Recordar con las manos: “Perdí mi cuerpo”

Escrita por Jérémy Clapin y Guillaume Laurant (co-autor del guión de Amélie), J´ai perdu mon corps (Perdí mi cuerpo) es el primer largo dirigido por el propio Clapin y una de las mejores propuestas animadas de Netflix de este 2019.

Escrita por Jérémy Clapin y Guillaume Laurant (co-autor del guión de Amélie), J´ai perdu mon corps (Perdí mi cuerpo) es el primer largo dirigido por el propio Clapin y una de las mejores propuestas animadas de Netflix de este 2019.

Esta flamante producción de Netflix, apuesta por un género que renueva estructuras, se arriesga a través de la estética y profundiza sobre aquello que la actual industria cultural pareciera querer disimular: lo perdurable, la memoria del cuerpo y la insistencia por la identidad.

Francia nos viene regalando un cine de animación que hace carne una sensibilidad obligada y distinguida, que acerca a directores como Vincent Paronnaud (Persepolis, 2007) con su imponente firma de autor hacia Sylvain Chomet (Les Triplettes de Belleville, 2003; L’illusionniste, 2010) con su refinado uso del tiempo y los silencios, hasta el últimamente renombrado Sébastien Laudenbach (La Jeune Fille sans main, 2016) que nos volvió locos/as con su manera de contar a través de una técnica llena de pinceladas.

Con Perdí mi cuerpo, el director parisino nos propone un punto de vista peculiar, una subjetividad dotada de texturas, y es que en el film, quien cuenta una de las dos historias paralelas, es una mano. Es así cómo la mano de Naoufel, el protagonista, invita a un universo de melancolía poética que, a medida que  recuerda el pasado, lucha por el reencuentro con un cuerpo presente.

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Los escenarios varían, pero los que más impactan son aquellos urbanos que hacen que una mano sin un cuerpo sea blanco fácil para cientos de amenazas. La extraordinaria ambientación musical de Dan Levy (The Dø), le otorgó el premio Mejor Música en el Festival de Sitges 2019 y cargó a las ilustraciones, simples pero bellísimas, de una intensidad lírica punzante.

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Esta es una película que habita en la oscuridad de los recuerdos y que, por momentos, se torna explicita y cruda. Pero su belleza también radica en los instantes de superación y en los detalles gráficos y sonoros: un iglú de madera en la terraza de un edificio o el paso del viento. Con todo, lo que más impacta es la claridad con que el espectador percibe la sensibilidad de los personajes y la inmediata sensación física de las texturas. Quizás lleguemos a preguntarnos por qué nos resulta tan natural comprender los motivos o las maneras de Naoufel o de la mano de Naoufel cuando, en verdad, el mundo de hoy no nos enseña a empatizar con esos tipos de sentimientos. Lo mismo pasa con la loca idea de que una mano sea la protagonista, haciéndonos ver que nuestras manos, como fragmento de un todo, son las partes que más miramos y las que  potencialmente tenemos presentes de nosotros mismos.

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La ascendente fascinación con la que presenciamos la odisea de la mano para llegar a su cuerpo nos vuelve a los instantes en donde sentimos el agua (o cualquier textura que nos llegó a través de las manos) como algo mágico. Una bella manera de narrar sobre la identidad, la memoria del cuerpo y los amores de la infancia y la adultez. 

Están quienes dicen que con Perdí mi cuerpo, Netflix tendrá otra chance en los próximos premios Óscar, pero eso está por verse. Por ahora, nos permitamos ser cautivados por la maravillosa travesía que nos invita la mano Jérémy Clapina bajo los cielos de París.

Nota publicada: Blog de Carla Duimovich

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