PORTADA 11 1

Algunas notas sobre el aquí y el ahora

¿cómo nos pasó esto? Aparezco para compartir algunas hipótesis, que no son mías, pero que siento sirven para pensar algunas cosas. Hipótesis que vuelan en alguna fracción de la atmósfera intelectual contemporánea y que seguro, se complementan con otras. Una nueva derecha llegó a la Argentina y uno de sus rasgos más dolorosos, es que lo hizo bancada por amplios sectores vueltos hacia algo más radical, hacia algo más autoritario, más nac&pop-odiante, super racista, super machista, supremacista y agresivo. Mucho más agresivo. Aparentemente esto tendría que ver, entre otras cuestiones, con cinco décadas de pauperización, con vidas que son cada vez más precarias. Sin embargo, el devenir está abierto. 

Aaron Benanav, un intelectual que viene de la historia y que hoy vive en Berlín, sugiere que en el capitalismo occidental, el sector industrial – motor de su crecimiento durante los años dorados (1945-1975)- llegó al máximo de su capacidad productiva en 1970. Ningún otro sector de actividad logró reemplazarlo en su capacidad de traccionar el crecimiento económico ni de generar empleo y mucho menos empleos en relación de dependencia con derechos sociolaborales. Esto se complementó con un capitalismo financiarizado que priorizó esa forma de acumulación por sobre las inversiones productivas. Una de las actividades económicas que vienen mostrando más dinamismo desde entonces, son los servicios, que se caracterizan -al menos hasta ahora- principalmente por generar empleos desprotegidos y de bajos ingresos. El ritmo descendente del crecimiento económico occidental contribuyó al aumento del desempleo, primero, y al aumento de la subocupación, del autoempleo y del pluriempleo, después.  En un mundo en donde casi todas las esferas de la vida giran en torno al empleo asalariado, todo esto es hoy un problemón.

En Argentina, estos procesos ocurrieron. Desde 1970, la industria nacional sufre distintas embestidas y desmantelamientos y los mercados laborales comenzaron una senda de desalarización -menos generación de empleo asalariado-, heterogeneización y precarización. Hasta el año 2001 los problemas de empleo se expresaban en el trabajo independiente e inventado que crecía al ritmo de la desocupación abierta. Durante el nuevo siglo, el proceso de desalarización continúo, y de la mano del desarrollo técnico se reemplazó desocupación por pluriempleo. El trabajo independiente siguió creciendo pero cada vez más, comandado por algoritmos y gestionado a través de aplicaciones.

Ezequiel Ipar, un investigador de CONICET que se dedica a la producción de teoría social sostiene que esta precarización en ascenso produce sujetos tristes y temerosos que canalizan sus experiencias de incertidumbre con prejuicios y actitudes de desprecio hacia otros. La experiencia de inseguridad individual que implica estar expuesto al riesgo continuo reverbera en reacciones que demandan un tipo particularmente intenso de seguridad en otras esferas de la vida social y toma forma la necesidad de controlar y castigar. Su tesis señala que habría una relación bastante directa entre estar sometido a situaciones de flexibilidad e incertidumbre con consensos hacia niveles mayores de autoritarismo. 

En el marco de subjetividades que acumulan, en cincuenta años, tres olas distintas de neoliberalismo encima, un grupo cada vez más numeroso de personas se siente solo y desorientado en la intemperie que representa hoy la reproducción más simple de la vida. Se ofusca mientras trabaja mil horas sin ningún tipo de derecho ni recompensa. Se frustra ante una narrativa meritocrática que se muestra falaz, en un momento histórico en el que esfuerzo y ascenso social parecieran estar desconectados.  Se enoja y se pone agresiva con un Estado que tardó, cuando pudo, demasiado en reaccionar a todos estos cambios.  O que solo pudo mirar a los que estaban muy abajo y/o a los propios. 

Atrás de un grupo social que se posiciona cada vez más a la derecha de la derecha, que lleno de rencor reproduce expresiones racistas, xenófobas y machistas; atrás de un grupo social cada vez más propenso a tolerar niveles de agresividad en ascenso, que consume, produce y reproduce violencias verbales y físicas de manera cotidiana; que explota con nada; que pregunta en voz alta por qué otros habrían de recibir asistencia o seguridades y protecciones si ellos tuvieron que enfrentar un mundo inseguro, riesgoso y pauperizante de manera individual; atrás de un grupo social que dice odiar a las prácticas igualadoras y a las políticas de redistribución porque a ellos nunca les tocó nada; atrás, bien atrás, aparece con fuerza la palabra vulnerabilidad.

¿y frente a esto, qué?

Álvaro García Linera, un intelectual y político boliviano, dice que estamos en un tiempo liminal. Un pedazo de años en la historia en la que parece que todo se desploma. Los paradigmas y las formas de antaño ya no encajan con este mundo y parecen no servir ni para explicarlo, ni para captarlo, ni para transformarlo. Estamos en algo así como una especie de transición, esos años previos al resultado que da la colisión de placas tectónicas. Una crisis singular en la que el mundo tambalea y vibra desorientado al ritmo en que confluyen violencia y vulnerabilidad. Lo nuevo no sabemos todavía bien qué es pero sí sabemos que es tarea. Y alerta spoiler: parece que más de lo mismo ya no convoca, la derecha se radicaliza, para la centro-izquierda popular es deber.

En teoría, y por suerte, el tiempo liminal es finito. Los cuerpos, nuestros cuerpos, no estarían preparados para lidiar con el vacío y la angustia estructural que produce este momento de quiebre en el horizonte predictivo de manera prolongada. El devenir está en construcción. Todavía está en disputa bajo qué proyectos se enlazan las esperanzas colectivas. Más temprano que tarde aflorará un nuevo orden, un nuevo pacto, una nueva forma de organización social. Que no esté hecha de nuevas derechas dependerá de la disponibilidad colectiva para pensar y crear opciones y propuestas que habiliten mundos alternativos a los que nos trajeron hasta acá. 

Dependerá de nuestra creatividad para pensar nuevos y prolíferos usos para las tecnologías que inventamos, nuevas formas de crear y de usar la infraestructura pública, de idear soluciones comunitarias y colectivas al problema común de la vivienda, de la capacidad que tengamos para crear nuevas redes de transporte y formas de seguridad comunitaria más allá de la policía. Dependerá de nuestras posibilidades de sincerarnos sobre los trabajos esencialmente necesarios, sobre cómo será su distribución y cuáles queremos que sean sus frutos, entre muchas otras cosas. Pero sobre todo dependerá de que seamos un montón de personas pensando, de a rato juntas, de a ratos separadas, cómo ampliar los horizontes predictivos hacia otros confines, esquivando aquellas distopías e imaginarios construidos sobre mundos deshechos que nos plantean que todo está perdido y que no hay alternativa al colapso al que asistimos. 

Está difícil y parece haber mucho en contra. Pero en este momento de desesperanza y de asfixia, de miedo y de rencor, me permito exagerar y creer que estamos en condiciones de inventar nuevas respuestas. Para nosotres, para nuestras amigas, para las infancias que hoy crecen, para quienes con nosotres coexisten sobre esta tierra. Me permito el optimismo -aún más no sea por el ejercicio imaginativo mismo- de pensar que a casi nadie le gusta transitar irascible sus días, ni le es graciosa la agresividad, ni quiere vivir en un mundo lleno de personas tristes e insatisfechas, lastimadas. Me invento, como ejercicio imaginativo, que la idea de bienestar no puede ser para nadie compatible ni con lo descartable ni con lo roto. Creo, además, que somos capaces.

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