Mientras nuestro país atraviesa una profunda crisis económica y política, la infidelidad de una pareja de famosos ocupa una vez más la agenda nacional. En esta oportunidad, vía streaming, Gimena Accardi habló sobre su separación con Nicolás Vázquez, sobre las razones por las que se separaron y aceptó una infidelidad: “me mandé una cagada”.
Ella tuvo que exponer su intimidad, contar que pidió mil veces disculpas por una infidelidad en un vínculo de 18 años. Exponerse a corazón abierto parece ser el único modo de contrarrestar los rumores en redes, que la hacían quedar como villana, rompehogares o la nueva Tatiana.
Con la asunción de Milei y la derechización general, las batallas culturales de los feminismos también tuvieron retrocesos. ¿Recuerdan cuando se hablaba en público —y quizás por primera vez— de otros modos de vincularnos? ¿Se acuerdan de la pareja abierta, el poliamor y todos esos conceptos? Durante este tiempo varias salieron a decir que no, que no les gustaba, que lo intentaron y fracasaron, y que por eso volverían a los modos “clásicos” de relacionarnos.
Los debates se movieron como un péndulo: en 2018 era una pose cool pensar en poliamor o pareja abierta, y en 2023 se volvió “cosa de idiotas”. La relación monogámica regresó al centro de la escena, del deseo y de las metas de un gran número de personas.
Dentro de la monogamia está el drama de la infidelidad, la toxicidad que acompaña a los primeros noviazgos —como vimos en el relato del hijo de Florencia Peña—, y también el clásico drama heterosexual. Toda farándula tiene sus parejas icónicas, acompañadas de un halo de belleza y, a veces, talento. Las parejas del espectáculo son el arquetipo del amor: suponen que los galanes existen, que las mujeres hermosas también pueden ser parejas ideales y que los vínculos pueden ser perfectos.
La monogamia tiene una cláusula escondida que todos sabemos pero preferimos olvidar: como todo lo humano, no se sostiene en el tiempo. Lejos de desanimarnos, ese hecho nos motiva a intentarlo, y convierte a la infidelidad en un universo en sí mismo. Qué aburridas serían nuestras culturas sin esas faltas. Sin los rumores, los engaños y los escándalos por rupturas. ¿Se imaginan la vida? Los programas de chimentos deberían ser más parecidos a terapias de grupo que a paneles cubiertos de prejuicios y peleas. Nos faltaría contenido.
El hombre famoso infiel, por un lado, se vuelve villano, un galán imperfecto, pero por otro lado aparece lo más cercano, como una posibilidad para otras desconocidas. La mujer famosa infiel, en cambio, es mala de entrada. P.u.t.a, diríamos. Debe entonces pedir disculpas públicas, dar detalles, justificar y seguir un libreto que es producto de una moral social y de una supuesta imagen positiva para marcas. El escarnio es público al punto tal de ser patologizante.
Nosotros, el público, nos empecinamos en detalles de algo que de todos modos conocemos: nos entretiene jugar a ser jueces de esa miseria cotidiana. Necesitamos hablar mucho más de otros temas de modo colectivo antes de abandonar el dulce encanto del culebrón monogámico. Sin Educación Sexual Integral, ni saberes básicos sobre salud sexual y cierto piso de conocimiento resulta aún más difícil. No tengo pruebas, pero tampoco dudas, de que mientras menos Estado hay, mayor es el fanatismo a una clase de personas que funcionan como espejo: los famosos.
Cada vez que se comprueba una infidelidad de famosos aparecen los mensajes tipo: “si a Pampita, que es perfecta, le fueron infiel, no hay escapatoria”. Recientemente también se vieron mensajes de este tipo sobre Nicolás Vázquez.
Nos gusta más la fantasía de un contrato que la realidad de otros tipos de vínculos. Porque es cierto: la relación abierta o la monogamia no son respuestas definitivas a cómo nos relacionamos, porque no existe tal cosa.
Pero también es cierto que nadie escapa al hecho de que nos volvemos absurdos intentando sostener un acuerdo que supone suprimir el deseo, pautar la relación con el mundo en base a la pareja y, sobre todo, mentir y ocultar.
El poliamor probablemente requiera mucho tiempo, y no sea sencillo: muchas personas entraron a esos vínculos pensando que sería más fácil y salieron desilusionadas y dolidas. Las parejas abiertas, con distintos arreglos para tener sexo o vínculos con otros, también pueden fallar. No importa dónde resida el acuerdo —en la prohibición de tener sexo o incluso en juntarse a ver una película o ir al teatro— siempre habrá margen para el engaño, el error y la falta de cuidados.
Creímos mal, quizá por esperar demasiado de esos otros modos de vincularnos. Nada ni nadie nos salvará de nosotros mismos ni del daño que podemos hacernos. Pero sí es cierto que aquellos modos que cuestionan la monogamia parten de un piso más realista: las personas deseamos y nos vinculamos sexual y afectivamente con varias, independientemente de nuestro proyecto de vida o de nuestra pareja estable. Nadie desea ni ama del mismo modo toda su vida a una sola persona.
A partir de esa idea, menos culposa sobre nosotros mismos y nuestros deseos, pensar en vínculos que le pidan menos al otro resulta posible. La espectacularización de la infidelidad, hablar a través de esos grandes relatos de los famosos, es un modo más de encubrir las fallas de este contrato. ¿Dejaremos algún día de encontrar goce en la falla de monogamia? ¿Podremos alguna vez cuestionarla?