Julio Cortázar (Bélgica1914-París, 1984) es uno de los autores más importantes de América Latina. Se convirtió en un referente universal del cuento, la prosa poética y relato breve. Además rompió esquemas con “Rayuela”, su novela más renombrada.
Por sus diversos andares a lo largo del mundo, tanto por elección familiar como propia, Cortázar logró romper las barreras de la literatura regionalista y convertirse en universal. Lo que mantiene actual al autor son la elección de “sus temas, los argumentos de sus historias, sus búsquedas, son universales y atraviesan el tiempo. Esta condición se ve claramente en la mayoría de sus cuentos”, comentó Julia Saltzmann, editora de Cortázar en la Alfaguara argentina, al diario Clarín.
Hoy a 105 años de su natalicio, los cuentos de Cortázar siguen vigentes entre los jóvenes. Hace poco el sitio Googledread publicó los autores más calificados de la literatura mundial. El argentino aparece como “Mejores autores de ficción” en el 5° puesto junto a Borges que ocupa el 6° puesto entre los escritores mejor valorados (4.34 puntos ambos).
Es que resulta que la cuentística de Cortázar inspira no sólo a leerlo, sino también impulsa y acompaña a nuevos escritores. La novelista argentina, Claudia Piñeiro opinó sobre la vigencia del autor: “Cortázar les propone seguir imaginando imposibles, jugar con la ficción, apropiarse de ella, construyendo historias que desafían las fantasías infantiles y adolescentes. No los obliga a que para crecer hay que renunciar de un plumazo a volar historias y palabras. Es un compañero de viaje”.
La Revolución en Cortázar
Existen también reparos en las diferentes miradas que existen en Cortázar, hay quienes ensalzan su fervor revolucionario y quienes admiran su pasión por retratar con belleza la cotidianidad, sin opinión alguna sobre el contexto social.
Sobre esto, Cortázar escribió en un ensayo llamado “Algunos aspectos sobre el cuento” publicado en la revista cubana “Casa de las Américas”:
“(..)que escribir para una revolución, que escribir dentro de una revolución, que escribir revolucionariamente, no significa, como creen muchos, escribir obligadamente acerca de la revolución misma. Por mi parte, creo que el escritor revolucionario es aquel en quien se fusionan indisolublemente la conciencia de su libre compromiso individual y colectivo, con esa otra soberana libertad cultural que confiere el pleno dominio de su oficio. Si ese escritor, responsable y lúcido, decide escribir literatura fantástica, o psicológica, o vuelta hacia el pasado, su acto es un acto de libertad dentro de la revolución, y por eso es también un acto revolucionario aunque sus cuentos no se ocupen de las formas individuales o colectivas que adopta la revolución”
Cortazar huye de la comodidad y de las propias recetas, porque supo cambiar, viviendo con valentía sus propias revoluciones sin caer en demagogias que proponen algunos autores de su época.
Al respecto del arte revolucionario escribió: “Un día Cuba contará con un acervo de cuentos y de novelas que contendrá transmutada al plano estético, eternizada en la dimensión intemporal del arte, su gesta revolucionaria de hoy. Pero esas obras no habrán sido escritas por obligación, por consignas de la hora”.
El argentino que vivía en París y escribía para lectores argentinos tuvo una clara preferencia por las ideas de izquierda atravesadas por la Revolución Cubana. Pero su verdadero compromiso ideológico era con la literatura de calidad. Esta “tibieza” fue criticada por algunos autores contemporáneos, como Mario Benedetti.
Su vigencia tiene que ver con la elección que tomó en ese tiempo, primar lo estético, antes que lo panfletario y así traspasar las fronteras que le eran incómodas. Cortázar decide llevar a latinoamérica las vanguardias europeas: como el simbolismo y el surrealismo.
Lo cierto es que la dinámica de su escritura hace cómplice al lector, lo llama a interpretar y lo saca de su lugar de recepcionista pasivo de la obra. Es así que sus cuentos, novelas, poemas, artículos periodísticos, comics y teorías sobre sus propias obras lo mantienen más presente que nunca.
Fuente consultada: Lic. Carla Mora Augier – Becaria doctoral Conicet