La antropóloga feminista recibió el título Honoris Causa de la Universidad Nacional de Catamarca. Durante la entrega del reconocimiento denunció el vínculo entre esa casa de estudios y el extractivismo minero. Asimismo, detalló la relación entre la mirada patriarcal que agrede el cuerpo de las mujeres y la perspectiva del norte global que despoja territorios, culturas y saberes.
Fuente: Agencia Tierra Viva
La Universidad Nacional de Catamarca otorgó la distinción Honoris Causa a la antropóloga Rita Segato. En el marco del acto realizado el pasado 14 de septiembre, la pensadora feminista brindó un discurso en el que señaló el pacto entre la Universidad Nacional de Catamarca y la megaminería. Además, explicó la relación entre territorio, identidad y vida, y el vínculo entre las lógicas patriarcales y extractivistas en cuanto a la cosificación del paisaje vivo y las agresiones contra el cuerpo de las mujeres.
Segato indicó que el proyecto histórico del capital que desaloja a comunidades y daña el ambiente también se inscribe en lo que ella misma definió como la “pedagogía de la crueldad” para explicar la violencia de género. La antropóloga señaló que las lógicas de la Conquista continúan sumergiendo a los localidades próximas a los lugares en que se encuentran los minerales, el agua y los combustibles codiciados a una “conquistualidad permanente“, pero compartió que se abre la esperanza de un regreso al futuro: un retorno de los saberes, filosofías de vida y formas de relación con el paisaje que quedaron represados.
El discurso completo de Rita Segato al recibir el Honoris Causa de la Universidad Nacional de Catamarca:
Estimadas y estimados, vicegobernador Rubén Dusso, magnífico rector Oscar Arellano, decana de Humanidades Lila Exeni, intendente de Catamarca, Gustavo Saadi; decanas y decanos, vicedecanas y vicedecanos, consejeras y consejeros superiores y directivos, equipos de gestión del Rectorado y unidades académicas:
Me siento inmensamente agradecida a esta Universidad, a las autoridades y docentes por esta importantísima distinción que me ofrecen. No es fácil encontrar las palabras para expresar esa gratitud. Me emociona y sacude mis cimientos de una manera en que el mismo título que recibí por parte de la Universidad de Salamanca hace tres meses no pudo hacerlo.
Catamarca es uno de los perfiles preciosos de mi país. Mi país es lo que quiero y deseo para mí. Cada día, de los 44 años de ausencia en los que viví lejos del mismo, soñé con encontrar el camino de regreso. Pedí a la vida poder volver. Muy especialmente pienso y agradezco a la gente del vasto campo de las Humanidades, que es lo que me ha traído hasta aquí y adonde pertenezco. Nosotros y nosotras, los de “las humanas”, somos quienes nombramos —como dijo la profesora que resumió mi pensamiento hace un momento— los donadores de nombres, los nombradores, los que construimos la grilla conceptual, las palabras que dan contorno al mundo y organizan la forma en que lo vemos. Somos poderosas las Humanidades, aunque a veces no se ve. Por eso también nuestra tarea tiene un impacto fuerte en el curso de la Historia y del futuro.
No olvidemos eso: que nuestro trabajo es dar nombres y generar retóricas de valor para lo que debe ser protegido y cuidado. El norte geopolítico del mundo ha sabido muy bien crear retóricas de valor para lo que ha creado y protege: desarrollo, crecimiento, acumulación, mercado, consumo. Son sus nombres. Nosotras y nosotros tenemos pendiente todavía mostrar el valor de lo que tenemos: vincularidad, comunalidad, amistad y fiesta.
Al venir ayer por tierra desde un confín del país a otro confín, desde la Quebrada de Humahuaca hasta el Valle de Catamarca, me di cuenta de que estaba llegando para participar de una rara celebración académica, francamente federal, de un cosmopolitismo idiosincrático y raro como es el encuentro entre regiones no mediado ni por el eurocentrismo habitual y descarriado de nuestras universidades, ni por el epicentro capitalino, pequeño y limitado del Río de la Plata. Me fui dando cuenta al encontrar la ruta salpicada de nombres quechuas, que marcan y demarcan el camino anudando y uniendo nuestro precioso mundo andino.
