Lucha universitaria: Milei y su problema con la educación pública

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Foto Atilio Orellana / Agencia Zur

Con la escalada del conflicto universitario, la sociedad se ve atravesada por miles de estudiantes que se vuelcan a las calles como manera de contrarrestar a un gobierno que no escucha el reclamo popular. Milei y su problema con la educación pública. Jaldo, el mejor alumno.

En estos días donde la sociedad argentina se ve interpelada, una vez más, por un sector que –al menos desde la Reforma de 1918– ha sido protagonista inclaudicable de los intensos vaivenes de la situación política, económica y social del país, el universitario, es necesario echar cierta luz a las intransigentes oscuridades del presente argentino. ¿Por qué el conflicto? ¿Es sólo por el presupuesto? ¿Es porque no se dejan auditar? ¿Le conviene, le molesta o siquiera le importa a Milei el conflicto universitario? Y en Tucumán, ¿en qué situación se encuentra el movimiento estudiantil? ¿A qué juega Jaldo?

La educación pública: Milei y la sociedad, entre el cinismo y el sinceramiento – Parte I

Ya todos conocemos a Javier Milei. En rápida dirección hacia su primer año de gobierno, ya todos sabemos cómo piensa, qué dice y, sobre todo, cómo se maneja. Con sus estudios primarios y secundarios en el colegio privado católico Cardenal Copello y educado en la Universidad de Belgrano, el presidente nunca formó parte de la educación pública. Claro que pertenecer –o no– a la misma no te hace merecedor de una mayor comprensión de la profundidad del actual conflicto universitario; por caso, los ministros Luis Caputo o Federico Struzenegger se recibieron de la Universidad de Buenos Aires y de la Universidad Nacional de La Plata, por ejemplo. Pero sí es cierto que, en el caso de nuestro ya conocido presidente, un dato como ese es fundamental para entender su razonamiento.

Y es que el presidente Milei, así como antes de ser diputado o presidente se jactaba de no ser parte de la casta –o sea, nunca haber ostentado un puesto o tenido un trabajo estatal (cosa que, más temprano que tarde nos enteramos que, por ejemplo, no quedó designado en el Banco Central)–, al día de hoy se jacta de no haber sido parte de los curros de las universidades. Milei, quien se considera el enviado de Dios símil Moisés, sostiene que está acá para acabar con la mafia de la educación pública. Imaginate por un segundo que alguien de otro país, por ejemplo, lee estas líneas y no entiende si hay un poco de ironía o efectivamente se condice con la realidad. Pues sí, se condice con la realidad y de manera literal.

Al presidente Milei, lisa y llanamente, no le importa el conflicto universitario. No se molesta con él, ni mucho menos empatiza, porque le es indiferente un problema sobre el cual no entiende. Es más, para él es música para sus oídos ver las decenas de focos de conflicto a lo largo y ancho del país, porque así sostiene su retórica revolucionaria ante unos cada vez más desgastados adalides de la libertad, aquellos quienes, a base de provocaciones organizadas en marchas o posteos troll en Twitter, lo defienden a capa y espada ante un gran sector de los argentinos a los que, apoyando o repudiando las medidas estudiantiles, bajo ningún punto de vista les es indiferente. Es aquí donde está la fuerza de las tomas, las clases públicas y las decenas de medidas que toma cada unidad académica en el seno de su autonomía.

En la Asamblea de Estudiantes de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNT, en un determinado momento, una estudiante sostuvo a viva voz que “al presidente no le importa lo que hagamos“. El asentimiento fue unánime, como así también hubo unanimidad cuando se sostuvo que cualquier medida que se tome es para demostrarle a la sociedad qué es lo que pasa cuando se elige, en una elección, a aquel quien propone destruir todo a su paso. Milei, le pese a quien le pese, está haciendo lo que dijo que iba a hacer. 10 meses después, los balances comienzan a hacerse.

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Foto Atilio Orellana / Agencia Zur
La educación pública: Milei y la sociedad, entre el cinismo y el sinceramiento – Parte II

Y es que, como dije anteriormente, las medidas que se toman en el seno de cada unidad académica sólo se entienden si se comprende que van dirigidas a la sociedad toda, sobre todo a aquellos quienes votaron por la destrucción de una de las principales características que nos destaca en el mundo: la gratuidad universitaria.

