PORTADA 3

Crueldad en tiempos de Milei: datitos y preguntas disparadoras

Otra vez, el gobierno Nacional de Javier Milei anunció despidos el fin de semana. Desde el viernes por la tarde hasta el domingo por la noche cientos de personas se enteraban que sus contratos no serían renovados. Se desguazaron los sitios de Memoria y los últimos rastros de las políticas públicas para abordar la violencia de género que quedaban. El lunes amanecimos con la noticia de que Télam dejó de existir y que se convirtió en una agencia de publicidad. Algunas lecturas posibles, conceptos e ideas para seguir pensando este gobierno de la crueldad. Por Brenda Brown

Pasaron más de 7 meses desde la asunción del nuevo presidente y las ideas comienzan a ordenarse. Hace algunas semanas, en una asamblea del Ni una Menos, Luci Cavallero daba cuenta de lo difícil que es sentarse a pensar cuando la coyuntura nos come. Y estamos frente a algo que devora. 

En el medio de despidos masivos dentro del sector público y en el marco de una campaña de fuerte deslegitimación hacia labores reconocidas hasta hace poco como esenciales, las lúcidas compañeras invitan a Rita Segato para conversar sobre crueldad. Los debates en tiempos de Milei. La crueldad, nos cuenta Rita Segato, es un trabajo meticuloso y prolongado en el tiempo sobre nuestra conciencia, una suerte de programación neurofisiológica que actúa moldeando nuestra estructura subjetiva, haciendo que toleremos niveles cada vez más elevados de violencia y de dolor ajeno. Sin inmutarnos. Sin que consideremos que también es nuestro problema. La crueldad sería algo así como una muerte lenta e intergeneracional de la empatía. El enlace entre ajuste e individualismo, la base afectiva del programa neoliberal. 

La crueldad se relaciona con la noción de Capitalismo Gore que Sayak Valencia desarrolla desde la frontera entre México y Estados Unidos, más específicamente desde Tijuana. Esta poeta transfeminista da cuenta de cómo la mercantilización del horror crece hace varias décadas, la muerte y la sangre se espectacularizan mientras las violencias organizadas intervienen en la extracción de valor. El dolor ajeno hecho mercancía, producto de consumo. Twits, retwits, trolls, haters. Lógicas que el capitalismo del siglo XXI nos impone adoctrinando nuestro deseo hacia todo lo morboso, a fuerza de repetición y normalización. 

Estos meses que pasaron se resumen en ostentación del sufrimiento ajeno, en crueldad hecha show. La vimos en la burla y en el tono de venganza de distintas personas frente a la angustia que genera la pérdida del trabajo en un contexto generalizado de incertidumbre. La vimos en la impunidad con la que nos desarmaron en la cara el Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad, y todas las instituciones que supimos conseguir. La vimos en el desacato del cupo laboral trans y en las valoraciones reiteradas y siempre negativas hacia la política social y hacia todo lo estatal. La vimos en la comida pudriéndose en galpones, en la falta de medicamentos, en el aumento de las prepagas, en las jubilaciones de hambre y la lista podría no acabar más.

Desde afuera, desde la calle, el Congreso es pura desilusión. Mientras evadimos corridas, palos, balas y gases, entristece escuchar a nuestros representantes. Pobres-pobres sus intervenciones. Vergüenza, angustia y desazón. 

A base de crueldad, motosierra, licuadora, contracción económica, destrucción de empleo, unitarismo puro y duro, postergación de pagos y mucha, mucha represión, en estos primeros meses algunos indicadores macroeconómicos reaccionaron. Se logró superávits gemelos (fiscal y de cuenta corriente), la inflación se ralentizó y, por primera vez en mucho tiempo, se acumularon reservas. Algunos medios aprovecharon y sacaron grandes titulares rimbombantes, negando el primer término de esta ecuación. Sin embargo, e incluso con el RIGI en puerta, estos “equilibrios” parecen bastante inestables y los mercados andan poniéndose chinchudos. La periferia subdesarrollada y el dólar en el capitalismo financierizado del siglo XXI… ¿existe relación más tóxica?

Un conjunto de economistas y profesionales afines se agruparon en el Espacio de Trabajo Fiscal para la Equidad, y vienen desde ahí, dando una disputa sobre el sentido de lo fiscal (valga la redundancia). “Sí, hay plata”, dicen. Está en la exención de impuestos a las ganancias para el Poder Judicial, y también en los beneficios fiscales que recibe la minería (hola RIGI). En la exención del pago de impuestos a sectores financieros y rurales. También la plata está en el IVA que no se cobra a los directores de sociedades, o en otros impuestos ausentes, como aquel que grava las viviendas ociosas y las herencias.

Si bien vivimos en un mundo globalizado que se complejiza al ritmo en que se expanden los multiversos, ordena siempre recuperar la agenda de los derechos humanos. La concentración del ingreso y el empobrecimiento masivo es una de las formas en las que hoy se expresa la violencia económica. Reconocer que sí hay plata, es dar cuenta de que existe una riqueza que generamos socialmente y también una invitación a pensar en formas más equitativas de relacionarnos. La interdependencia nos invita, la justicia social nos obliga. 

A su vez, hay otro sentido que se puede discutir. Una encuesta reciente realizada por el Programa de Investigación Regional Comparada sobre la Estructura Social Argentina (PIRC-ESA) muestra que las grandes mayorías del territorio nacional valoran lo común. Más del 70% de la población está de acuerdo con el financiamiento público de una vivienda única familiar, con que se garanticen jardines maternales públicos y gratuitos, y también con que las personas mayores se puedan jubilar aunque no tengan todos los años de aportes. Más del 80% de la población está de acuerdo con proveer alimentos a los comedores de barrios populares y con que se multe a las grandes empresas que no registran a las personas que allí trabajan. Este mismo porcentaje no está de acuerdo con arancelar las universidades, ni con la quita de subsidios a servicios públicos necesarios para la reproducción de las vidas como lo son la luz, el gas, el agua y el transporte. Por último, más del 90% de la población considera válido subsidiar medicamentos a personas mayores. Quizás la pregunta es mediante qué mecanismos y hasta dónde están/estamos también a disposición de defender eso común.

Estos resultados distan mucho de las retóricas y narrativas que se vienen desplegando desde el entramado gubernamental y sus aliados en contra de lo público, lo estatal y lo común. Quizás estaría bien no engancharnos en la provocación entristecedora de la crueldad y dirigir la mayor parte de nuestras energías a ocupar las calles, a mostrar la importancia de lo que hacemos en nuestros espacios de trabajo, a definir cuáles son nuestros estándares de vida y a profundizar los debates que nos venimos dando. Recuperar de manera propositiva nuestras agendas, en lugar de mimetizarnos con las ajenas. ¿En dónde quedó la agenda de los cuidados? ¿Cuáles son las opciones que proponemos para hacer una reforma laboral progresiva? ¿Cómo ampliamos de manera más equitativa los sistemas de protección social? Tenemos cosas importantes en qué pensar

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