Las denuncias por abuso sexual contra el reconocido sociólogo portugués por fin son escuchadas en la academia. Los testimonios de diferentes víctimas a los largo de los años dan cuenta de la incapacidad de las instituciones de dar respuesta ante la violencia de género. Pero eso está cambiando por el empuje de las mujeres. Compartimos una nota de la revista Volcánicas.
Por Alejandra Soriano Wilches para Volcánicas
Boaventura de Sousa Santos es un sociólogo y profesor portugués reconocido por sus aportes académicos a los estudios decoloniales y las epistemologías del sur. De entrada aclaremos que no es la única figura de esta corriente de pensamiento que ha reconfigurado las discusiones académicas en el sur global y que si bien su trabajo es un referente, eso no lo hace incuestionable ni indispensable para seguir construyendo discusiones políticas y académicas con una perspectiva decolonial.
Recientemente, Sousa Santos ha estado en el centro del debate feminista por las denuncias de acoso sexual que lo señalan y que fueron publicadas en el libro Sexual misconduct in academia en su capítulo 12: Las paredes hablaban cuando nadie más lo hacía, Apuntes autoetnográficos sobre el control del poder sexual en la academia de vanguardia (Routledge, 2023). Allí las investigadoras Lieselotte Viaene, Catarina Laranjeiro y Miye Nadya Tom, antiguamente vinculadas al Centro de Estudios Sociales de la Universidad de Coimbra (Portugal), revelan no solo las violencias de las que fueron víctimas, sino que, además, denuncian el maltrato institucional al que fueron sometidas por la falta de protocolos y rutas de atención y prevención que “favorecen los abusos de poder hacia jóvenes investigadoras que dependen de la aprobación académica de estas personas para construir sus carreras”.
Aunque el artículo no menciona explícitamente a la institución, al académico ni a su asistente, presenta las pistas suficientes para deducir que se trata de Sousa Santos y de Bruno Sena Martins, su asistente. Las reacciones posteriores lo confirmaron, empezando por la del mismo Sousa que salió a negarlo todo, aún sin haber sido mencionado, la de una diputada brasilera que decidió revelar su identidad y cuyo testimonio se encontraba en la investigación, así como el testimonio de la activista mapuche Moira Millán quién denunció que Sousa Santos abusó sexualmente de ella en 2010.
Las autoras hablan de un secreto a voces: que los espacios académicos tampoco son seguros para las mujeres y que romper el silencio cómplice con los maltratadores y abusadores tiene costos muy altos para quienes deciden denunciar, pues la desigualdad de poder que enfrentan al señalar a figuras académicas de renombre, muchas veces las obliga a guardar en lo íntimo sus experiencias. Aún así decidieron emprender este trabajo de desentramar las “diferentes capas de enredos de poder dentro de una institución [la universidad] que se promociona a sí misma y es reconocida internacionalmente como progresista, transformadora, antipatriarcal y decolonial”.
Haciendo uso de las herramientas metodológicas de la autoetnografía volvieron sobre sus experiencias y testimonios dándole lugar a la subjetividad y emocionalidad que los atraviesan. Al respecto citan al especialista en Historia Oral, Alessandro Portelli: “es importante reconocer que estas situaciones son increíblemente angustiosas, generando errores de memoria o deformaciones. Comúnmente, las sobrevivientes no pueden recordar detalles aparentes del abuso o incluso pueden mezclar dos casos de abuso en el mismo. No obstante, estos errores pueden ser psicológicamente ciertos y esa verdad puede ser más reveladora que cualquier registro de hechos. Son esenciales para comprender los patrones de los abusadores precisamente porque en lugar de describir los hechos, se esfuerzan por darles sentido”.
Esto resulta esencial porque, como si fuera poco asumir el peso de las denuncias, al confrontar el poder institucional que representan estos “toros sagrados” las denunciantes se ven expuestas a dinámicas revictimizantes que incluyen contar su testimonio una y otra vez frente a “tribunales” que no cuentan con herramientas o protocolos adecuados para atender sus denuncias.
Este trabajo académico abre un debate sobre prácticas que han llevado a muchas personas a abandonar sus carreras académicas como consecuencia de las violencias de las que han sido víctimas, tal fue el caso de la hoy diputada brasileña Bella Gonçalves, quien declara que fue víctima de acoso sexual por parte de Boaventura de Sousa Santos entre el 2013 y el 2014, cuando fue su tutor de doctorado en el Centro de Estudios Sociales (CES) de la Universidad de Coimbra, en Portugal. Este episodio la llevó a desertar de sus estudios doctorales. En su testimonio a la agencia de periodismo de Brasil, Agência Pública, recuerda: “tuve pérdidas psicológicas, emocionales y financieras. Me mudé de país, dejé una beca, el daño es irreparable. No quiero excusas, no quiero que nadie más pase por esto”.
A pie de página: incesto académico y extractivismo intelectual
En la investigación, Sousa Santos figura como El profesor estrella, postura de la que abusa para ganar escenarios de poder con sus estudiantes. Al respecto, las autoras señalan otras violencias que se dan en el marco de relaciones asimétricas de poder en la academia como el incesto académico y el extractivismo intelectual. El incesto académico ocurre “cuando alguien es contratado por participar en dinámicas de clientelismo en la universidad”. Varios testimonios de los que recoge el trabajo señalarían que el profesor estrella obligaba a sus alumnos a citarlo extensamente y a usar su marco conceptual como principal referencia. Sobre el extractivismo intelectual, señalan que son varias las historias de estudiantes cuyo trabajo y conocimientos fueron utilizados en los libros del profesor y que fueron mal pagados o que no fueron reconocidos adecuadamente. Así, jóvenes investigadorxs trabajaban informalmente mientras esperaban la asignación de una beca de investigación o un contrato de trabajo.