Sólo en un país como Argentina, tan acostumbrado a la universalización educativa, es posible que se vapulee tanto desde el mismo Estado a un sistema que, aún con todos los errores del mundo, ha demostrado altísimo rendimiento en cuanto a la formación de sus coterráneos. Imagínese usted, lector, que vive en Estados Unidos, por ejemplo. Imagine que nació en una familia que, si bien clase media, hará un altísimo esfuerzo por enviarlo a una universidad en alguna de las ciudades cabeceras de su estado. Lo más seguro es que su familia, para hacerlo, tenga que endeudarse a muchos años para enviarlo a usted a una institución que cuente con el mismo prestigio con el que cuentan nuestras instituciones. O imagínese que nació en Chile y que el presidente de su país tenga que dar una cadena nacional anunciando la condonación de la deuda que usted posee con los bancos debido a los préstamos estudiantiles, como hizo hace unos días el presidente Gabriel Boric. Bueno, así se siente estudiar en otros países: endeudamiento crónico.

Nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde, dice el dicho. A día de hoy, existen personas que ciegamente niegan que la educación pública esté en peligro. Consideran, siguiendo su razonamiento, que para que esté en peligro es necesario que se destruyan sus edificios o se cesanteen a todos sus docentes, tal vez. Pero nada de eso es necesario. El sólo veto al presupuesto universitario alcanza para destruir, poco a poco, lo poco de bienestar que le queda al Estado argentino.

Pero nobleza obliga: a esta altura, el presupuesto, si bien el principal, no es el único motivo por el que decenas de miles de estudiantes, docentes, no docentes y autoridades universitarias se vuelcan a las calles. Las palabras importan. Las acciones importan. Querer imponer la idea de que las universidades son un curro no sólo constituyen una desintegración simbólica al sistema educativo argentino, sino fundamentalmente representan la degradación de la cohesión social que representa para el argentino medio la posibilidad de estudiar.

La democracia es así. Los resultados veces gustan, a veces no, pero hasta el momento se ha demostrado el sistema más eficiente en cuanto a la representatividad. Javier Milei ganó, sí, y mucha gente aún considera que ese es motivo suficiente para dejar que haga y toque como él considere. Pero no. Así como mucha gente votó por la destrucción, mucha otra gente tiene derecho a accionar contra aquellos quienes cercenan derechos. Eso también es la democracia, mayorías y minorías, y por eso, simple y sencillamente, hay que bancársela. Quien quiera destrucción, protesta encontrará.

Jaldo, el mejor alumno

Mucho ha pasado desde que el gobernador Jaldo le brindó su apoyo al presidente Milei en aquella recordada votación por la Ley Bases, cuando los tres diputados del ahora Bloque Independencia –Agustín Fernández, Gladys Medina y Elia Fernández de Mansilla– dieron el sí en el recinto de la Cámara baja. Lo que sin dudas no ocurrió fue la llegada del dinero que la Nación le debe a todas las Provincias –entre ellas, Tucumán– y que a éstas les corresponde por Constitución. ¿Por qué Jaldo sigue dándole su apoyo a Milei a pesar de que no exista la reciprocidad que aún hoy espera el tranqueño? En la Casa de Gobierno sostienen que el razonamiento que hace el primer mandatario provincial se debe a la lectura que hace de la sociedad tucumana por estos días: la consideran más propensa a la mano dura policial, al hastío de los políticos y, fundamentalmente, al núcleo duro de apoyo que el libertario tiene aún en nuestra provincia. Jaldo, avezado político, prefiere moverse al son del temperamento del tucumano medio –o al tucumano medio que él prefiere ver–, aún si no recibe nada de parte del presidente al que él aún le tiene tanta estima, según parece.

Es en este único sentido que se entiende el desalojo que la Policía de Tucumán hizo esta semana en la Facultad de Filosofía y Letras, cuando decenas de uniformados llegaron y levantaron la protesta pacífica que se estaba realizando en la avenida Benjamín Aráoz en formato de clase pública. Al día siguiente, el gobernador cortó un par de calles para presentar las nuevas unidades de colectivos adquiridas, sumándole pan y circo a lo que el propio emperador decida. No es ilógico pensar que todo se dirima en estos términos. Si es el propio presidente de la Nación quien ejerce violencia lingüística, simbólica y estatal contra determinados sectores de la sociedad, ¿qué queda para el resto de los mortales? Por supuesto que la violencia irá en aumento en la medida en que sea un primer mandatario el que la impulse.

Como dijimos anteriormente por estas columnas, Jaldo gobierna con mano de hierro. No da lugar al disenso ni media palabra con aquellos que siquiera se atrevan a confrontarlo. Es por ello que por estos días salió la Senadora Nacional Sandra Mendoza y sostuvo en el programa El Avispero ante el periodista Roque Galeano que ‘’hay muchos compañeros disconformes y con miedo de hablar’’, dejando en claro que cada vez hay más descontento con los tratos del gobernador. Descontentos que, de todas formas, se ven neutralizados por los compañeros que defienden al tranqueño a capa y espada, con la conducción del todopoderoso ministro del Interior Darío Monteros.

