María José Bovi realiza una reseña de El Libro de Sol (La Cascotiada, Tucumán, 2023)
Cuando salgo a la calle y levanto la mano para pedir un taxi, siempre quiero que sea mujer, casi nunca pasa. Sin embargo, Sol Osorio me cumple el deseo en la literatura, lo que para mí significa que, hay una realidad existente que se ha colado por la máquina de la escritura para decir: viajo con una mujer que ya no hace cosas de “taxista viejo y chantún”.
Transitar así Buenos Aires, “En el taxi”, se vuelve una reparación histórica social porque el oficio de taxista aparece fuera de lógicas heteronormadas, dando a la mujer un lugar que siempre ha sido, también, suyo pero a la vez, una reparación personal habilitada por la comodidad del espacio que crean, de manera conjunta, ambas personajes.
La escritora nos permite, durante un viaje —que nunca es un paseo por la ciudad—, pensar que aún es posible, en un sistema capitalista en el que todo tiene un valor mercantil, quitarles el precio a los objetos y transformarlos en la acción solidaria del “vos me diste, yo te devuelvo”: vos me diste la escucha, no me llevaste por lugares erróneos para cobrarme más, yo te doy una entrada para que vos vayas con tu mamá a ver Luis Miguel. Al mismo tiempo, sostiene que el “amiguismo” no es moneda de trabajo: “Y acá lo del viaje, no, sí, sí, recibime también, si vos estás trabajando” (10).
La anécdota “con mi amiga íbamos a ir al concierto de Luis Miguel, pero la muy ansiosa se fue a verlo ayer al hotel (8)” promete la risa, pero también, el recuerdo, la muerte y la memoria. Una pasajera, que podría haber pedido “a la cancha de River, por favor”, cambia su destino y se dirige a la casa de su “amiga, la de toda la vida” para despedirse. Aquí la canción “me duele imaginar/ que tú te vas” aparece en su lado B, podría pensarse un te fuiste e imaginar es lo que no me duele: imaginar que entraste riendo a un quirófano, imaginar que cumpliste tu performance para lograr que El Rey Sol te mire, imaginar que el dolor no ha estado persiguiendo tu cuerpo. La muerte aparece en forma de helechos tristes, como si de un sueño largo se tratara. Pero no.
En “Al medio, casi al fondo” unx narrador en tercera persona nos cuenta todos los detalles de la amistad de Elena y Lidia que no se aparecen en un diálogo de pasajera-taxista porque no es posible debido al tiempo y al vínculo entre ellas. Sería inverosímil, aquí casi es real. De hecho, le pone un nombre a la señora que regala las entradas y también a su amiga, y construye así a las personajes como, quizás, “otras” para la primera hipótesis de lectura que elaboramos quienes ya hemos leído el primer relato y como “las verdaderas” para quienes continuamos la lectura del libro. Sin embargo, no sucede lo mismo con la taxista, lo que demuestra que, en realidad, la historia es una sola: la amistad de bodas de titanio. Hay detalles que no interesan porque no son relevantes para armar un cuento. Sol Osorio ejecuta herramientas narrativas de una manera ágil y las socializa en su escritura: no hay que contarle todo a les lectores, se narra y no se explica, se muestra y no se dice. En esta segunda versión —si puede considerarse que hay una primera y una segunda— del primer relato seguirán apareciendo las amigas, Luis Miguel, la anécdota matriz y los helechos tristes. ¿No son acaso los elementos que hacen la historia?
Sin embargo, “Al medio, casi en el fondo” es un relato que va por sí solo, no necesita de primeras partes. Y, además, es otra historia: un viaje por un pasado y un presente. Es #VidasParaContar. ¿Quién no quisiera saber la historia de dos amigas que se conocen desde tercer grado, que durante quince años hablan por teléfono todos los días, que vivieron los cambios sociales-políticos-culturales y tecnológicos juntas, que comparten la pasión por Luis Miguel y deciden festejar los 80 años viendo en vivo al único hombre que aman? ¿Quién —si es que acaso puede existir un quién— no quisiera leer una historia amorosa que permita pensar que el amor está muy lejos de ser heterosexual, binario y sexo-afectivo; que permita sentir que el amor son dos amigas que se eligen toda, literalmente, una vida?
