Recuerdo la extrañeza y el escozor que sentí, la primera vez que, en la tarea de acompañamiento psicológico a testigos víctimas de la dictadura, en la cual me desempeñaba, escuché el testimonio de un ex preso político de la cárcel de Rawson. Este testigo relataba como eran visitados por psicólogos en la prisión.
Luego del trato inhumano recibido en la misma, la función del psicólogo era entrevistar para indagar el grado de “Ideologización” que seguían portando los detenidos. Mediante estos exámenes, se deliberaba si los presos políticos deberían ser o no liberados.
Recuerdo que este testigo relataba que, su militancia había comenzado como un simple trabajador que defendía el ingenio que iban a cerrar. Su fuente de trabajo estaba en peligro y esto lo enfrentó con la posibilidad de una pérdida. Fue recién en la prisión, donde se reconoció como militante de izquierda.
Al haber estado encerrado con militantes que podían nombrar esta praxis y sostenerla mediante un sistema de ideas, al poder entender que gran parte de su forma de percibir la realidad había sido teorizada, pudo reconocerse en el discurso de los otros y nombrarse como militante de izquierda.
Los compañeros que habían estudiado en la universidad o de forma autodidacta, lo habían formado en historia, política, y hasta en idiomas . Los días en la prisión resultaban largos y desesperantes, y estas clases los hacían un poco más amenos.
La cárcel lejos de quebrar la grupalidad, la había fortalecido. La apuesta era “desideologizar” , pero ante el poder descarnado, la ideología se fortalecía y conformaba una identidad.
Nuestro testigo relató que, en la primera entrevista con el psicólogo le respondió : “vos no me vas a liberar, el pueblo me va sacar de aquí“. Fue recién al año siguiente, cuando se da cuenta que el informe era clave para la salida. El testigo le miente al psicólogo que había renunciado a sus ideales aunque en la practica nunca lo hizo.
“Darse cuenta” de que mentir lo saca es un punto clave en esta historia. La renuncia no es a los ideales, sino a cualquier posibilidad terapéutica, porque sin la escucha respetuosa de una verdad subjetiva cualquier psicólogo corre el riesgo de transformarse en un instrumento de control, que mediante la violencia de sus propias interpretaciones o juicios, impone un sentido en vez de permitirle al sujeto que lo vaya construyendo.
En este caso el psicólogo era consciente de la tarea que debía cumplir allí y su participación en el circuito del terrorismo de estado. Otras veces no está muy claro, ni es intencional, pero el psicólogo termina actuando este lugar.
A veces hay que escapar de la tortura, otras veces de la terapia, otras veces es parte de lo mismo o al menos no se distingue muy bien el límite.
Situación complicada y peligrosa si las hay.
Quienes ejercemos el psicoanálisis, sabemos que el deseo de curar, tal cual lo expuso Freud, también está atravesado por luces y sombras, e íntimamente ligado a otros dos imposibles que se plantean en la cultura: el de educar y gobernar. Desde este lugar, solo la benevolencia, la filantropía o la pulsión de vida, no serían suficientes para ejercerlo y conformar con ellos una vocación, sino también, como en toda vocación, está fuertemente presente, en el mejor de los casos sublimada, la pulsión de muerte.
Es por esto, que un psicoanalista, no puede conformarse solo con el alivio sintomático del paciente, sino mas bien, abordar al síntoma historizando a ese paciente en todos los sentidos de esta palabra, tratando de comprender que es en realidad lo que el paciente pretende “curar” y porqué.
Los profesionales de la salud no estamos para nada eximidos de la posibilidad de poder ejercer la crueldad o de ser instrumentos de ella, amparados en los dispositivos de poder.
Foucault, cuando explica como opera la microfísica del poder en la sociedad disciplinaria, hace énfasis en la importancia de la medicina como dispositivo de control que opera directamente sobre los cuerpos. También, en como el poder siempre va mutando, corriéndose, deslizándose y encubriéndose en su propia trama.
En el mismo sentido, recientemente Byung – Chul Han, filósofo norcoreano, profundiza como se está generando en nuestras sociedades actuales, sobre todo occidentales, un pasaje desde los dispositivos de controles modernos a los pos modernos que, en otras palabras, no es mas que un pasaje desde al biopolítica a la psicopolítica.
Radovan Karadzic además de haber sido quien ocupo el cargo de Presidente de la Republica Srpska entre 1992 y 1996 fue además poeta y psiquiatra. En su juicio se describió así mismo como un nombre sensible, amable y siempre dispuesto a escuchar. Fue condenado a prisión perpetua, en los tribunales internacionales para la ex Yugoslavia, siendo encontrado culpable de genocidio y crímenes de lesa humanidad . “…No debería ser acusado, debería ser recompensado por todas las buenas acciones que he hecho: hice todo lo humanamente posible para evitar la guerra y reducir el sufrimiento humano…”, fueron sus palabras textuales.
La Alemania de la segunda guerra mundial, nos recuerda como muchos médicos y psicólogos del partido nazi, no solo apoyaron el régimen, sino que participaron activamente. El caso más dramático en psicología fue sin duda, el del influyente Gerhard Pfahler (1897-1976), profesor en Giessen y en Tubinga y destacado teórico de la personalidad, quien al mismo tiempo que desempeñaba sus funciones docentes, era SturmfUhrer (jefe de una fuerza de choque) y, según declaraciones propias, un buen amigo de Rudolf Hess.
