La mujer de la fila

Foto de Leo Furio

Se estrenó el 4 de septiembre en Argentina La mujer de la fila, la última película de Benjamín Ávila, protagonizada por Natalia Oreiro. El film está basado en hechos reales y cuenta la historia de Andrea Casamento, una mujer que ve transformada su vida cuando uno de sus hijos es acusado de un crimen y encarcelado.

Ávila asume una tarea enorme y difícil: mostrar un mundo desconocido para la mayoría, el de las familias de las personas presas. La película no se propone una batalla directa contra alguien en particular —quizás sí contra la crueldad y el olvido de lo humano—, pero retrata de un modo distinto lo que se vive en torno a las cárceles.

A diferencia de ficciones como El marginal o En el barro, y de otras narrativas que explotan estereotipos, fantasías y morbo social sobre las personas privadas de libertad, La mujer de la fila invita a explorar una arista singular: la vida de las mujeres que cuidan. Sin caricaturas ni hipersexualización, con respeto hacia las familias que sostienen el día a día, la película expone una verdad incómoda: en las cárceles, en su mayoría, están los pobres. Desde esa conciencia y empatía se construyen los personajes. Uno de los logros del guión es que los espectadores no estemos pensando todo el tiempo en el delito y la condena: culpable o inocente son solo dos modos de habitar la cárcel, pero hay otros tantos como los tenemos las personas que no estamos privadas de la libertad.

Natalia Oreiro junto a Andrea Casamento

Por varios minutos, el film suspende nuestro sentido común punitivista y abre paso a un mundo de mujeres que visitan, cocinan y cuidan a esposos, hermanos e hijos. Son las únicas personas que no abandonan, incluso en ese territorio donde la sociedad quiere arrojar al olvido de la humanidad a las personas.

La actuación de Natalia Oreiro es notable: encarna el sufrimiento de una madre cuya realidad se derrumba con la prisión de su hijo. Primero transita el ruido, la distancia y el rechazo; luego, el reconocimiento de otras mujeres. Oreiro transmite la persistencia del dolor materno, pero también la posibilidad de un aprendizaje colectivo. El elenco combina actrices profesionales con mujeres que atravesaron esa experiencia.

En varias escenas aparecen testimonios reales y colectivos: la historia de la mujer de la fila no es de una sola, sino de todas. Ávila incluso incluye una historia de amor que crece lentamente por teléfono: una historia real, madura, que trae destellos de esperanza en medio del gris de los pabellones y del gris, distinto pero similar, de los autos del poder judicial. 

La historia de Andrea Casamento puede encontrarse en plataformas digitales. Ella se convirtió en activista y referente internacional por los derechos humanos y en 2008, junto a otras mujeres, fundó la Asociación Civil de Familiares de Detenidos (ACiFaD). En una charla TEDx relató que desde el primer día de detención de su hijo durmió en el sillón del living, al lado del teléfono, esperando el llamado del penal. Una mujer en estado de alerta permanente, en una sociedad que también juzga a las familias y que solo puede sostenerse gracias a una red compartida.

Miles de mujeres en la fila

Mabel tiene 49 años, es de La Matanza y hace más de cuatro años integra ACiFaD. Tiene dos hijos; uno de ellos tiene 28 años y está preso. Mabel participó como extra en la película.

En Argentina hay alrededor de 113.000 personas privadas de su libertad. Se estima que, en promedio, cada persona tiene un núcleo familiar de cinco personas, por eso son más de 600.000 las vidas atravesadas por el encierro. Como dice Mabel: “La cárcel se te instala en tu casa. Se destruye la vida que tenías antes, empieza el caos total, la incertidumbre total. Luego, muy de a poco, se construye una dinámica completamente distinta en tu hogar”.

