La pandemia desde el pie: crónica del Tucumán profundo

Una localidad semirural en la que el agua para higienizarse es desviada para el riego de grandes extensiones y la posibilidad de quedarse en casa sin trabajar no existe. Desde Rodeo, en la provincia de Tucumán, llega el grito comunitario de una Cuarentena Digna.

Por Gonzalo Romero y Hugo Heredia | Fotos de Gonzalo Romero

La localidad de Rodeo es una de las muchas poblaciones dispersas que se encuentran en el departamento de Burruyacu, a 40 km hacia el este de la capital tucumana, por ruta provincial 304. Insertas en el pedemonte de las Sierras de Medina, estas comunidades habitan una de las regiones de mayor explotación agrícola a gran escala de la provincia, con extensas fincas de limón y caña de azúcar. Las comunidades como el Rodeo, La Cañada y La Cruz de Arriba subsisten del trabajo en épocas de cosecha y de changas fuera de temporada.

Hay una menor concentración de población que en las grandes ciudades y las formas de vida semirurales configuran las distancias y espacios para que niños y niñas jueguen libremente, alejados de la populosa área metropolitana del gran San Miguel de Tucumán. Aunque con menos probabilidades de contagio concreto, estas comunidades resisten las graves consecuencias económicas del modelo agroexportador, ahora profundizadas por la pandemia.

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¿Cómo afecta a estas localidades la emergencia sanitaria, económica y social?

La cosecha del limón está comenzando; trabajadores (en su mayoría hombres) se suben a colectivos maltrechos para ser trasladados a las fincas; sin barbijos, guantes ni la distancia preventiva. Bañarse al volver del trabajo es lo que recomienda la Organización Mundial de la Salud; tarea que se dificulta cuando el agua de la zona es desviada para el riego de grandes extensiones, privando a comunidades enteras de este recurso.

En el eje de ruta provincial 304, desde Alderetes, hasta la cabecera departamental de Burruyacu, solo existen dos cajeros automáticos para abastecer a miles de personas distribuidas en pequeños poblados. En La Ramada se encuentra uno de ellos y el mejor horario para ir a sacar plata sin que haya cuadras de cola es a la madrugada, cuando no queda nadie; si es que no hay control policial en estas épocas de cuarentena.

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Los lugares de aglomeración, como posibles focos de contagio, son la cosecha y los cajeros automáticos. Y no hay posibilidades de prescindir de alguno de ellos.

Mujeres reunidas en círculo, en el patio de una casa, manteniendo la distancia y con barbijos rojos de confección propia, debaten sobre la agenda del día y sobre los cuidados a tener en cuenta. Hoy tienen tarea doble: preparar la merienda para unos 100 chicos y chicas que acuden al merendero y realizar una distribución de alimentos para las familias que viven en ese territorio.

A partir de las 17 o 17:30 horas comienzan a llegar en busca de la ración diaria; los merenderos ya no funcionan como tal, ahora entregan viandas o las distribuyen, en ocasiones. De los 110 merenderos que funcionaban antes, ahora quedan 70 funcionando bajo este sistema, asumiendo la tarea de los que no pudieron abrir. Cada vez vienen más personas a buscar comida, las referentes arman planillas de “asistencia” para tratar de calcular diariamente cuánto producir en las panaderías propias, pero todos los días llegan más y el registro se actualiza permanentemente.

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Las políticas nacionales tardan en llegar y se diluyen en procesos burocráticos que en muchos casos implican tener Internet (que también es un recurso faltante). El gobierno provincial no acusa recibo de la crisis; tampoco lo hizo antes. La organización popular sostiene y reivindica, más aún en este contexto; la reconstrucción de una red social desbastada por políticas neoliberales históricas perpetuadas desde el poder dominante.

Desde el Frente Popular Darío Santillán se trabajó en el desarrollo de protocolos de trabajo y seguridad, a fin de sostener la tarea comunitaria bajo la consigna de una Cuarentena Digna; donde el autocuidado y el cuidado colectivo son las premisas para sostener los espacios de alimentación y contención de las y los de abajo.  En los merenderos pueden verse afiches sobre los cuidados a tener en cuenta al momento de la tarea cotidiana y sobre los alimentos a preparar; también sobre los síntomas del coronavirus y el dengue. Aunque este último haya quedado en los márgenes de los medios masivos, en estos territorios es una epidemia común y no menos grave.

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La vida cotidiana en el Tucumán profundo se sostiene con redes sociales sutiles, invisibles e invisibilizadas. La construcción del poder popular implica el fortalecimiento de estas redes a través de procesos de organización colectiva que alimenten un horizonte común de transformación social.

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