Jaldo pertenece a una clase política –aquella nacida en 1983– que está en peligro de extinción, aún cuando es aquella clase quien aún posee los más importantes cargos representativos de la política provincial; pero en peligro de extinción en fin, no sólo por ser en su mayoría hombres de avanzada edad sino, fundamentalmente, por los rápidos cambios que se producen en la política argentina por estos días, donde todo, absolutamente todo, incluyendo lo bueno, se pone en tela de juicio bajo la égida de una revolución cultural que no se espera una contrarrevolución aún cuando la tienen frente a sus ojos.

Jaldo sabe que, en Tucumán, el conflicto universitario irá en ascenso y por ello decide involucrarse de manera directa mandando a la policía o sosteniendo que ‘’los docentes deben cobrar bien pero también es importante que se dejen auditar’’ ya que a él le sigue interesando ser el mejor alumno de Milei. ¿Será por convencimiento? ¿Será por supervivencia? Eso queda a criterio del lector. Si nos tuviésemos que juzgar en base a los cientos de carteles y cánticos que gritan ‘¡Jaldo traidor!’, diría que, según Dante, su lugar se encuentra en el noveno círculo.

Punteos del conflicto: el porvenir

El conflicto que hoy por hoy se encuentra vigente en una veintena de universidades públicas de todo el país promete seguir dando cátedra ante unos docentes irresponsables e intransigentes: el presidente, el gobernador y aquellos diputados que, en una y otra universidad, fueron declaradas personas non grata por toda la comunidad estudiantil. El presupuesto ya no es sólo el principal conflicto. Hoy por hoy, las ideas y las palabras tienen más fuerza que nunca. Ante las medidas ejercidas desde el Estado nacional, una toma estudiantil sin suspensión de actividades es la respuesta natural ante tanta ingratitud. ¿Quién está en falta entonces?

Debe entender usted, lector, que el auditar las universidades es sólo el caballito de batalla que Milei tiene ante un reclamo lógico ante unas medidas abruptas. ¿Quién está en contra de auditar las universidades? Absolutamente nadie, y mucho menos los tucumanos, por ejemplo. Los tucumanos, a quienes el inconsciente colectivo les provocó que, para nosotros, uno de nuestros dolores más grande sea la nunca concluida Ciudad Universitaria. ¿Nosotros no queremos que se audite nuestra Universidad? Si ése es el reclamo que hace años viene levantando toda la comunidad universitaria de la provincia. Y si vamos al caso, fue justamente una auditoría de la Sindicatura General de la Nación la que auditó y, por ello, a día de hoy, hay grandes jerarcas de la UNT procesados en un juicio histórico. ¿Y al presidente y su equipo económico quién lo audita? ¿Quién audita a Karina Milei o Santiago Caputo y su manejo de la SIDE, por ejemplo?

A día de hoy, facultades como la de Filosofía y Letras, Psicología, escuelas universitarias como la de Cine, Video y TV o escuelas secundarias como la Bellas Artes o la Sarmiento están tomadas, y en prácticamente todas las instituciones hay clases públicas. Porque la situación es insostenible, pero nadie come vidrio: si algo ha demostrado la historia política argentina es que el único motivo para que el movimiento estudiantil argentino se reorganice es porque las medidas que se toman son absolutamente impopulares, aún cuando el Gobierno de la Nación busque hacer creer que aquellos quienes militan por el derecho a la educación buscan mantener curros. Así pasó durante el gobierno de Carlos Menem cuando se descentralizó la educación y ésta pasó a la esfera de las provincias y los municipios. Es ese el principal motivo de por qué hoy los niveles educativos se encuentran en sus puntos más bajos: porque aquella descentralización provocó una creciente desigualdad en la calidad de las aulas.

Aún con todo en contra, los estudiantes sabemos –más que nadie– que nuestra mejor arma son los libros, el estudio y los finales rendidos. Son nuestros padres y madres, que hacen todo su esfuerzo para vernos estudiar. Son nuestros hijos, a los que llevamos a nuestras aulas porque no tenemos dónde dejarlos. Son nuestro laburo, al que agradecemos tenerlo y por no tener que ir a buscar trabajo en su lugar. Son nuestros sueños y anhelos de buscar un mejor futuro, con un título bajo el brazo que haga llorar a nuestros abuelos que no pudieron terminar la primaria. Son nuestros compañeros del interior profundo, que viajan todos los días o vienen de otras provincias o países a estudiar en la gloriosa universidad argentina. 

La jornada del jueves 17, con clases públicas en las plazas de todo el país coronada con una nueva marcha multitudinaria, marcó un nuevo hito en esta lucha. Porque a diferencia de lo que sostiene el presidente, vemos a nuestra educación como el verdadero faro de libertad; vemos a la educación como el lugar donde los más pobres, aún con las dificultades que sostiene este sistema tan desigual, pueden educar a sus hijos y romper con una barrera que este sistema te impone.

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