Luego de una de las marchas más multitudinarias de la historia reciente, en defensa de las universidades públicas del país, el presidente Javier Milei dio una entrevista de prensa en la que acusaba de política a la marcha, además de decir que hubo actores contratados para asistir.
La práctica del presidente no es algo nuevo ni exclusivo, asistimos desde hace décadas a la evasión de lo político por parte de visiones neoliberales. ¿Podemos hablar de algunas definiciones básicas?
Es realmente irritante escuchar presidentes, gobernadores o legisladores decir que no hacen política, que no quieren hacer política con un tema o incluso, el sinsentido de los últimos tiempos, expresar enojo diciendo que una marcha se “politiza”.
La negación de lo político es un modo más de hacer política en boca de quien lo enuncia, conceptualmente es tan ridículo como escuchar a un electricista decir “no estoy ni ahí con la electricidad” o un panadero decir “soy enemigo de la práctica de hacer panes”.
Desde hace varios siglos cientos de autores vienen hablando sobre lo político, con distintos matices y con propuestas muy diferentes sobre cómo entenderlo. Aristóteles consideraba que la política era una ciencia que consiste en la organización de la sociedad, del gobierno de la Polis (ciudad-estado).
Durante el medioevo muchos filósofos, como el caso de San Agustín, creían que la política debía estar supeditada a la teología, lo cual hacía que las decisiones sobre el destino de la sociedad recaiga en última instancia en quienes interpretaban la palabra de Dios. Es precisamente por esos siglos de disputa entre Fe y Razón que la modernidad se presenta como el predominio de la razón y la centralidad de la política para el gobierno y desarrollo de la vida de la población.
Todos hacemos política porque vivimos en sociedad, pensamos, opinamos y actuamos en función de ciertas ideas. Apoyamos ciertos puntos de vista, creemos que con algo referido a lo público se debe hacer tal cosa u otra. Hacemos política cuando vamos a votar, y también cuando no vamos. Lo hacemos cuando opinamos sobre los problemas del barrio, sobre la inseguridad o sobre lo que sucede en la televisión.
Entre tanta desinformación intencional, a veces también se mezclan distinciones. Muchas personas quieren decir partidaria cuando dicen política. En ediciones anteriores de nuestra vida democrática el neoliberalismo se encargó de demonizar a los partidos políticos. Más aún, los momentos de crisis económica son tiempos en los que la organización política partidaria es reprochada. Pero una cosa es rechazar la partidización de alguna lucha y otra, el error conceptual de querer que una manifestación no sea política.
Cuando una persona acusa de política a una marcha, quizás está queriendo acusarla de partidaria. Por ejemplo, durante la convocatoria a la marcha federal universitaria, la científica investigadora del Conicet y docente universitaria, Sandra Pitta, expresó en sus redes sociales que no asistirá a la marcha porque respondía a fines políticos y no a los reclamos. ¿Puede una científica del conicet desconocer la distinción entre lo político y lo partidario? La respuesta es sí, por supuesto, la dra. Pitta es biotecnóloga y quizás algunas cosas del CBC le quedaron olvidadas. Del mismo modo que un doctor en Ciencias Sociales puede desconocer absolutamente cuestiones rudimentarias de biología o matemática. La división del conocimiento y la investigación no prepara a los científicos para saber sobre todos los temas, muy por el contrario, el trabajo muchas veces consiste en investigar en profundidad y durante décadas un aspecto específico de un tema en particular.
Ahora bien, la dra. Pitta además fue candidata a diputada por Juntos por el Cambio y dirige una fundación de Derechos Humanos y Desarrollo Científico, entonces podríamos suponer que su desconocimiento es ya una falta grave o intencionalidad manifiesta de confundir los términos.
Hace unos meses un mensaje se replica en las marchas y dice lo siguiente: “te hicieron creer que es un país de mierda para que no lo defiendas cuando lo destruyan”. En sintonía con ese mensaje podríamos decir: “te hicieron creer que la política es mala para que no veas como la ejercen para subordinar lo político al mercado”. Quedaría quizás muy snob un cartel de este estilo, pero creo que la idea se entiende.
Me gustaría poder cobrar una multa en dinero a cada funcionario, de la escala que sea, cada vez que niegue estar haciendo política. Los políticos hacen política, buena o mala, la hacen todo el tiempo. Todos hacemos política, pero ellos además cobran su sueldo específicamente para tal fin, la negación expresa de tal realidad debería considerarse como equivalente a faltar al trabajo.
Quizás así, con plata de por medio, abandonen la retórica engañosa de acusar de político a aquello con lo que no están de acuerdo y de simple trabajo o realidad objetiva a lo cada uno hace.
El sistema democrático necesita que cada vez más personas entendamos cómo se maneja lo público, cuáles son los debates políticos que están detrás de cada propuesta de ley o discurso. Lo necesitan nuestras instituciones, todos los docentes e investigadores y el ánimo de la ciudadanía.