La historia de Romerito, un ferroviario de Tafi Viejo

Samuel Gerónimo Romero es uno de los 30.000 desaparecidos que dejo la última dictadura militar. Trabajador ferroviario, su historia sucede en Tafi Viejo, y la relata su hijo, Jorge Romero. Jorge creció pensando que quizás, algún día, encontraría a su padre en Buenos Aires. Pero en 2015, le confirmaron que los restos de Samuel Romero, habían sido identificados en el Pozo de Vargas, lugar donde el terrorismo de estado quiso tapar su maquinaria de exterminio. Por Fabiana Cruz

Tafi Viejo, fue fundado en el año 1900. Existen documentos que recuerdan con orgullo las épocas de esplendor del pueblo cuando, luego del inicio de los Talleres Ferroviarios en 1910, grandes grupos de personas de distintos puntos de la provincia y extranjeros europeos, comenzaron a instalarse en esta localidad, atraídos por las sólidas fuentes de trabajo que ofrecían los Talleres. Situado a 16km de la capital tucumana, la nueva ciudad, comenzó un proceso urbanización sin precedentes.

La construcción de los Talleres comenzó en 1902 y concluyó en 1910. Comenzaron a funcionar con una amplia demanda laboral que sobrepasaba la escasa población de su localidad. Para el 1930, desde el gobierno nacional, se impulsó la ampliación de las instalaciones, llegando estos a ser los más grandes de Latinoamérica, con 22 hectáreas ocupadas y más de 5 mil empleados en ejercicio.

La impronta industrial que fue adquiriendo, trajo consigo una población obrera masificada, con gran capacidad de organización colectiva y con una ferviente carga ideológica. Gran parte de los trabajadores de los talleres tenían actividades políticas.

La inmensa instalación de los talleres, se encontraba dividida por sectores, en donde cada uno contaba con un representante que luego participaba de las asambleas y de las decisiones sindicales.

Samuel Gerónimo Romero, o “Romerito” como le decían, trabajaba en el oficio de tornero mecánico en los talleres, en tiempos en los que el manejo de los tornos implicaba grandes destrezas. Era también el delegado de su sector.

Romerito solía llevar a su hijo Jorge Romero a los talleres, quería enseñarle sobre su oficio, pero el pequeño siempre terminaba jugando con el resto de sus compañeros del trabajo.

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Más de 4 décadas después, me encuentro con Jorge, quien ya no es un niño. Tiene 57 años, y me cuenta que a su padre nunca más lo volvió a ver. Un grupo de tareas lo sacó forzosamente de su casa en el verano de enero 1976, durante el Operativo Independencia, decretado por la entonces presidenta María Estela Martínez de Perón, con el fin de “aniquilar la subversión”.

Jorge es un hombre más bien delgado, alto, blanco, pelado (dice que cuando era joven tenía el pelo muy largo). Usa lentes y tiene la nariz ganchuda. Me saluda mientras termina de soltar las últimas bocanadas de su cigarrillo.

Habla bajito, pero apenas cuenta acerca de “su viejo”, el orgullo se le manifiesta con verborragia y pareciera que puede utilizar todos los recursos del lenguaje para ir inmediatamente de un tema a otro. “Este muchacho es el hijo de Samuel Romero, el primer montonero taficeño”. Así lo habían presentado hace unos años en una marcha. Él acababa de enterarse.

Algunos le dicen que se parece a su papá. Él dice que no. Yo veo una foto y pienso que al menos físicamente, no se parecen.

Hoy, la familia de Jorge, está compuesta por sus 5 hijos, su compañera y su suegra. Trabaja por las noches en un remis porque prefiere estar despierto cuando todo lo demás está oscuro. “Supongo que para que no lo sorprendan a uno, se tiene más reacción que cuando se está dormido” dice, y agrega que es uno de los hábitos que adoptó luego de que Samuel Gerónimo fuera secuestrado.

Jorge creció pensando que quizás, algún día, encontraría a su padre en Buenos Aires, no sabe bien por qué. Creía que, entre tanta aglomeración de gente, todos yendo y viniendo, de un lado hacia otro, en el sinfín de siluetas, podría encontrar ese rostro que tanto tiempo llevaba sin ver. Algún día lo iba a divisar. Pero en 2015, le confirmaron que los restos de Samuel Romero, habían sido identificados en el Pozo de Vargas, lugar donde el terrorismo de estado quiso tapar su maquinaria de exterminio.

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Con la mirada risueña, aires de rebeldía y el semblante de un luchador. La postura erguida y el físico de un deportista. Así lo muestran las fotos que la familia conserva de Romerito.

