Pocas veces las noticias de diversidad sexual salen en los medios más vistos y leídos de Tucumán. Cada vez que eso pasa, quienes pertenecemos al colectivo LGBTI sabemos que nos llueven comentarios de odio, burla, desprecio y violencia.
La semana pasada se aprobó una declaración de interés de la Marcha del Orgullo en el Concejo Deliberante de San Miguel de Tucumán. Fue un gesto político y simbólico que no representó gasto alguno para el Estado ni demandó demasiado tiempo a los propios concejales. Un gesto que, en tiempos donde el Presidente usa a la diversidad como chivo expiatorio, se agradece.
Sale la noticia y entro a ver los comentarios: “La agenda degenerada y despoblacional que vino a destruir el núcleo familiar, derramar sangre inocente y legalizar la pedofilia”.
Lo primero que hago es ver el perfil. Está restringido, pero tiene fotos y parece una persona real: un hombre joven que bien podría ser compañero de trabajo, amigo o vecino. No es un bot.
Las formas del odio
Un centenar de comentarios más hablan de lo innecesario de este acto y remarcan la necesidad de arreglar las calles y las cloacas. En eso tienen razón, pienso, pero ¿qué tiene que ver una cosa con la otra? ¿Cuándo una travesti se quedó con una obra pública? ¿Conocen a alguna trans millonaria en Tucumán? ¿Los gobernantes son parte del colectivo LGBTI? La historia nos muestra que toda esta construcción la hicieron heterosexuales, de todos los partidos.
Sigo bajando. Aparecen los chistes de Atlético y San Martín, o los que paran en la publicación solo para arrobar a un amigo, reírse y seguir de largo. Como quien señala algo en la calle, se burla y sigue caminando.
Una señora de Corrientes comenta: “En Corrientes vienen en noviembre!!! Estamos orando, clamando a Dios!!!”, como si se tratara de una invasión demoníaca. Otra, en el mismo tono pero de distinta iglesia, escribe: “Opino que es una vergüenza, que apoyen a tantos jovencitos en su confusión emocional y espiritual. Cuánto daño hacen. Van a tener que dar cuenta a Dios del daño que causan”.
De 1500 comentarios en una publicación, la mayoría son de burlas y enojo, y algunos expresan un odio a la diversidad que asusta.
Otra noticia, la misma violencia
Ese mismo día se conoce otra noticia: una función a beneficio en la Facultad de Derecho. Todos los que participaron donaron su tiempo y trabajo. La Facultad nos prestó el espacio. Sin embargo, los mensajes negativos también llueven. Aquí ya no son las cloacas sino la auditoría universitaria.
Los agravios crecen: “¿Para qué perdió Milei, los revivió a todas estas ‘cosas’? No sé cómo llamarlas”, dice un hombre de Bella Vista.
Se repiten también los fundamentalismos: “A lo malo llamarán bueno, y a lo bueno malo. Dios es claro en su Palabra: no entrará al reino de los cielos ningún afeminado. Oremos para que el Espíritu Santo llegue a sus vidas y ellos puedan aceptar las enseñanzas de Dios y aplicarlas”.
Me pregunto si quien comentó eso sabrá del grupo de diversidad que asiste a misa en la iglesia de La Merced, con una gran labor pastoral. ¿Sabrán que también tenemos derecho a creer en el mismo Dios, si así lo deseamos?
“Qué asco, Dios mío”, dice un perfil con la foto de un chico adolescente. ¿Tendrá compañeros gays? ¿Compañeras lesbianas? ¿Se lo dirá en la cara? ¿Será un adolescente con preguntas que expresa, mediante el odio, un pedido de ayuda? ¿Tendrá ESI en su escuela?
No somos sus víctimas
No quiero victimizar a la diversidad. No somos víctimas. A la mayoría no nos cambia la realidad la opinión de los demás. Pero cuesta pensar en un futuro mejor en un contexto donde el odio se ejercita a diario en redes sociales, donde la ignorancia crece, los espacios de escucha son pocos y la intervención frente a la violencia casi nula. Sobre todo porque muchas veces la misma práctica se repite en las calles, en el colectivo y en las escuelas.
Somos un sujeto político de la democracia. Venimos hace décadas enfrentando el odio, la exclusión y la violencia oportunista de algunos sectores, sobre todo de aquellos que quieren hacer creer que la pobreza es resultado del reconocimiento de derechos básicos para la diversidad. Las personas más ricas de la provincia y del país son hombres heterosexuales. Las instituciones más dañadas fueron conducidas históricamente por hombres heterosexuales. Y así podríamos seguir. Pero no se trata de separar, sino de entendernos como parte de una sociedad. Una parte que ya no pide permiso ni pedirá perdón: exige respeto y políticas públicas para enfrentar esta costumbre de denigrar en público, de reírse, de hacernos sentir miedo de andar por la calle o de obligarnos a migrar a otras ciudades.
No hay soluciones mágicas, lo sabemos. Pero es necesario y urgente pensar respuestas integrales, instancias de medición, campañas locales de sensibilización. El odio no da de comer, pero entretiene. En tiempos de crisis económica y política crece la violencia, y es responsabilidad de todos y todas hacer algo para detenerla.
Esos comentaristas son familia de alguien, compañeros, vecinos, tías y abuelas. Algo del diálogo profundamente humano tenemos que poder recuperar para volver a decir: no está bien tratar así a otras personas.
La diversidad sexual no es el bolso de boxeo del humor social, somos parte viva de la sociedad y también apostamos a un Tucumán más justo, sin hambre, sin pobreza y sin violencia en las calles ni en las redes.