Cabe recordar que, en los campos de concentración nazis, distintos actores de las ciencias de la salud experimentaron cruelmente y sin ningún tipo de resguardo ético con seres humanos, en pos de ideales descabellados de perfección genética y pureza racial.
En lo que respecta al psicoanálisis, este comenzó como una disciplina liberadora de los yugos de la medicina tradicional, que solo concebía la patología con base anatomo fisiológica, administrando la mayoría de las veces el aislamiento y el encierro como mecanismo privilegiado ante los padecimientos mentales.
Freud es el pionero en generar que, mediante la práctica psicoanalítica, las mujeres internadas en la Salpetriére, tomen la palabra para expresar una queja que hasta el momento era silenciada. Sin embargo, esta queja, como parte de las determinaciones de la época, no pudo ser escuchada por fuera de los dispositivos de poder con que se contaba, en su mayoría profundamente patriarcales y por ende patologizantes de lo femenino.
No obstante, desde sus inicios, el psicoanálisis se permitió la división en dos corrientes: una, los culturalistas que trataban de pensar en el impacto de lo cultural en la construcción del psiquismo (Psicología de las masas, origen de las instituciones, mitos y creencias, etc.) y otros, los endogenista que entendieron lo psíquico como el origen de toda subjetividad y por ende padecimiento, es decir, se abocaron solo a la clínico, como si ello estuviera desligado de lo social.
Ahora bien, ¿qué sucede cuando el psicoanálisis se piensa como desligado de los dispositivos del poder?
En mi corta experiencia teórica y clínica, creo que podríamos agrupar estos efectos en dos grandes grupos:
- El aislamiento en la intelectualidad, donde se colabora por indiferencia y pasividad con dispositivos que oprimen al sujeto,
- El encantamiento narcisista con ideales que vulneran la esencia misma del psicoanálisis, es decir, la singularidad del sujeto y su deseo.
En otras palabras, planteo que cierta interpretación errónea de lo que implica la regla de abstinencia (distancia afectiva necesaria con un paciente, para un proceso de análisis), hizo creer a muchos analistas, que pueden permanecer abstinentes también de los dilemas que plantea el hecho de vivir en democracia y construir ciudadanía.
La noción de “Construcción de ciudadanía”, nos remite directamente al hecho de que, para que un sujeto pueda entrar en análisis, es condición sine qua non, que existan derechos básicos e inalienables incorporados a su existir en el mundo solo por la categoría de ser sujeto.
Ocurre reiteradamente que muchas veces por no tener en cuenta este punto, se cometen errores, con consecuencias clínicas graves, porque se insiste en una pregunta por la responsabilidad subjetiva antes de reorganizar o restituir los derechos ciudadanos. Los ejemplos más claros de esto, se dan en los casos de violencias que se aplican directamente sobre los cuerpos femeninos, las disidencias sexuales, las clases sociales excluidas y las minorías étnicas, dejando sus efectos traumáticos.
Cuestiones como la violencia de género, la segregación racial, la exclusión a causa de la pobreza, las distintas formas de homofobia y transfobia o las persecuciones ideológicas, nunca pueden ser tomadas como parte del ámbito privado. En principio porque constituyen un delito, y un delito es siempre público, ya que deja una marca en el tejido social.
Eric Laurent, en un texto que se denomina “ El analista Ciudadano”, nos alerta contra los analistas que no han entendido la importancia de su rol social y prefieren resguardarse en la crítica y la falsa ilusión de ejercer por fuera de la política y la pasiones :
“Los analistas tienen que pasar de la posición del analista como especialista de la des-identificación al del analista ciudadano. Un analista ciudadano en el sentido que puede tener este término en la teoría moderna de la democracia… Los analistas han de entender que hay una comunidad de intereses entre el discurso analítico y la democracia, ¡pero entenderlo de verdad! Hay que pasar del analista encerrado en su reserva, critico, a un analista que participa, un analista sensible a las normas de segregación, un analista capaz de entender cuál fue su función y cuál le corresponde ahora…”. (2).
Como profesionales de la salud mental, nos debemos un examen y una crítica a nivel interno sobre las diversas situaciones donde, por negligencia, ignorancia o plena aceptación, hemos colaborado con dispositivos de poder que aniquilan la subjetividad o cuando menos la lesionan seriamente. Y digo debemos porque hemos aprendido que no podemos desprendernos de la historia, la memoria y los linajes por mas que no hubiéramos sido protagonistas directos de una época determinada.
Entender que no solo nos determina en nuestra práctica la responsabilidad subjetiva que se dirime en el requisito de analizarnos y aceptar inclusive hasta responsabilidad moral por el contenido sueños, como lo sostenía Freud. Sino también aceptar nuestra responsabilidad social, como parte de un discurso que tiene su potencia, sus efectos y una ética.
En este sentido, la perspectiva de género y derechos humanos no puede estar ausente en la formación del analista ni en su práctica. Existe una famosa frase atribuida a Nietzsche que sostiene que un psicólogo solo puede ser un voyerista o un político. Tomando con prudencia esta dicotomía, claramente construir ciudadanía también desde la clínica, nos aparta necesariamente de ser meros espectadores del sufrimiento ajeno y nos invita a intervenir con la responsabilidad que esto conlleva.