Con un espacio público en constante disputa al narcomenudeo, el Club Social, Cultural y Deportivo “Los Vázquez” es la promesa de poder gestionar un lugar de salud comunitaria. Aunque está empezada y con presupuesto de Nación asignado, la obra lleva más de un año detenida. La posibilidad de generar lazos saludables, se juega en la posibilidad de incidir en el espacio de vida.
Cuando el año 2024 empieza en Los Vázquez, el barrio amanece plagado de chips de celular. Nadie sabe exactamente de dónde salieron, quizás llegaron con la descarga de algún camión de basura en las inmediaciones. Primero, los usan para jugar a la tapadita, pero alguien prueba uno y descubre que tienen datos. El tres de enero, los vecinos están en sus casas, la calle sin chicos a la siesta, usando los inesperados 10GB de internet.
En el barrio, los lugares se disputan en distintos niveles porque su espontaneidad precaria hace imprevisibles los usos de ese espacio para los vecinos. La calle es un solo camino de tierra que no distingue vereda de calzada. Los Vázquez no tiene plaza, ni pavimento. El barrio nació a partir del funcionamiento del vertedero de basura que trabajó en el área hasta el año 2005. Muchas de las casas se asientan sobre lo que fue el basural, pero en las últimas décadas, es el consumo de drogas el elemento que ha configurado, que ha desconfigurado, la vida ahí.
La profesora de epidemiología y bioestadística de la Universidad de Pennsylvania, Elizabeth Nesoff, explica que todo, desde la forma en que se ven los edificios, cómo están dispuestas las calles, envía señales conscientes y subconscientes sobre cómo uno se siente en el espacio. Y puede ser que ni siquiera sepamos que eso influye en el comportamiento y que esas cosas están enviando mensajes. Nesoff se especializa en la intersección entre el uso de sustancias y el espacio público. El espacio limita un rango de acciones posibles para la vida. Su permanencia y cambio afectan los sentidos transmitidos a quienes lo pueblan.
A lo lejos, en Los Vázquez, Víctor, un vecino y referente, señala el Ara San Juan, un asentamiento más reciente, y explica que pronto, cuando el Estado ponga agua corriente, tendido eléctrico y empareje las calles de tierra, también se convertirá en un barrio. “Antes, aquí, no existía un barrio, era el basural, ¿entendés? Vos decías, ‘soy de Los Vázquez’ y te decían, ‘ah, del basural’. Por intermedio de la lucha se reconoció el barrio, entender que es un barrio, ya no el basural. El basural se ha ido y vivimos en un barrio, que es Los Vázquez”, explica.
Pero, desde hace décadas, la disputa no es solamente la admisión y el reconocimiento espacial como barrio, como espacio de vivienda, en el Gran San Miguel de Tucumán. “Una característica del narcomenudeo en toda esta década en los barrios tucumanos es que los transas se quedaron con los espacios públicos, principalmente con las plazas, con los lugares donde los chicos juegan al fútbol. O sea, al dominar el espacio público, dominan el terreno”, afirma el psicólogo Emilio Mustafá, quien coordina el dispositivo de salud en adicciones del barrio.
Club Social, Cultural y Deportivo “Los Vázquez”
En el barrio no había cancha y los chicos que querían jugar al fútbol tenían que cruzar la autopista sur para ir a la del frente, la canchita de los Gómez en el Alejandro Heredia, a jugar. Cuando nació “Con Esperanza Nos Fortalecemos”, un grupo terapéutico barrial de salud en adicciones, la primera propuesta que hicieron los chicos en consumo fue armar una.
El trabajo empezó con charlas, el grupo coordinado por los psicólogos Emilio Mustafá y Gabriela Morales, se conectó con el Programa de Mejora Participativa del Hábitat, formado por docentes e investigadores de la Facultad de Arquitectura de la UNT; y también con otros técnicos y funcionarios de distintos organismos públicos. Lo que apareció, fue la posibilidad de desear algo, imaginarlo, pensar cómo lo querían, qué querían que fuese y llevarlo a cabo. En un lugar sin espacio público, sin juegos, sin donde estar, desarrollaron un proyecto y fundaron el primer sitio que no es vereda de tierra, que no es el río ni la lomada que expide gas metano.
