PORTADA 5

¿Por qué nos gusta tanto el chisme?

La semana pasada, desde un grupo de facebook destinado a la venta de ropa del sur de la provincia, se viralizó una historia de engaños y desamor. Una esposa despechada destinada a exponer las relaciones íntimas entre su marido médico con una joven llegó a estar presente en medios nacionales y canales de streaming durante varios días. Fotos y chats privados adjuntaba el descargo de la esposa.

Es moneda corriente que las habladurías del país resuenen en torno a un evento tucumano. Somos una comunidad muy activa cuando se trata de exponer las desventuras de nuestra vida en redes. De hecho muchas personas siguen usando facebook para ver cuáles son los chismes que se suben en los grupos de compraventa. 

No es mi intención exponer un juicio moral cerrado, todo lo contrario, me declaro chismoso desde la primera hora. Me entusiasman los chismes, sobre todo aquellos cuyos protagonistas no conozco  ni conoceré, me interesan incluso cuando son de otros países y cuando abordan distintas formas de amor. Disfruto de las historias como un modo más de seguir reviviendo aquellas telenovelas que de niño miraba a la hora de la siesta. 

El chisme es uno de los géneros más sencillos de desarrollar y todas las personas pueden hacerlo. Algunos son muy rudimentarios y otros despliegan una gran  narrativa épica . Pero básicamente la fórmula radica en que a algún personaje, que es bueno, le sucede algo que es malo. Los buenos son muy buenos y los malos son lo peor de cada historia. También estos sucesos sirven para fines turísticos: se puede pintar el paisaje de un pueblo o de una ciudad a través de una infidelidad. 

Como toda trama interesante, un chisme siempre toma un tema universal, algo que de algún modo nos pasó a todos o nos puede llegar a pasar, algo que nos atraviesa afectivamente. La muerte, las mentiras, los engaños por parte de amigos o familia, las estafas y todo aquello que tenga que ver con lo sexual constituyen tópicos de está práctica.  Todos somos un poco protagonistas de la historia que desarrollamos como si solamente fuéramos la voz mágica que cuenta desde un no lugar los acontecimientos. 

En occidente hay una larga historia de guerra contra las habladurías, podríamos decir que toda filosofía que busca la verdad, rechaza el chisme. Pero  las teorías de la verdad, las reflexiones del giro lingüístico contemporáneo y el flagelo de las fakenews y posverdad no lograron que dejemos atrás esta práctica que aparece cada vez que dos o más personas se juntan a tomar mate y preguntar sobre alguna novedad en el barrio. Si la academia tomará este ejercicio de hablar de la vida de los otros como método didáctico, hoy tendríamos muchas más personas graduadas. 

Hablar de los demás no es gratuito para todas las personas, los protagonistas sufren y lo sabemos porque todos fuimos protagonistas de un chisme por lo menos una vez en la vida, quizás alguno no se enteró, pero es una certeza. Es por eso que este deporte requiere tener reglas claras. Personalmente prefiero no saber chismes de mi entorno más cercano, porque allí donde uno tiene que intervenir deja de ser un deporte y se transforma en un problema más de nuestras vidas. 

La no intervención es quizá una regla evidente, otra que se desprende es la de no juzgar a los personajes de nuestro chisme como si fueran personas. Una cosa es el conjunto de palabras que elucubremos durante un tiempo determinado y otra muy distinta son los  hechos en sí. Murmuramos sobre los hechos que no conocemos y realizamos moralejas sin conocer las intenciones, la historia de vida y los pormenores de cada situación. A fin de cuentas, el chisme deja de existir si dejamos de hablar de él. Los hechos no, siguen ahí. 

Si debo declarar ante un juez sobre el chisme diré que no está bien, estoy convencido que no es un deporte que todos lo practiquen del mismo modo. Algunos se apasionan en demasía y buscan hacer daño a los protagonistas, otros aprovechan para exponer sus miserias a través de esa historia lejana, otros se ríen de alguna desgracia ajena como quien exorciza la desgracia propia. Las habladurías entran en ese listado de cosas que no están bien, pero no podemos dejar de hacerlo, como ponerle mucha sal a las papas fritas.  

Es tiempo de hacer más visibles y efectivas las reglas de este deporte, de disfrutar de las historias sin exponer a las persona que participan, de ejercitar la empatía para con todas las personas y de elaborar moralejas que nos sirvan para nuestras vidas. El desamor, los engaños, la infidelidad y los devenires de nuestra sexualidad están siempre presentes, como un chismecito al alcance de la lengua, pero también como síntoma de nuestro malestar. Revisarnos y cuidarnos como deportistas es quizás más interesante que juzgar a desconocidos. Podemos revisar qué nos pasa con cada tema  sin eliminar ese cotorreo que nos entretiene, como las buenas temporadas de peleas en el Bailando por un Sueño o el primer Gran Hermano.

Total
0
Comparte
Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Nota Anterior
PORTADA 4

GameJam para promover la participación de las mujeres y disidencias en la industria de videojuegos

Nota siguiente
PORTADA 2

Aumento del boleto: habrá movilizaciones mientras sesione el Concejo Deliberante

Artículos Relacionados
Total
0
Compartir