En el Hospital Garrahan, orgullo de la salud pública argentina, residentes como Florencia Lipovetzky sostienen jornadas extenuantes y salarios precarios mientras el gobierno define si veta o no la Ley de Emergencia Pediátrica. Su testimonio refleja las tensiones de un sistema que forma a los mejores profesionales, pero no garantiza condiciones dignas ni igualdad en el acceso a la atención.
Por Luana Torruella
Florencia Lipovetzky tiene 25 años y atraviesa su primer año de residencia en clínica pediátrica en el Hospital Garrahan. Como tantos otros jóvenes profesionales de la salud, eligió este centro con la certeza de que allí se forman médicos y médicas de excelencia. “Siempre compartí ese sentimiento de amor colectivo que existe por el hospital —dice—. Fue un sí rotundo”. Su decisión, lejos de ser individual, se inscribe en una trama colectiva: el Garrahan no es solo un hospital, es un emblema de la salud pública argentina, un faro para todo el país y, en particular, para provincias como Tucumán, de donde provienen numerosos pacientes en busca de tratamientos que en sus territorios aún no están garantizados.
La vida en guardia permanente
La rutina de un residente del Garrahan está marcada por jornadas extenuantes: de lunes a viernes de 8 a 16 horas, más seis guardias mensuales de 24 horas. La mayoría de las veces, son los residentes quienes sostienen las tareas asistenciales y hasta administrativas que permiten que el engranaje del hospital no se detenga. “El residente tiene una gran responsabilidad en el funcionamiento del día a día, cubrimos áreas, hacemos tareas que no siempre están directamente relacionadas con la asistencia médica”, cuenta Florencia.
La formación es de excelencia, sí, pero a costa del cuerpo. Lo que se aprende con cada paciente, con cada diagnóstico complejo, se paga con cansancio acumulado y sueldos que no alcanzan. “A muchos les es necesario sumar un trabajo más fuera del hospital para poder llegar a fin de mes”, admite.
Una crisis que desnuda el modelo
El Garrahan está en conflicto: los reclamos salariales, la falta de actualización presupuestaria y la precarización creciente ponen en jaque el actual modelo de gestión y financiamiento. Mientras el hospital sigue siendo una referencia indiscutida para la salud infantil en el país, las condiciones en que se sostiene ese prestigio se vuelven cada vez más frágiles.
El nuevo sistema de “becas”, que busca reemplazar a las residencias tradicionales, profundiza la incertidumbre. Lejos de garantizar formación y estabilidad, instala condiciones laborales frágiles, con salarios más bajos y menor reconocimiento profesional. Para quienes ingresan, significa aceptar trabajar en un esquema transitorio y precarizado; para el hospital, implica sostener su funcionamiento con personal en constante recambio.
La voz de Florencia, aunque joven, resuena con madurez: “La salud pública y la educación siempre fueron pilares en nuestra sociedad. Tenemos que hacer todo lo posible por defenderlas y mejorar su calidad día a día”.
En su testimonio se condensan las tensiones de este tiempo: un sistema que exige y que forma a los mejores, pero que no garantiza condiciones dignas para quienes lo sostienen.
Estos días son decisivos. El gobierno de Javier Milei deberá decidir mañana si veta o no la Ley de Emergencia Pediátrica, aprobada por el Congreso de la Nación y con amplio respaldo social, que busca aumentar el financiamiento de los hospitales pediátricos como el Garrahan.

Tucumán y el interior: pacientes que esperan
El Garrahan no es solo un hospital porteño: es referencia nacional e internacional. De Tucumán y de todo el NOA llegan familias enteras que depositan allí sus esperanzas. Cada traslado es la evidencia de una desigualdad: mientras en las provincias se cierran servicios y se recortan presupuestos, las derivaciones al Garrahan aumentan. Desde su creación en 1997, la Casa Garrahan alojó a más de 30 mil niños y niñas del interior que necesitaron atención en la Ciudad de Buenos Aires.
El esfuerzo del personal es doble: dar respuesta a una demanda creciente sin que la crisis impacte en la calidad de la atención. “Para nosotros los pacientes son lo más importante. Seguimos dando lo mejor de nosotros por ellos”, enfatiza Florencia. Pero ese “dar lo mejor” no puede sostenerse indefinidamente si el sistema se precariza.

Defender lo común
En tiempos donde lo público se erosiona, la voz de una residente recuerda lo esencial: el Garrahan es un orgullo colectivo que nos pertenece a todos. No es patrimonio de un partido ni de una gestión, es el símbolo de un pacto social que dice que la niñez debe ser cuidada y que la salud no puede ser un privilegio.
“Más allá de las banderas partidarias, todos necesitamos del hospital —afirma—. Tenemos la responsabilidad de cuidarlo”.
El testimonio de Florencia abre una pregunta que atraviesa a todo el país: ¿qué sociedad queremos ser si no somos capaces de sostener las instituciones que nos hacen iguales?
Esta nota fue publicada en el marco de las Prácticas Profesionales de estudiantes de Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Buenos Aires en articulación con la Red de Medios Digitales