc—una residencia en San Javier para proyectos seleccionados— la historia tomó forma orgánicamente. Lo que iba a ser más corto terminó alargándose por necesidades creativas.
El estreno en un festival superó nuestras expectativas. No es común recibirse en la escuela de cine con un largometraje, ya sea ficción o documental, como en el caso de Camino a Mailín. Nuestro caso fue bastante único. Lo que viene ahora, es otro proceso que cuesta desarrollar y es la distribución de la película.
LN: ¿Creés que hay una relación generacional entre El tiempo entre nosotros y Camino a Mailín?
HS: Las dos películas nacieron el mismo año, en la misma cátedra, con estudiantes que cursaban juntos. Aunque una es documental y otra ficción, comparten estética, ritmo y parte del equipo técnico. Coordinábamos para no pisarnos con el uso de equipos y hubo mucha camaradería desde el inicio. Lo que tienen en común es cómo están narradas, con protagonistas mujeres y una sensibilidad particular que captaron las directoras. Vicky, como actriz, y Olga, como personaje documental, fueron retratadas con detalle. Las similitudes vienen de las condiciones de producción, del equipo técnico compartido y de una búsqueda estética similar. Tai hizo cámara en las dos; Agostina, fotografía en ambas. Veníamos de la misma camada y Benjamín nos impulsó a trabajar al máximo. Son dos películas hermanas: se gestaron a la par, con los mismos cuidados, como bebés criados por las mismas madres.
Fue necesario que un grupo de estudiantes de Cine vea series adolescentes noruegas como Skam, o películas como El niño de la bicicleta de los hermanos Dardenne, para encontrar un ritmo y un deseo ficcional. Fue indispensable el trabajo de docentes y profesionales del cine, el aporte de dinero de las familias y el capricho de un grupo de jóvenes adultos de no dejar sin concluir la película.
Todo esto, y un sinfín de situaciones más, fueron necesarios para que se pudiera estrenar en la edición número 20 del Festival Tucumán Cine Gerardo Vallejos, siendo la única ficción tucumana en competencia, concluyendo el mismo con una mención especial.
Luego de todos estos años, la proyección encontró un puñado de tucumanos maravillados con la poca usual situación de ver nuestras calles en la pantalla grande, de encontrar la tonada en una historia y ponernos a recordar el amor adolescente y los besos en los cerros.
En épocas de ataque a la universidad pública y al cine nacional, El tiempo entre nosotros es una prueba más de la importancia del apoyo del Estado y la comunidad, y de que cuando se logra realizar nos devela alguna arista de nuestra identidad.
El cine tucumano abre imaginarios, poetiza nuestra existencia y pone a jugar nuestros sentidos.
Cine tucumano, a pesar de todo.