A los 19 años denunció una violación cometida por dos hombres en Tafí Viejo. Uno de ellos hijo de una familia con gran poder económico y político en la provincia. Pasaron nueve años de amenazas, revictimización y dilaciones judiciales. Hoy, con 28 años, Carolina Monteros enfrenta el juicio con la firmeza de haber transformado su dolor en lucha.
“Vengo luchando sola hace seis años”, decía Carolina Monteros hace cuatro años, cuando decidió hablar públicamente de lo que había denunciado en 2016: que había sido violada por dos hombres. Nueve años después de aquel 3 de julio en que su vida cambió para siempre, Carolina llega al juicio oral con una certeza: no lograron callarla. Los imputados son Franco Trapani y Álvaro Rodríguez.
La noche de ese sábado salió a un boliche en Tafí Viejo. El regreso fue una trampa. Un auto, la complicidad de quienes la rodeaban y la llegada a una casa de la que no pudo escapar. La denuncia por violación contra Trapani y Rodríguez abrió un expediente judicial que, lejos de protegerla, la expuso a más violencia. Una violencia que ya conocen quienes deciden denunciar.
Desde el primer día, Carolina enfrentó un sistema que pareció más preocupado por proteger a los acusados que por garantizar justicia. El robo de su celular en fiscalía, las constantes dilaciones, las presuntas maniobras de las familias de los imputados: todo jugó a favor de la impunidad. El fiscal Washington Navarro, que estuvo a cargo de la investigación en un primer momento, pidió el sobreseimiento sin que la prueba médica legal haya sido incorporada en el expediente. Dos años y medios demoró en ser incorporada una prueba fundamental. Durante años la causa quedó paralizada. Carolina pasó de la ilusión de una respuesta rápida al peso insoportable de una espera interminable.
El impacto en su vida fue devastador. La depresión, las internaciones, el aislamiento. “Viví presa de un proceso que no avanzaba. Morí muchas veces en estos nueve años”, dice hoy. La falta de justicia no solo prolongó el dolor, buscó quebrarla. Mientras, los imputados continuaron con sus vidas y sus negocios creciendo.
“Franco Trapani es director en FGF TRAPANI S.A, una de las principales empresas citrícolas de Tucumán. Desde que ingresó en la empresa en 2007, no paró de ascender: de director management and industrial Sales en 2016 hasta actualmente Director. A pesar de la denuncia en su contra, la empresa lo promovió sistemáticamente y lo transformó en Director de la empresa hace un año y 8 meses”, escribió el periodista Sebastián Lorenzo Pisarello.
El 1 de octubre comienza el juicio por abuso sexual agravado contra Franco Trapani y Álvaro Rodríguez. La sobreviviente del abuso es Carolina Monteros, quien luego de esperar 9 años verá a los acusados dando cuenta a la Justicia.
— Seba Lorenzo Pisarello (@spisarello) September 23, 2025
Un dato no menor: Franco Trapani es director en… pic.twitter.com/hiNVGtFW9I
Pero Carolina no se quebró. Decidió ponerse de pie, aprender el lenguaje de los tribunales y asumir un rol activo en la querella. Convirtió el expediente en una bandera, y la soledad en un camino de resistencia. El caso de Thelma Fardín y el impulso del movimiento feminista fueron un faro en esa búsqueda. “Conocí a otras sobrevivientes, entendí que no era la única y que mi voz también podía ayudar a otras”, afirma.
Hoy Carolina no está sola y enfrenta a quienes la violentaron y a un sistema que intentó despojarla de dignidad. Lo hace con una frase que resume su recorrido: “Yo ya estuve presa en la espera durante nueve años. Hoy estoy de pie frente a quienes intentaron quebrarme”.
El juicio, que comienza el 1 de octubre, se desarrolla en un tribunal unipersonal presidido por el juez Antonio Nicolás Gutiérrez, con la fiscal Marta Ignacia Jerez de Rivadeneira en representación del Ministerio Público Fiscal. La querella es llevada adelante por el abogado Carlos Garmendia, mientras que la defensa de los imputados está a cargo del abogado Alfredo Falu.
El juicio que comienza no borra el dolor ni recupera el tiempo perdido, pero abre una posibilidad: que, por una vez, la justicia no sea sinónimo de impunidad.
Para Carolina, una condena sería un acto de reparación, pero también un mensaje para una sociedad en la que las violencias sexuales suelen quedar silenciadas y sin sanción. Carolina lo sabe y lo dice con claridad: “Necesito que la justicia esté a la altura, no solo por mí, sino por todas”.