Las señales de alarma se multiplican. Cada año surgen nuevos estudios que confirman cómo la presencia ubicua del plástico en la vida moderna se está convirtiendo en una fuente de contaminación de los océanos que pone en riesgo la vida marina.
En 2017, un grupo de científicos de la Universidad de California en Santa Bárbara calculó en 8.300 millones de toneladas la cantidad de plástico que se produjoen el mundo en los últimos 65 años.
Uno de sus hallazgos más preocupantes era que más del 70% de esa cantidad (unos 6.300 millones de toneladas) se encuentran en los vertederos y en los océanos.
La evidencia de este grave problema ecológico puede verse de forma empírica en casos como el de la ballena que hallaron a comienzos de este año en Filipinas con 40 kilos de bolsas plásticas en su estómago.
También lo corroboran estudios como el realizado en 2018 por la organización de periodismo Orb Media y la Universidad Estatal de Nueva York, en el que hallaron partículas de microplásticos en muestras de 11 marcas nacionales e internacionales de agua embotellada.
“Hay suficientes restos de plástico en el mundo para cubrir un país entero del tamaño de Argentina”, le dijo entonces Roland Greyer, líder del equipo investigador, a Jonathan Amos, corresponsal de Ciencia de la BBC.
Por si fuera poco, más de la mitad de todo ese plástico se había producido en los 13 años anteriores, lo que revela una tendencia creciente en la producción de este material.
Otro estudio, publicado en 2016 por el Foro Económico Mundial, preveía que para el año 2050 habrá (por peso) más plástico que peces en los océanos del mundo.
No extraña entonces que ciertos grupos ecologistas ya hablen de un “apocalipsis del plástico” y se multipliquen por el mundo los llamamientos para prohibir su uso.
Paradójicamente, cuando hace menos de un siglo este material comenzó a ser usado a escala industrial, muchos vieron en él la promesa de un futuro utópico que se concretaría en una sociedad más justa y democrática.
Fin de la escasez
El uso cotidiano de productos de plástico comenzó a popularizarse en las décadas de 1920 y 1930 en Estados Unidos, desde donde se extendió al resto del mundo.
El rápido aumento de la demanda se refleja en la producción de las materias primas.
Entre 1921 y 1937, la producción anual de fenol-formaldehído y de otras resinas de alquitrán de hulla en EE.UU. pasó de unos 680.000 kilos a unos 64 millones de kilos anuales.
Otros materiales como el acetato de celulosa pasaron de 1.631.000 kilos en 1929 a 8.618.000 kilos en 1937, mientras que la urea formaldehído se incrementó de 907.000 kilos en 1932 a 9.525.000 kilos en 1937, según cifras del Departamento de Comercio de ese país.
“Para el final de esa etapa, estos materiales diversos pero similares aparecían tan claramente como los propiciadores y descubridores de una nueva cultura de consumo que algunos periodistas dejaron de referirse a esa época como ‘la era de las máquinas’ y en su lugar proclamaron ‘la era del plástico'”, refiere el historiador estadounidense Jeffrey L. Meikle en un artículo sobre el impacto de este material en la cultura y la sociedad entre 1920 y 1950 que fue publicado en 1992 en la revista Journal of Design History.
Según el experto, el repentino auge de productos hechos con materiales como vinil, acetato o acrílico se explicaba por la conjunción de varios factores.
En primer lugar, se valoraban las virtudes del plástico desde el punto de vista económico.
Esto incluía el hecho de poder contar con un suministro estable de materia prima, su bajo costo y peso, la facilidad para su transformación y, en especial, los ahorros derivados de eliminar los gastos en mano de obra al poder fabricar un producto acabado, que no requería de ensamblaje.
Otro elemento a su favor derivaba de la visión que tenía la sociedad acerca del progreso tecnológico, que permitía considerarlo como una fuerza capaz de contrarrestar el estancamiento económico y social.
“La amplia fascinación con las evidencias del avance de la modernidad, con la radio y la electricidad, con los automóviles y la aviación, con los rascacielos y los vehículos aerodinámicos, convergieron con preocupaciones económicas más prácticas concediéndole al plástico una distinción que de otra manera no habría tenido”, señala Meikle.
De la utopía a la superproducción
En aquellas primeras décadas, la visión predominante en la sociedad estadounidense consideraba que este grupo de productos podía cambiar las condiciones materiales que limitaban la vida humana.
“El plástico barato provisto por químicos orgánicos a partir de elementos comunes fomentaría la verdadera democratización de la sociedad al poner fin a los conflictos generados por la escasez de materias primas y producir una abundancia material universal”, apunta Meikle.
El experto atribuye esta visión a quienes califica como promotores de un utopismo plástico que abogaban no por el dispendio sino por la conservación del petróleo y el alquitrán de hulla, materias primas originarias de este auge de bienes baratos.
Poco a poco, sin embargo, otra visión comenzó a imponerse, una que propugnaba impulsar una producción ilimitada de todo tipo de objetos, dado que el plástico permitía producir una infinidad de productos de todas las formas y colores.
Waldemar Kaempffert, editor de Ciencia de The New York Times, publicó en 1940 un texto en el que predecía el advenimiento de una suerte de utopía plástica.
Kaempffert imaginaba que en los hogares del futuro todos los productos estarían hechos del material sintético más apropiado y que la limpieza del hogar se limitaría a lavar todo con una manguera; los platos sucios de plástico serían disueltos en agua caliente y lanzados por el desagüe, mientras que las ropas sintéticas serían echadas a la basura cuando se ensuciaran pues resultaría mucho más barato comprar prendas nuevas.
El auge del megaconsumo del plástico también recibiría un gran impulso de parte del sector industrial.
Poco antes del fin de la Segunda Guerra Mundial, el entonces vicepresidente de la empresa química Du Pont, J.W. McCoy, vaticinó en una reunión de expertos en mercadeo un brillante futuro para la industria dadas las grandes necesidades insatisfechas que había en el país.
Sin embargo, destacaba la importancia de asegurarse de que “los estadounidenses nunca estén satisfechos, para ver que la marcha hacia adelante no cese jamás”.
Pronto se apreciaron las consecuencias de la puesta en marcha de este tipo de visión empresarial.
De acuerdo con Meikle, la continua proliferación de bienes de consumo creó una cultura “cuyo bienestar psicológico residía cada vez más en adquirir cosas materiales pero que, paradójicamente, consideraba que esos bienes, como posesiones individuales, tenían un valor tan bajo que alentaba su desplazamiento, su eliminación, su consumo rápido y total”.
Menos de un siglo más tarde, de aquel auge inicial de producción industrial de productos plásticos, varios gobiernos en el mundo intentan poner límites al uso de este material.
En marzo pasado, el Parlamento Europeo aprobó una ley para prohibir los plásticos de un solo uso para el año 2021, y el gobierno del primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, anunció planes para aplicar medidas similares.
Sin embargo, no queda claro si estos esfuerzos serán suficientes.
Al final de cuentas, de acuerdo con estudios de la ONU, los países del mundo que peor gestionan la basura plástica no están son los estados ricos de Occidente sino países más pobres y muy poblados ubicados en Asia y África como China, Indonesia, Filipinas o Egipto./BBC