De esas 600.000 personas, la gran mayoría son mujeres, muchas veces acompañadas por niños, niñas y adolescentes. Sobre la experiencia de ser extra en la película, Mabel cuenta lo transformador que fue. “Cuando Benjamín Ávila nos convocó, jamás pensé que a mis 49 años iba a estar filmando una película. No solo fue increíble para mí, también lo fue para mis compañeras. En los rodajes jugábamos a llevar bolsas pesadas, como si fuéramos de visita; de lunes a viernes era un juego, pero el sábado y domingo volvíamos a la realidad de cargar esas bolsas para ver a nuestros familiares”.

La historia de Oreiro se replica en todo el país y en la región: mujeres ejerciendo tareas de cuidado dentro y fuera de las cárceles, enfrentando un sistema penal y judicial que pocas veces las escucha o las comprende. Por eso cobra sentido la organización. “Cuando empezás a encontrar personas que pasan lo mismo que vos, todo se vuelve más llevadero. Eso se ve mucho en la película: la comunidad, el lugar de pertenencia. En ACiFaD recibimos a cada persona porque todas pasamos exactamente por lo mismo. Cuando ves a otra más entera, pensás que vos también vas a llegar ahí. Así se transita mejor el camino de la cárcel”, dice Mabel.

Foto de Leo Furio

La complejidad del encierro

Con esta obra podemos adentrarnos en la historia de una familia, en una historia de amor y en la necesaria red de contención que construyeron las mujeres de la fila. En este sentido, Natalia Gabellini, miembro del Comité Nacional de Prevención de la Tortura, comenta: “la película refleja la angustia y las dificultades que deben afrontar las familias de las personas privadas de la libertad para mantener los vínculos con sus seres queridxs”.

“En la práctica poder sostener el centro de vida es un objetivo que se ve atravesado por múltiples condicionamientos: las distancias de los lugares de detención, las requisas vejatorias, las agendas y requisitos establecidos para las visitas, las restricciones sobre ingreso de los objetos, alimentos o vestimenta, las dificultades para garantizar espacios de intimidad, la violencia y las jerarquías que se promueven adentro como modos de resolución de conflictos, entre otros”, menciona Gabellini.

Para Gabellini, la película logra reflejar que “las personas que componen la fila son en su mayoría mujeres, madres, hermanas, tías, vecinas, amigas, y la película logra mostrar cómo las afecta particularmente estando no sólo a cargo del cuidado de su familiar que se encuentra en el encierro, sino también del resto de la familia que, estando en el exterior, habitan también la cárcel. Muchas veces son niños, niñas y adolescentes, por quienes trabajan para sostener sus rutinas, su alimentación, su educación, para minimizar el impacto de los prejuicios. Al mismo tiempo, deben juntar el dinero para pagar abogados o abogadas, insistir por obtener de operadores y operadoras judiciales información acerca de las causas, entre otros aspectos que las atraviesan“.

“Me parece que poder abrir la cárcel no desde un imaginario, sino de manera cercana a lo que en la realidad sucede, colabora, en primer lugar, con la disminución de la opacidad en la que viven quienes se encuentran en ella, que es lo que facilita que se reproduzcan dinámicas de crueldad hacia adentro, y en segundo lugar, con la comprensión y el cabal entendimiento de esa realidad. Es abordando el encierro en su complejidad, que se pueden pensar políticas públicas a largo plazo“, cierra.

El Comité Nacional para la Prevención de la Tortura ha declarado de interés la película antes de ser filmada con el objetivo de ayudar al fortalecimiento del proyecto, y apoya dispositivos tan importantes como el de la línea de atención telefónica de AciFad.

Una obra necesaria

Un aire fresco y repleto de emociones impregna el cuerpo cuando concluye La mujer de la fila: a pesar de la dureza de la temática, la historia nos brinda calidez. Benjamín Ávila logra conectar la película con una larga tradición de defensa de los derechos humanos en Argentina. Además de una obra de arte, esta historia será, seguramente, una herramienta de sensibilización muy importante en los próximos años.

La conciencia de que la vida continúa en todos lados, incluso en el desamparo absoluto, se vuelve presente hasta el último segundo. Es una de esas películas que se ven más de una vez.

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