Samuel Gerónimo Romero, nació el 11 de octubre de 1939 en Tafi Viejo. Era el cuarto hermano de una familia que se haría muy numerosa con el paso del tiempo: 15 hermanas y hermanos en total. Dicen que los orígenes del padre de Romerito posiblemente fueron alemanes, y los de su madre, indígenas.

Romerito y uno de sus hermanos, Raúl, demostraron ser buenos deportistas desde muy chicos, jugaban al fútbol en los campeonatos barriales, y también practicaban boxeo en el club Juventud Unida, que quedaba detrás de su casa.

Se enamoró luego de María Antonia Nieto, y como se estilaba antes, le escribía cartas de amor cambiando su nombre por ‘Jorge’, y así iniciaron su noviazgo.

“Por eso yo me llamo Jorge”, aclara.

A los 18 años de él y a los 15 de ella, se casaron, estando María embarazada. Luego de pocos meses nació su primera hija, “Lita” Romero. Con el tiempo nació Jorge, y por último Claudio, quien fue diagnosticado con poliomielitis.

Romerito comenzó a trabajar en los Talleres a los 18 años, con todo el impulso de la actividad sindical. En su barrio se metió de lleno en la Juventud Peronista, tratando de mejorar las condiciones sociales del lugar donde vivía. Con su hermano Raúl y otros compañeros, preparaban pan en su casa y salían a repartirlos. Organizaban actividades barriales e instaban a todos los vecinos a participar. Las navidades, reyes magos y otros eventos, eran tiempos en los que los hermanos Romero casi no descansaban para dedicarse a los preparativos.

Con la estabilidad que fue adquiriendo en los Talleres Ferroviarios, Romerito y María Antonia, quien era costurera, comenzar a cumplir el sueño de la vivienda propia. Empezaron a construir su casa en el barrio de Alberdi, a dos cuadras del cementerio.

En 1966, en el club Juventud Unidad donde boxeaba Romerito, tuvo la oportunidad de dar una exhibición junto a Carlos Monzón, tres meses antes de que este se convirtiera en campeón mundial. “Monzón a mí me tuvo sentado en sus piernas” recuerda Jorge.

A Romerito le habían ofrecido ser ‘sparring’ (pareja de entrenamiento) de Monzón, querían llevárselo de Tafí Viejo, le habían garantizado que iba a ser campeón en aquél equipo, tenía todas las condiciones que se necesitaban para serlo, pero no aceptó.

“Muchos le decían a mi papá vos ahí perdiste la oportunidad de tu vida, capaz que podrías haber estudiado en Francia” y – capaz que sí- dice Jorge, “pero no fue su elección”.

Jorge admite que no recuerda que su padre tuviera defectos, sólo sabe que tenía muchos valores, y que la solidaridad y su inteligencia, eran las características que más lo identificaban.

***

En una noche de enero de 1976, Jorge, quien por ese momento ya tenía 15 años, despertó repentinamente con varias linternas alumbrándole la cara. Le preguntaban por su papá. Eran alrededor de 5 hombres o más, con cascos de motos, ropas claras y pañuelos que les tapaban la mitad de la cara. Por los ruidos, la familia entera se despertó asustada, no sabían qué estaba pasando. Claudio, el hijo con discapacidad, salió para ver qué sucedía, y lo redujeron de un culatazo quedando tirado en el piso, mientras los sujetos lo amenazaban con matarlo.

A Samuel se lo llevaron del brazo y lo hicieron subir a uno de los autos que estaban esperando afuera. Claudio quedó en el piso, inconsciente.

Jorge, desesperado, fue a buscar a su tío Ángel Romero que vivía en el mismo terreno, y juntos se dirigieron hacia la casa de sus abuelos para contarles lo que estaba pasando. En el camino, comenzó a relatarle los detalles del secuestro y de los hombres que se habían llevado a su papá. Debió pausar su relato cuando reconoció, en la calle, exactamente el mismo auto que varios minutos antes había estado en su casa. El auto, comenzó a bajar su velocidad. Jorge y Ángel se detuvieron en la vereda esperando a que se les adelantara, y este desaceleró todavía más. Cuando pasaron por su lado, Jorge reconoció a uno de los sujetos que había participado del secuestro, lo supo por cómo estaba vestido, y se lo comentó a su tío. A lo que este le señaló “ese es el comisario Jodar”.

La denuncia fue radicada en la comisaría de Tafi Viejo, pero luego, misteriosamente la constancia desapareció.