El paisaje es un libro de lectura, el lugar en que se inscribe la historia, un ancla, una cuna y un espejo de nuestra vida. Sin él, cuando se borra, quedamos huérfanos de quienes somos. Arraigo significa saber quién somos, no desorientarnos y no dejarnos capturar. Arraigo significa saber quiénes somos y necesita de un sitio, de un espejo que tiene la forma, el color y el aire de un lugar. Si lo abolimos nos quedamos sin ombligo, sin centro de gravedad; nos perdemos, quedamos expuestos y vulnerables en nuestra identidad. Por eso muchos pueblos entierran el ombligo del recién nacido en el lugar donde nace: para que sepa quién es. Otros pueblos, como los de por aquí, entierran el chuscharruto: el primer mechón de pelo que se le corta al niño, su primera chuscha.
Si borramos el paisaje nos quedamos sin ombligo. Desorientados. No olvidemos que uno de los pocos universales que el ser humano conoce es que el ombligo es la cicatriz que ninguna persona en este mundo desea apagar. La razón de esto es que esa cicatriz es la marca de un arraigo y de un camino que prepara nuestra vida. Es lo que nos conduce para siempre a saber que existimos y quiénes somos. En un sentido individual: que venimos de un vientre materno; en un sentido colectivo, pachamámico: que venimos de una tierra, de un paisaje específico, particular e idiosincrático. Ese es el horizonte que nos da sentido y contra el cual tantas fuerzas mediáticas, económicas y políticas hoy conspiran de una forma muy poderosa.
El más importante obstáculo para la expansión del proyecto histórico del capital es el arraigo. Esas fuerzas conspiran contra nuestro arraigo por todos los medios que nos dicen que es feliz y venturoso irse. Qué absurdo. Y también por el ojo codicioso de las corporaciones que nos dicen que no somos más que una cantera. Nos ven como cosas. Nos dicen que somos cosas. Vida cosificada, sin arte, sin canción, sin lírica, sin nostalgia de lugar. Nos convencen de que es así para que nos desvinculemos del horizonte en el que aprendimos a vivir. Nos instalan una amnesia como modo de existencia y nos transforman en parias sin dignidad y sin derechos. Se trata de una conspiración existencial.
Borrar el paisaje nos desorienta, nos deja deshistoriados, sin historia. Nos lleva en la dirección que otros controlan. Nos dicen que solo así se encuentran los medios para sobrevivir. Pero si somos realmente inteligentes revisaremos esa tesis y le contrapondremos otra. Y no nos confundamos: si este discurso parece basado en una razón sentimental es porque los sentimientos nos revelan una razón existencial, política y también económica que los subyace. Los sentimientos nos alertan sobre un futuro que nos pierde, que nos extermina: un futuro robado. Si no, miremos Potosí. Por cinco décadas, la ciudad más rica del mundo entero, de la cual quedó sólo un puñado de monedas de oro en un museo. Potosí: la más lujosa por un tiempo y hoy, una ruina.
La más importante diferencia entre el mundo arraigado que estamos perdiendo y el mundo que nos está secuestrando es que este último no ve más allá de sus narices, es cortoplacista. El mundo que perdemos sabe, o sabía, pensar a largo plazo.
He visto el video “50 años de la Universidad Nacional de Catamarca”, hermoso video institucional. En él, la hija de su creador y fundador, el profesor Federico Pais, cuenta que su papá había recorrido todo el interior: “Se conocía todo el interior. Y eso es lo que a él lo conmovió. Él se conmovió con esa gente”. Otros testigos de la época también relatan ese proceso: “Se gritó en las calles ‘Catamarca reclama universidad. Se hablaba de desarrollo”. Pero en ese momento, hace 50 años, esa generación de ninguna forma podía imaginarse que “desarrollo” vendría a significar la entrega del paisaje que le dio razón de ser, la entrega de lo que Catamarca es para los catamarqueños y también para el país. Porque es así también como se ve desde lejos: esos valles, cuestas y montañas.
