Libertad bandida y vida carcelaria

Con el Premio Especial del Jurado de la Competencia Argentina Festival Internacional de Cine Político en el FICiP, la película documental filmada en el Penal de Villa Urquiza de San Miguel de Tucumán “Bazán Frías. Elogio del crimen” se estrenó en distintos puntos del país, entre ellos Tucumán. Al respecto, el docente Pedro Arturo Gómez nos ofrece un profundo análisis.

Los mitos surgen de un rasgo inherente de la realidad, su insuficiencia; de ahí la persistencia de las mitologías, otro de esos cruces entre lo imaginario y lo simbólico que fundan la realidad. También son habituales los mitos originados en realidades marcadas por formas extremas de la insuficiencia, como son las marginaciones y exclusiones producto de la desigualdad social. A este grupo pertenecen los legendarios bandidos venerados por la devoción popular, manifestación de una actitud de resistencia y contestación propia de los sectores sojuzgados o subalternos ante un orden marcado por la inequidad. Ésta es la horma del mito de Bazán Frías, el bandolero que, tras sus andanzas entre el campo y la ciudad –en algún contacto, según cuenta parte de su leyenda, con militantes anarquistas- es abatido por la espalda en 1923, por la policía, en el Cementerio del Oeste de San Miguel de Tucumán.

Sobre estos cimientos, Bazán Frías, la película, pone sus cartas sobre la mesa en el título mismo de la realización, donde se hace sentir desde el vamos su aguijonazo en la reacción de las buenas conciencias, con una aparente declaración de principios: “Elogio del crimen”. En realidad, se trata de una frase que emana de un escrito de Karl Marx sobre la productividad de todas las profesiones: el delincuente produce no sólo delitos, sino también el derecho penal y sus agentes, toda la policía y la administración de justicia penal (jueces, jurados, verdugos, etc.), todas las industrias, recursos materiales e instrumentos de la institución punitiva, incluida la tortura. Pero, señala Marx, el delincuente -al romper la monotonía y el aplomo cotidiano de la vida burguesa- produce además una impresión que moviliza los sentimientos morales y estéticos del público, de modo que no sólo produce las maquinarias, profesiones, oficios y documentos del derecho penal, sino que produce también arte y literatura. En gran medida, esta productividad seminal es la materia prima y el combustible de este documental sobre el bandido tucumano.

Al igual que con toda la galería de criminales míticos trazada sobre los contornos de la figura de Robin Hood, importan menos los hechos reales de la vida del bandolero que su aura cultural como núcleo de sentido en un sistema de creencias. Entre los sentidos construidos acerca de Bazán Frías, el documental toma explícita distancia de voces hegemónicas como la de la institución periodística, renunciando a hallar una verdad sobre el bandido en los archivos del diario El Orden, mediante una opción en favor no de certidumbres sino del sostenimiento de un interrogante: ¿dónde está Bazán Frías? A continuación, la película pasa a recoger testimonios de la fe popular ante la tumba del bandido milagroso, una fe paradójica porque en ella concurren tanto sujetos ligados a las órbitas de la delincuencia como sus probables víctimas, esas mismas que desde su experiencia cotidiana hablan del padecimiento de la inseguridad. Unos y otros, reunidos en ese despojado santuario, coinciden, además –tal como lo revelan sus expresiones, corporalidades y atuendos- en pertenecer al extenso espacio social de los menos privilegiados.

Luego, el documental se adentra en un particular mundo de vida, la cárcel de Villa Urquiza en Tucumán, y se transforma en la etnografía audiovisual de una comunidad de reclusos penales, una exploración que tiene como hilo de Ariadna al “Robin Hood tucumano”, un eje posible en la cultura de este microcosmos carcelario. Es allí donde la película se enfrenta a la cuestión fundamental de la indagación etnográfica: el Otro, una alteridad que en este caso resulta perturbadora, porque representa ese sacudimiento dramático del orden burgués que moviliza sentimientos morales de la cual hablaba Marx: los delincuentes, aquí en reclusión. La herramienta es un taller de actuación montado en locaciones de la unidad penitenciaria, donde los internos interpretan fragmentos de la vida de Bazán Frías, filmados en escenas que insertan la libertad bandida en el recinto de una prisión, en un contrapunto entre la recreación ficcional y el registro testimonial de los presos en interacción con las y los integrantes del equipo de filmación.

Bazán Frías. Elogio del crimen es un ágil y movilizador ejercicio de cinema verité y documental participativo, reflexivo y autorreflexivo: la cámara interviene en esa realidad profílmica funcionando como un catalizador que precipita situaciones, se muestra al colectivo de realización interactuando durante el rodaje con los reclusos, quienes exponen sus apreciaciones y cuestionamientos, mientras que la película exhibe su propio dispositivo fílmico y reflexiona acerca de sus motivaciones, objetivos y recursos. Pero las cualidades más sobresalientes de este film están en su capacidad para desmontar la violencia simbólica inherente a una incursión documentalista de la institución cinematográfica en una comunidad subalterna privada de libertad. Esto se logra mediante operaciones de enunciación que hacen posible una articulación dialógica entre el punto de vista “nativo” (el de los reclusos) y el de los realizadores, sin rehuir la confrontación, y el acceso a las texturas humanas más vitales de los sujetos de esa comunidad, sus pensamientos y emociones, sus anhelos y miedos, superando las prefiguraciones –aún las más idealistas y bienintencionadas- sin evitar nombrarlas, en una exploración que se hace cargo con explicitud de los riesgos que conlleva la construcción de la accesibilidad a esos mundos personales.

Entre estas operaciones enunciativas, otro logro es el de una voz narradora participante encarnada en la actriz Alejandra Monteros, quien en los tramos de ficción –escenificados a partir de las prácticas del taller actoral- interpreta a Elena, la esposa de Bazán; pero quien también interviene como activa y comprometida interlocutora con los reclusos, en la inmersión dialogal hacia el interior de sus vidas. Algunos de los momentos más vibrantes del filme surgen de esa narración suya que no deja de abismarse ante ese paisaje humano asediado por la violencia y la muerte, un asedio cuyo espectro asoma con siniestra fuerza en una secuencia en la que unos internos juegan alegremente con un ataúd. La referencia al incesante cerco de la muerte que rodea a esos hombres arrojados a las barbaries del orden institucional se reafirma con la cita de un poema de Charles Bukowski: “Los muertos no necesitan aspirina o tristeza, cigarrillos no (…) pero quizá los muertos se necesitan unos a otros…”.

Más allá de esta cita, ese mismo poema prosigue diciendo que los muertos “en realidad, quizás necesitan / todo lo que nosotros necesitamos / y necesitamos tanto…”. Bazán Frías. Elogio del crimen, abrevando en la energía inagotable del mito, funciona no como proveedor de respuestas, sino como desestabilizador de certezas, como fuente de interpelaciones que desestabilizan nuestro repertorio de certidumbres. Lejos tanto del pánico burgués como de la idealización reivindicatoria, hace como todo buen documental: construye con punzante honestidad esas preguntas que necesitamos tanto.


La fotografía destacada es una gentileza del equipo de Bazán Frías. Elogio del Crimen.

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