“El proyecto es una herramienta de salud mental importante porque te permite pensar hacia futuro en un lugar en el que te dicen que no hay futuro”, dice Mustafá de la experiencia y, especialmente, de cómo cambiar las condiciones de vida es una mejora en el ámbito de la salud mental y el consumo.
Desmalezaron y limpiaron los matorrales. Un vecino, incrédulo de que la cancha fuese a hacerse, terminó prestando herramientas cuando vio los avances. La cancha se hizo y con la imaginación desbordada, pensaron que también podían tener su propio club. El equipo de profesionales y los vecinos comenzaron a trabajar en el proyecto que en el año 2022 obtuvo su personería jurídica y entre abril y mayo de 2023 comenzó a construirse.
–¿Qué pasó con el Club?, pregunta La Nota a Mustafá.
-Y, lo que pasó es que la obra quedó paralizada desde finales del anteaño pasado, el 2023, y no volvió a retomarse. Estaba previsto que se terminara para abril o mayo del año pasado, pero con el presupuesto asignado, la empresa constructora rescindió el contrato por falta de pago y quedó, aproximadamente, en un 50%.
El Club obtuvo el financiamiento para materializarse con el proyecto de Obras Tempranas del Programa de Integración de Barrios Populares de los barrios enlistados en el Registro Nacional de Barrios Populares (ReNaBaP). La licitación se hizo y la construcción comenzó.
Hoy, en el centro de un terreno en el que la vegetación avanza, se eleva el edificio a medias, todavía sin agua, ni electricidad. Precario, como la promesa incumplida cuyo mensaje transmite.
“En la última reunión de Comisión Directiva del Club, decidimos que en febrero vamos a apropiarnos. A limpiar, poner juegos y nosotros haciendo actividades comunitarias, buscando donaciones, ir terminándolo por etapas. Nos tomará cinco, diez años, pero vamos a tener nuestro club”, explica el psicólogo. La Comisión está formada por los vecinos y por los chicos que lidian con el consumo del grupo, quienes serán los que dirijan y tomen las decisiones sobre el Club.
El espacio público de los barrios populares
“El espacio público, que antes era el espacio comunitario, para compartir, para encontrarse, lo común, se ha convertido en un espacio de amenaza porque ahí es donde están el intercambio, la venta, los riesgos de empezar a consumir”, explica Paula Boldrini, arquitecta e investigadora vinculada al trabajo de la cancha y del Club, sobre uno de los riesgos espaciales en los barrios populares.
Elizabeth Nesoff describe una de las herramientas que se utilizan para el análisis de los barrios. Ir al espacio e inventariar todo lo que se ve, ¿cómo están las calles?, ¿hay árboles?, ¿cómo se ven las fachadas de las casas?. “Esto es lo que el barrio me está diciendo”, explica. Los mensajes y sentidos que le está transmitiendo a los pobladores y visitantes. Y esos mensajes tienen efecto en la salud mental, con respuestas como estrés y ansiedad. “El espacio público es el ámbito de conexiones con otras personas, con la comunidad, lo que la vuelve más cohesiva”, agrega.
Y la premisa es contundente, cambiar ese espacio, incidir en él, tiene efectos en la vida de quienes lo transitan, más aún en la de quienes lo viven en la cotidianidad. Para un barrio cuyo espacio es potencia, tan imprevisible como la aparición de chips de celular, tan cercano y tan al margen de la ciudad que se construye, muchas veces, tan vulnerable; la posibilidad de generar un espacio público saludable y comunitario, es reflejo de los vínculos que también son posibles. Si en el espacio público se hace visible el carácter de una ciudad, de una sociedad, las relaciones de poder, el vínculo con el Estado; poder incidir sobre él, modificarlo e incluso crearlo, es una muestra de la capacidad para cambiar condiciones de vida, para generar nuevos significados.
Este artículo fue elaborado gracias al apoyo de la Fundación Heinrich Böll
This article was written thanks to the support of the Heinrich Böll Foundation