Entretanto, las relaciones de poder se encubren en dinámicas sociales características de estos entornos, tales como cenas y fiestas donde se fomenta el acercamiento entre investigadores de diferentes posiciones jerárquicas porque sí, la academia más que un sistema de relaciones sociales justo, muchas veces se parece más a un sistema de castas.
Redes de susurros que rompieron el silencio
El escrache es una de las herramientas más importantes de los movimientos feministas para denunciar las violencias machistas en espacios académicos y no académicos. Al respecto, en Colombia la sentencia T455 de 2022 estableció que “el escrache es una de las estrategias feministas para dar a conocer episodios de acoso y abuso sexual en contra de mujeres. Esta forma de denuncia permite amplificar las voces de las mujeres víctimas las cuales pueden optar por mantener anónimos sus nombres para evitar exponerse cara a cara frente a sus agresores.” Haciendo uso de esta herramienta, los abusos de Sousa Santos, el Profesor estrella y de Bruno Sena Martins, a quien llaman el aprendiz, llegaron a las paredes. En su artículo las investigadoras señalan que la aparición de los grafittis (contaron 8) les permitió crear una “red de susurros” gracias a la cual pudieron empezar a hablar en confianza y conocer a otras personas que atravesaban situaciones similares. De esta manera lograron hacer contrapeso al silencio y el maltrato institucional del que fueron víctimas: “El aislamiento, la falta de apoyo de los compañeros, las acusaciones de la institución sobre “una fábrica de rumores” o “caza de brujas”, el engaño y la desinformación son algunas de las caras del acoso institucional. Supongamos que la conducta sexual inapropiada puede ser un solo asalto. En ese caso, el acoso institucional es el terreno fértil que legitima, hace crecer y posibilita esta conducta sexual inapropiada.”
En estos casos lo que suele suceder primero es que se desprestigie a quien denuncia porque su prestigio no se equipara con el del abusador, sin embargo, este caso pone sobre la mesa un asunto relevante para construir los testimonios que desmantelan las violencias machistas: el argumento institucional no tiene todo el poder para desprestigiar a las víctimas. Las investigadoras identificaron historias en las que se confrontaban testimonios similares que involucraban o al profesor estrella o a su aprendiz y a partir de eso pudieron construir una idea sobre los patrones de sus formas de actuar. Al respecto apuntan: “entonces, si las verdades a medias se combinan para generar verdades múltiples, la ausencia de una verdad única y exclusiva es el principal argumento institucional para desprestigiar las voces de las mujeres que fueron objeto de acoso y abuso/violencia sexual. Por eso, las redes de susurros pueden atrapar a aquellos que las ven como una puerta de entrada a la rectitud; pueden trabajar a favor y en contra de las víctimas de conducta sexual inapropiada, acoso e incluso violencia sexual.”
Desde la publicación del artículo, los medios y las instituciones académicas no han dejado de hablar del caso. Clacso, uno de los referentes académicos más importantes de América Latina, decidió suspender las actividades de Boaventura de Sousa Santos –tarde porque según el testimonio de Moira Millán, en Clacso sabían hace rato–. Mientras tanto, más de 150 figuras académicas y agentes culturales decidieron suscribir el manifiesto Todas sabemos, en el que apoyan a las víctimas y hacen un llamado para que todas las instituciones educativas tengan mecanismos apropiados de denuncia y atención de denuncias de acoso y abuso sexual. Por su parte, Sousa Santos se ha pronunciado para calificar las denuncias como venganzas, (¿de qué?), y anunció que denunciará a las investigadoras. En fin, la hipocresía del saber y del poder.
Sabemos que este no es un caso particular de la academia portuguesa y que estas historias se repiten una y otra vez. Tampoco es un secreto que el prestigio de muchas instituciones académicas está cimentado en la explotación de estudiantes y también en violencias machistas. Aún así, el metoo académico avanza con fuerza y demuestra que las “redes de susurros” y de feministas dispuestas a rayar las paredes de las facultades, cada vez tienen menos miedo. Son estas acciones desde una academia contrahegemónica y rebelde en cabeza de académicas, muchas veces desprestigiadas y desterradas las que están logrando cambios reales para hacer de las universidades espacios seguros.
Para quienes les preocupan los aportes, textos y teorías de los señalados, algunas reflexiones finales: el conocimiento no se construye individualmente, los conceptos y las teorías también tienen redes y no pertenecen exclusivamente al que figura más (en teorías decoloniales tenemos a María Lugones, a Silvia Rivera Cusicanqui, Ochy Curiel, por mencionar algunas); por otro lado, podemos seguir leyendo esos trabajos y señalando la contradicción y la distancia crítica entre las ideas y los autores; finalmente, necesitamos una academia menos personalista y más polifónica, porque, ¿cómo dice? es tan difícil imaginar el fin del colonialismo tanto como imaginar que el colonialismo no tenga fin, y, sí acá están ellas, las susurradoras, las grafiteras, las investigadoras tumbando ese monopolio de hombres blancos heteronormados que durante tanto tiempo “tuvo la razón”.