La madre y esposa de Samuel, iniciaron una búsqueda persistente por todos los lugares posibles. Regimientos, comisarías, la escuelita de Famaillá, la cárcel de Villa Urquiza, Jefatura, y otros Centros Clandestinos de Detención, sin resultados positivos. Pero un día, con todo el coraje de unas guerreras, decidieron enfrentar a Antonio Domingo Bussi, el represor al mando del operativo de aniquilación. Sabían que Bussi iba a asistir un día a “la escuelita”, en donde se encontraban detenidas muchas personas bajo régimen de tortura. Las mujeres se trasladaron hasta allí, y esperaron a que el hombre saliera de la escuelita para increparlo por la desaparición de Romerito. Pero la perversión del hombre no tenía límites. Intentó atropellarlas.

En septiembre de 1976, secuestraron a Raúl Romero, hermano de Samuel y su sparring de boxeo. Hasta el día de hoy continúa desaparecido.

***

La situación inmediata para la familia de Samuel Romero después del secuestro, fue de extrema pobreza. El menú de todos los días era polenta, por lo que Jorge al día de hoy, no puede disfrutarla. Además, debieron soportar las persecuciones de los militares durante el resto de los años del terrorismo.

Jorge y sus amigos, solían ir a recorrer una fábrica de calzados que se encontraba en la ruta, porque esta arrojaba los retazos que no le servían, y con ellos, los jóvenes se fabricaban sus propias zapatillas. Pero un día, mientras volvían, notaron que dos autos no le perdían la vista desde atrás. Los muchachos, comenzaron a asustarse cuando vieron que los estaban siguiendo y empezaron a adelantar el paso muy angustiados. En el camino se separaron, quedando Jorge y un amigo con el que decidieron ingresar a una finca para resguardarse. Allí, se encontraron con una pareja joven, pidieron disculpas y les contaron lo que estaba pasando. “Quédense acá, no pasa nada”, les aseguró la muchacha. Mientras que su pareja, no estaba tan contento con la intromisión. La joven les sirvió mate cocido a los adolescentes y le pidió a su compañero que fuera a ver si había alguien afuera. El joven salió, notó que 3 autos se encontraban esperando en la ruta y alertó a todos. La mujer, decidida, tomó una escopeta, salió y soltó 3 tiros al aire. Luego de este acto valiente, los autos se fueron de la propiedad.

Jorge nunca más volvió a ver a la pareja, pero estuvo siempre muy agradecido por haberlos contenido esas horas en su hogar.

Por su parte, María Antonia, su madre, comenzó a trabajar en un bar por las noches, y Jorge iba siempre a esperarla para que no le pasara nada.

En la cotidianeidad de los días, los autos del comando los seguían hasta que la familia de Romerito llegaba a su destino. Era tan brutal y continua la estrategia del miedo, que comenzaron a sentir que se estaban acostumbrando. “¿Viste que a veces empezas a tomar con normalidad algunas cosas?”, suelta Jorge.

El adolescente cursaba la secundaria becado, no pagaba cooperativa, y se las ingeniaba con la poca ropa que tenía para ir a la Escuela Técnica y parecer un muchacho rebelde. Un día, recibió muy contento un par de corbatas que le había regalado el vicerrector y “Osito Soraire”, otro empleado del establecimiento, quienes habían sido amigos de su papá. Luego de unos años, Jorge se enteraría que Osito se enfrentó a Bussi en un café. “¿Así que me estás buscando? Acá estoy”. A los dos días, Osito desapareció.

***

En una finca custodiada por un señor de apellido Vargas, en la localidad de Tafi Viejo, funcionaba un pozo como construcción que abastecía de agua a las máquinas de vapor, se cree que desde que fueron fundados los talleres. En 1975 y hasta 1978, ese pozo pasó a convertirse en una fosa de inhumación clandestina, según el CAMIT (Colectivo de Arqueología, Memoria e Identidad de Tucumán). Allí, cuerpos enteros, fraccionados, vestidos, vendados, con esposas, quemados, empaquetados y baleados fueron arrojados por los militares para ocultar su operaria asesina en esa amplia zona rural. Aquellos verdugos ni siquiera tenían compasión, los tiraban moribundos, los arrojaban con las marcas de la tortura, de paso les pegaban otro tiro desde arriba, y luego le dirían al pueblo que nada había pasado, que todo era un mito barrial, que la gente inventaba cosas. Que los desaparecidos simplemente no estaban, que de todas maneras eran subversivos.

