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A partir del “Mes de la dislexia”, desde el Ministerio de Salud de Tucumán desarrollaron charlas y actividades en función a este tipo de dificultad(es) en los terrenos del aprendizaje. Desde La Nota consultamos a la licenciada en psicología, Jimena Rodríguez Rey, quien elaboró ideas alrededor de la singularidad de cada caso y desde una mirada concebida en el ámbito del psicoanálisis.
Por la Lic. Jimena Rodríguez Rey
Existen muchísimas y diversas definiciones de dislexia. Es un término que se utiliza desde hace más de 100 años y proviene del ámbito médico. Actualmente es un tema de estudio de diversos campos, el interés se va ampliando y desde diferentes disciplinas se intentan ubicar las causas y describir los síntomas. Depende como se piense la problemática, se definirá su abordaje.
Lo primero que podemos decir, contemplando el sentido amplio detallado anteriormente, es que la dislexia refiere a dificultades de aprendizaje que afectan la lectoescritura, sin que haya una causa orgánica que la justifique (es decir, que no haya discapacidad física, motriz, visual o cognitiva). Se observa una discrepancia entre el potencial de aprendizaje y el nivel de rendimiento que alcanza una persona”, advirtió la licenciada Jimena jdjdjdj desde una mirada atravesada por el ¿psicoanálisis?
Dilexias y psicoanálisis
Desde mi experiencia clínica y formación psicoanalítica, puedo decir que cuando estas dificultades provocan un malestar en el sujeto, se realiza la consulta con un analista. Es importante diferenciar, cuando se trata de niños, si este malestar es del niño o lo sufren sus padres. No sería lo mismo. Si hablamos de malestar, podemos entonces pensar en ésto, como un síntoma. Es decir aquello de lo cual el sujeto se queja y busca alguna solución.
Decir dislexia
El síntoma es siempre un enigma para el sujeto. Es un querer decir, encierra un sentido a descifrar, a descubrir; pero también y al mismo tiempo implica una satisfacción, una fijación de goce que será necesario analizar.
El síntoma, a veces, se presenta en el lugar del nombre propio, funciona como carnet de identidad y no se habla del sujeto sino del disléxico, con características generales y soluciones iguales para todos. Trabajo en una institución educativa, y me ocurre con frecuencia escuchar a profesionales que se refieren a la problemática de modo abstracto y no referida a un sujeto particular que lo padece. Por tanto el síntoma haría metáfora del sujeto, lo sustituiría.
Las dislexias como síntomas
Desde el psicoanálisis, se piensa siempre en el caso por caso y -como dice J.A. Miller-, para orientarse bien en un tema es necesario primero desorientarse. Habrá que poder pensar sobre este síntoma en un sujeto particular, qué preguntas pueden surgirle a él, qué le preocupa, qué uso hace de este significante y si se sostiene en eso al mismo tiempo que eso sostiene al sujeto…
Al tratarse de una problemática del aprendizaje, sabemos que nos ubicamos en el campo de lo simbólico, puesto que se trata de la lectura y la escritura. La educación, en general, cumple una función civilizadora, es decir hace civil al sujeto, permite una regulación de los modos propios de satisfacción para que el sujeto pueda circular socialmente. Pero esto solo ocurre con el consentimiento del sujeto, quien podrá llegar a producir saberes únicamente bajo transferencia, también en el ámbito escolar. La lectoescritura podríamos ubicarla dentro de estos saberes, saberes que son producidos culturalmente, puestos en circulación pero al mismo tiempo se trata de un saber particular sobre la modalidad sintomática del sujeto. No todos los niños aprenden del mismo modo ni al mismo tiempo, y cuando hay dificultades para ello es necesario poder pensar con qué tienen que ver, qué dice el sujeto sobre ello y si esas dificultades pueden revelar algo más que un mero y llano Trastorno o Patología.
Dos abordajes en un océano de sujetos
A modo de ejemplo, podemos pensar en un caso de Helene Bonnaud*, donde un sujeto realiza una consulta acompañado por su madre, quien explica el problema de su hijo: es disléxico. La madre sufrió del mismo síntoma, y se puede escuchar en su discurso cómo el síntoma del niño prolonga el de la madre. Pero el niño está afectado por un mal del que no se siente para nada responsable, no sufre por él. Cuando no recuerda lo que se habla en sesión o en sesiones anteriores, refiere estos olvidos a su dislexia. Cree en su síntoma y no hay la más mínima pregunta sobre ello. Por eso en su análisis no se trata tanto de descubrir el sentido escondido de su dislexia, como de librarle del uso inconsciente que hace de dicho sentido. A partir de una fantasía sobre el funcionamiento de su cuerpo, se puede ver que para él la dislexia consiste en dejar caer las palabras, dejarlas escapar de su cerebro sin hacer vínculo con ellas y su significación. Hace de las palabras el mismo uso que de su síntoma, no las escucha y no las relaciona unas con otras. Se revela también que el vínculo sintomático con su madre se lo impide. Esto es lo que se trabaja en análisis y el sujeto logra responsabilizarse de lo que lo aqueja y encontrar una salida.
Otro caso que puede ser ilustrativo del tema sería la consulta que realiza la madre de una adolescente de 16 años, por la relación conflictiva que mantiene con ella y las dificultades que presenta en lo escolar. Al comenzar a trabajar con la adolescente y aliviarla con herramientas que pueden ayudarla a resolver mejor sus dificultades escolares nombradas como dislexia, se observa un avance y una distensión tanto en la relación madre- hija como en el ámbito escolar donde comienza a tener adecuaciones necesarias. Esto permite a la adolescente empezar a hablar de otros malestares: no acepta a la pareja de su madre y se pregunta por el abandono de su padre. En este caso el poder situar las problemáticas escolares, reconocer sus esfuerzos y contar con ayudas necesarias ha permitido que pueda desplazar el malestar a la cuestión paterna y formularse algunas preguntas en relación a ello:
¿Por qué su padre, al separarse de su madre, se separó también de ella? ¿Por qué se alejó y no quiso hacer de padre…?
*Helene Bonnaud “El inconciente del niño”- Editorial Gredos.
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