Despedirse de quienes amamos nunca es fácil porque, de alguna manera, es despedirse un poco de una versión propia y, quizás, una de las que más nos gusta. Las muertes individuales son también colectivas. Sol perfuma la lectura de nostalgia. Es que, quien se queda siempre se rompe un poco en el mantra “qué voy a hacer ahora que se fue”. Pero, en el relato, sonreímos con Sandro y canciones de Youtube, reímos con Lidia y su plan bien pensado para que Luis Miguel la salude, festejamos el logrado saludo, entristecemos con una mancha que es un coagulo, un posible ACV, un paro cardíaco y una muerte, y también nos enojamos ante un “hicieron lo que pudieron, pero no la pudieron salvar”. Porque la muerte enoja y nos hace reclamar desde un por qué que nunca tiene respuesta. Pero también nos hace reflexionar, ante los flashback de una historia, sobre lo mucho que vale la pena recordar. Porque después de la muerte, la vida del otre es recuerdo y una promesa de yo sé que volverás.
El cuento “En el taxi” y “Al medio, casi al fondo” surgen del taller de escritura Narrar mi mirada que dicté en el año 2023. Desde la consigna de escritura “escribir un diálogo que suceda entre unx taxista y quien toma el taxi” y “escribir el diálogo como una narrativa”, Sol Osorio construye dos cuentos y, junto a Fabricio —su editor— y el equipo editorial de La Cascotiada, una publicación. De esta manera, también nos muestra que desde los talleres literarios se inician obras, afirmando que les autores no nacen autores, sino que, se construyen en un camino colaborativo, junto a otras personas que juegan el rol de nuestrxs primerxs lectores; que no se publica tal cual lo que se escribe en un taller, ni en una primera versión, porque, detrás de un libro hay un equipo de trabajadores de la palabra y profesionales que nos acompañan en la transformación de manuscrito en obra y nos habilitan el mercado editorial.
“Pasaje Dorrego”, bien pensado en el medio de Tres Cuentos, funciona como: 1) un pasar de un taxi a una sala, casi al fondo, de frente a la pizarra; 2) como un relato que podría responder a la pregunta —propia de una posible entrevista que alguien podría hacerle a Sol Osorio autora— ¿cómo construye sus cuentos?: “Las ganas de escribir vienen con un estado particular. Aparece una situación, un disparador. Puede ser una emoción, una imagen, una secuencia, un camino. También un olor, una risa, un sonido, una palabra. Y todo quedará teñido de alguno de estos ingredientes, el que más me llamó la atención y despertó esto o eso o aquello. La escritura, esta o la que sea, va a empezar a tener gusto a eso o esto o aquello” (11); 3) como la imagen de un domingo de otoño, con todos los significantes sociales/culturales del otoño y los domingos: camino por Dorrego un domingo, en un cuento; Lidia preguntó en la guardia si “mañana podría ir al concierto” haciéndome pensar, a mí, que ella se tira al suelo un viernes, un sábado muere y un domingo ya es ausencia, otros dos cuentos.
También es un medio “Pasaje Dorrego” porque las historias de amor empiezan desde el presumir —y este concepto está propuesto desde los afectos diversos—. Cómo hablar del amor Lidia-Elena sin hablar antes del movimiento de pelo “digno de publicidad de Pantene” (13) que hace una mujer que quiere que la consulada de Kuala Lumpur la mire, cómo hablar de su amor sin hablar del miedo que nos dan esas perras viejitas, guardianas, que nos olisquean para elegirnos, o no, como presas de una jauría que vive en la calle, cómo hablar de ellas sin abandonar el bamboleo de feromonas. ¿Cómo hablar de tanto si no hablamos de amor?
El libro de Sol se presentó para mí como una Poética del Sostener: dame tu mano, yo te agarro. No solo desde la propuesta de diseño de su tapa, sino también desde la voz de autora, quien presenta la captura de la vida a través del sostén y el cuidado de otres. La vida deja de ser fugaz, un momento, para perdurar en el tiempo a través de la palabra. En esta poética, se abrazan las dualidades de lo que fuimos y lo que seremos, reconociendo que el acto mismo de sostener algo implica un equilibrio entre la firmeza y la adaptación. En la Poética del sostener de Sol no hay olvido, hay memoria.