Un recuerdo impreciso o inexplicable, lo remonta a Jorge a los años posteriores al regreso de la democracia, en los que trabajaba custodiando el Pozo de Vargas. Las excavaciones para rescatar los restos humanos ya habían comenzado. El Estado ya sabía que las pruebas irrefutables y científicas de aquel pasado oscuro estaban allí. Jorge solía hacer guardias en aquel sitio de Memoria. No imaginaba que su padre podría estar allí, incluso sabiéndolo desaparecido, no se le había ocurrido, o no quería pensarlo. Pero cosas incomprensibles le pasaban.

Cuando intentaba volver a su casa, su auto se frenaba, era como si no funcionara más. Intentaba arreglarlo, pero no ocurría nada, no tenía ningún problema visible. Cuando volvía a subir, el auto andaba perfectamente. Una vez más, otra vez, lo mismo.

En una ocasión un hombre se le presentó a Jorge en las inmediaciones del pozo, tenía la tez oscura y utilizaba unos anteojos muy grandes, con los vidrios verdes, los marcos gruesos. Tenía dificultades para caminar.

-¿Vos sos el hijo de Romerito? Yo estuve con él…- le dijo.

Alguien los interrumpió. Jorge no pudo seguir hablando con él. Después no lo pudo encontrar. Decidió comenzar a buscarlo entre los sobrevivientes y ex presos políticos, les preguntó si alguien conocía a este hombre, les dio detalles sobre su aspecto físico. Nadie supo de quién hablaba.

Jorge no sabe qué pasó, pero esas y otras tramas indescifrables, prefiere atribuírselas al pozo.

En el año 2015, Jorge fue notificado de que se habían encontrado los restos de su padre en el Pozo de Vargas. “Lloraba como un bebé, y yo pensaba que lo tenía asumido”, cuenta con resignación. La noticia se la llevó a su casa un viejo amigo, que prefería anticiparle el doloroso mensaje antes de que lo hiciera el juzgado. “A nadie se le ocurre enterarse de que tenés a tu papá por partes”, dice.

Romerito no estaba en Buenos Aires, no estaba en la ciudad de los subtes y del obelisco, no estaba entre los montones de personas apresuradas por llegar a sus destinos. Estaba en un pozo, donde se encontraron restos de más de un centenar de personas que la violencia sistemática pretendió desaparecer pero que, sin embargo, conserva las siniestras evidencias del horror. Es un pozo y es a la vez una herida, de tres metros de ancho, y con una profundidad de 40 metros de dolor. En ese hoyo oscuro, con reminiscencias de la muerte y de un silencio impenetrable, se encontraron los restos de Romerito.

La historia de Buenos Aires es quizás el relato más próximo al consuelo que Jorge pudo elaborar, la esperanza que pudo añorar, la de su padre vivo. Hoy sabe que Samuel nunca habría podido tener una vida tranquila allá, sabiendo que su familia lo estaba buscando, sabiendo que lo extrañaban.

Durante la última dictadura militar, la producción en los talleres ferroviarios se vio notablemente mermada. Sus trabajadores fueron perseguidos por un sistema terrorífico, en donde nadie sabía quién podría ser el próximo sometido a la crueldad. Esto sumado a los despidos que sufrió el personal, intentó ocultarse mediante excusas de jubilaciones anticipadas y retiros voluntarios. En 1980, finalmente cerraron los talleres, producto del liberalismo económico y la reducción del gasto público, dándole un final trágico al emprendimiento que había hecho crecer cultural, social y políticamente a Tafi Viejo.

El pueblo que se crío con los sonidos del tren, vio pasar las luchas en democracia para la reapertura de los Talleres, que luego de muchos años fueron abriendo el camino a su rehabilitación, pero lejos de asemejarse a lo que alguna vez fue.

Actualmente, luego de varias exigencias y reclamos, los talleres se encuentran en actividad, realizando tareas de mantenimiento y reparación a trenes y vagones.

El pueblo intenta reconstruir la vida cultural, social y política que germinó al calor de los talleres. Algunos optan por recordar con gloria y dignidad a sus protagonistas ferroviarios.

***

En 2017 Omár César Jodar, quien había sido reconocido por Jorge como uno de los secuestradores de su padre, fue absuelto en el Juicio Operativo Independencia. Se desconoce los lugares donde estuvo detenido Samuel Gerónimo Romero y las causas de su muerte. Tenía 36 años de edad. El 10 % de las identidades encontradas en el Pozo de Vargas, corresponden a trabajadores ferroviarios.

*Datos: Libro Tafi Viejo 100 años de Historia

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