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Milonga de mis amores: veinte años bailando en la Plaza Urquiza

Debía ser 2007. Recién empezaba a dar mis primeros pasos en el tango, torpes, inseguros, pero llenos de una emoción que no sabía bien de dónde venía. Esa fiebre que te agarra cuando el tango te atrapa por primera vez. Bailás los lunes y los jueves en clase, los miércoles hay práctica, el viernes o sábado alguna milonga con luces bajas y piso de madera, y el domingo… ah, el domingo.

Ese día en que se termina todo, cuando el cuerpo empieza a sentir el cansancio de volver a empezar la semana pero el alma todavía necesita un último abrazo, fue cuando encontré la milonga de la Plaza Urquiza.

No sé si la busqué o si ella me encontró. Pero ahí estaba: una ronda de personas bailando bajo los árboles, con las luces de los faroles mezclándose con la música que salía de unos parlantes pequeños. Una milonga a cielo abierto, sin más techo que el cielo mismo. Abrazabas a extraños y te dejabas llevar por la música, sin muchas palabras, como si el cuerpo ya supiera lo que tenía que hacer.

Ese fue mi primer contacto con esa comunidad hermosa que se junta cada domingo, hace ya 20 años, gracias a la terquedad amorosa de Américo Ibarra. Y desde entonces, cada vez que vuelvo, algo se enciende. Porque esa milonga no es solo un lugar para bailar. Es un lugar para encontrarse. Con el tango, con otres, con una misma.

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Veinte años a puro tango

La historia de esta milonga es, ante todo, una historia de amor. Allá por 2005, cuando todavía no existían redes sociales para convocar, y los celulares apenas servían para llamar y mandar mensajes, Américo Ibarra llegaba cada domingo a la Plaza Urquiza con un grabador bajo el brazo y el corazón lleno de tango. Venía desde Manantiales en colectivo, con su música y su paciencia, dispuesto a armar la milonga sin saber cuántos se sumarían ese día.

“Los desafíos fueron muchos. Todo era a pulmón”, cuenta Américo. “Con un grabadorcito, un par de temas, me venía solo, y así empezamos. Después fuimos creciendo. Compramos un equipo más grande, la gente colaboró, se fue sumando más gente a bailar, y así seguimos, domingo a domingo, hasta cumplir estos 20 años”.

Con el paso del tiempo, la milonga fue creciendo y tomando cuerpo. Dejó de ser un espacio improvisado para convertirse en una cita obligada para la comunidad milonguera de Tucumán, pero también para quienes pasean por la plaza y se quedan hipnotizados mirando los abrazos que giran sobre las baldosas.

Hoy, Américo no está solo. El Bondi Milonguero, conformado por Marcos Barconte, Sergio Mamani, Luciana Torres, Sonia Olmos y Sandra Ibarra, lo acompaña cada domingo y siempre hay alguien que lo ayuda a armar el espacio. Luciana, bailarina y quien está organizando el festejo de este domingo, junto a otros milongueros, afirma que “sostener estos espacios es poner muchísima energía. Hoy tenemos apoyo desde la Secretaría de Cultura de la Municipalidad, que nos ayuda a que la milonga se siga sosteniendo”. A esto se suma el apoyo de la comunidad tanguera.

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Un ritual dominguero

En estos veinte años, muchas historias se cruzaron en la plaza. Algunos llegaron por casualidad, otros buscando un lugar donde volver a empezar. Como Nilda Álvarez, que encontró en el tango una forma de sanar: “Me hizo bien volver a bailar cuando quedé viuda. Conocí mucha gente hermosa y sigo aprendiendo. Amo bailar, y el tango me hace bien de la cabeza y de los pies, como dicen los médicos”.

Mariana García llegó una tarde de primavera de 2017, con pocos meses de clases encima y algo de temor escénico por ese escenario tan expuesto. “Por suerte, en la comunidad siempre hay alguien que te abraza cuando sos nuev@. A mí me dio charla Elvita, la Señora de las Milongas. Ese gesto me hizo sentir bienvenida, como si siempre hubiera pertenecido”.

Para Diego Ivankovic, su primer encuentro fue en 2008, y todavía recuerda la sensación que le dejó ver tanta diversidad compartiendo un mismo espacio público. “Me atrapó de entrada. No era solo un lugar para bailar, era un espectáculo vivo al aire libre, un punto de encuentro donde el tango se siente, se improvisa y se transmite sin palabras. Ese es el tango popular, el que mantiene encendida la llama. Estoy convencido de que muchos llevamos un milonguero dormido en el alma, y este espacio tiene la fuerza para despertarlo”.

Cada domingo, cuando cae la tarde y la ciudad empieza a bajar el ritmo, los cuerpos se encuentran al ritmo del 2×4. Bailar es también una forma de resistir. De celebrar. De sostener la cultura desde lo colectivo. La Milonga de Plaza Urquiza se volvió un ritual. Un lugar donde se mezclan generaciones, estilos, historias. Donde siempre hay alguien que llega por primera vez, y alguien más que lo está esperando.

“Hoy veo mucho futuro: hay gente joven bailando, muy apasionada. Tienen internet, se informan, estudian tango. Yo creo que hay Plaza para otros veinte años más”, afirma Américo y todos le damos la razón.

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La fiesta de los veinte años

Este domingo 13 de abril desde las 20 hs, la plaza se viste de gala. El festejo incluirá música en vivo con la Orquesta 9 de Julio, la Compañía de Tango Bien Pulenta, DJ’s y la infaltable mesa milonguera para compartir. Como siempre, el espíritu es colectivo: se invita a llevar comidas, bebidas, mates y alegría. También habrá recipientes ecológicos y un sector autogestionado para cuidar las pertenencias.

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