Quién no haya formado parte de un proyecto colectivo, de construcción democrática en donde uno de sus referentes varones cis se equivoca… que tire la primera piedra
En cualquier proyecto colectivo, antes o después, pasa: un compañero al que reconocemos como referente —varón, cis, con trayectoria y peso dentro y fuera del grupo— dice o hace algo que nos incomoda y contradice principios que creíamos compartidos.
No es un fenómeno aislado ni exclusivo de un espacio reconocido. Forma parte de la vida de las organizaciones, incluso de las más horizontales y democráticas. La autogestión no nos vuelve inmunes a las asimetrías, y el afecto o la admiración no borran la posibilidad del error propio y ajeno.
El problema no es que el error exista. El problema es qué hacemos con él. Ahí se abren posibles caminos: callar para no “romper la unidad” y bancar la incomodidad en silencio; blanquear el desacuerdo y arriesgarse a que el vínculo se quiebre, o la que requiere más compromiso, procesar el conflicto de forma interna, con la crudeza que implica mirarse a los ojos y decir: “Esto que hiciste no está bien, y necesitamos que lo revises”.
La entrevista de Pedro Rosenblat a Gustavo Cordera en Gelatina funciona como ejemplo reciente. Gelatina no es solo “Industria Nacional” e “Industria Nacional” no es solo Pepe. Es un espacio de comunicación que se construye en vivo y en equipo. Pepe es un personaje público y carga con la exigencia de decir algo rápido, antes de que “pase el momento”. Esta presión de la inmediatez no siempre considera que quienes hablan también son personas con procesos internos y contradicciones.
A nivel grupal, lo que hizo Gelatina fue exponer su proceso colectivo y abrir los micrófonos durante algo que podríamos llamar una “asamblea”. En otros contextos, como el de las organizaciones de las que formamos parte, el debate que se dio el lunes en el programa “Industria Nacional” sería una charla de equipo, dura, a cara de perro. En Gelatina, un espacio de streaming, la exposición del desacuerdo de un equipo con su referente se convierte en contenido en vivo y eso es algo poco visto en los medios de comunicación.
En muchos grupos, incluso los más progresistas, el lugar de referencia sigue estando ocupado mayoritariamente por varones. Y eso no es casualidad: es el resultado de dinámicas históricas que invisibilizan, interrumpen o relegan las voces de mujeres y disidencias.
Por eso, además de poder interpelar a los referentes cuando se equivocan, necesitamos darnos estrategias para diversificar esos lugares de referencia; sostener espacios de formación y cuidado donde mujeres y disidencias puedan construir confianza y autoridad sin ser deslegitimadas, y reconocer los aportes sustanciales que quedan en la sombra porque no son “la cara visible” del proyecto.
El mundo definitivamente no es feminista, pero las feministas habitamos este mundo. El feminismo, es una práctica política que se construye todos los días; el cuidado y la justicia interna son tan importantes como los objetivos hacia afuera; incomodarnos revisando privilegios es parte del trabajo, no un obstáculo. Lo que no podemos permitirnos es que el prestigio sea un blindaje ni que la referencia sea un privilegio reservado a un perfil único.
Cuidar el proyecto colectivo no es evitar el conflicto: es sostener la posibilidad de que el otro cambie, pero sin dejar de nombrar el daño. También es garantizar que las voces y las caras visibles sean diversas.