Escuchando los relatos de la fundación de esta querida Universidad y los sueños que la hicieron posible tuve la certeza de que ninguno de sus creadores imaginaron en aquel tiempo que la UNCA pactaría con quienes despoblarían sus paisajes, con quienes envenenarían sus ríos, aguadas, surgentes y ojitos de agua.
Que no se entienda que quien escribe estas líneas es purista o radical. Sé muy bien que el camino es anfibio, que algo hay que comerciar en el mercado global. Pero con límites muy precisos y sin robarles nada a las gentes y sus modos de vivir y transitar en el tiempo; a la continuidad de los pueblos que, en su pluralidad de historias, han recorrido y trazado su propio mapa en los paisajes de la provincia. Perder esa pluralidad de presencias, de modos de vivir y de pensar es empobrecerse. También ofrece el riesgo de que cuando los minerales vayan mermando, como ha sucedido en Potosí, ya no existan los saberes que hagan posible la vida en la región.
Cuando el mineral se acaba la gente queda con las manos vacías. Miremos Comodoro Rivadavia, en Chubut, donde una vez hubo petróleo y hoy queda un exceso de taxistas y de kiosqueros: los antiguos trabajadores del extractivismo. Miremos Zapla, en Jujuy: lo mismo. Una minoría de dueños y corporaciones de países extranjeros se han llevado todo, se han vuelto más ricos. La gente de por aquí perderá lo que tenía y no tendrá de nuevo: saberes y modos de existir en estos paisajes.
Tampoco imaginaron los creadores de esta Universidad hace 50 años, que ahora me llama para darme un premio tan precioso como su Honoris Causa, que veinte años más tarde un grupo de jóvenes de la elite política y económica de la provincia asaltarían sexualmente y matarían sin ningún grado de empatía a una jovencita, María Soledad, en una barbarie que asoló y asombró al país. Hoy sabemos bien que el abordaje extractivista que mira al paisaje como una cosa muerta y a nuestro libro de historia escrito en el paisaje como cantera, como pura mercancía, aprende a mirar de la misma manera el cuerpo de las mujeres. Cuerpo-cosa, cuerpo desechable, cuerpo usable, ausencia de empatía. Ambas miradas a la vida encarnada como cosa están profundamente emparentadas y los ejemplos que nos permiten afirmarlo ya se encuentran en las estadísticas. La afinidad y la congruencia entre el asalto al paisaje vivo y al cuerpo de las mujeres ya está mapeada.
La mirada insensible y no sintiente al paisaje que nos permite destruirlo se entrena y se programa en lo que he llamado la pedagogía de la crueldad, practicada en el uso y abuso del cuerpo de las mujeres. No hay minas sin prostitución y sin trata. Los muchos bolsones de extractivismo en el planeta lo comprueban.
¿Hay esperanza? Aníbal Quijano, el gran pensador peruano que formuló la perspectiva de la colonialidad del poder y del saber nos habla de un regreso del futuro. Y con esa idea concluyo este breve discurso de agradecimiento a la Universidad Nacional de Catamarca. Al hablar del regreso del futuro, Quijano nos dice que se están abriendo las compuertas del retorno de los saberes, filosofías de vida y formas de relación con el paisaje que quedaron represados por la intervención de los procesos constantes de conquista y colonización. Colonialidad permanente, según su categoría, y también conquistualidad permanente, digo yo, para nombrar la situación de quienes vivimos en localidades próximas a los lugares en que se encuentran los minerales, el agua y los combustibles codiciados.
Ese futuro interceptado por el orden colonial y conquistual va regresando y revela el valor y la potencia de la vida, lo que vale y lo que no vale. Lo que es indispensable respetar.