Milagro Mariona

Influencers, terapias mágicas y estafas emocionales en tiempos de crisis

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En tiempos de crisis, no sólo económica sino también social y espiritual, florecen las promesas fáciles. La desesperación es terreno fértil para los vendedores de soluciones mágicas, y las redes sociales son su vidriera. En cada scroll, aparece alguien ofreciendo una forma rápida de ser feliz, bajar de peso, volverse millonario, “manifestar abundancia” o “liberar bloqueos”. Influencers con miles de seguidores que, desde su propio dolor o privilegio, ofrecen fórmulas que suenan sencillas, baratas y efectivas. Pero no lo son.

A principio de año se hizo famoso el Colorado Ponzi quien, junto a Amadeo Llados, prometían el éxito eterno y riqueza ilimitada tan solo comprandoles un cursito. La crisis de confianza hacia las instituciones —el Estado, los medios, la justicia— abre paso a un nuevo tipo de estafa, ya no solo la económica: la emocional. No se trata sólo de dinero, sino de manipular la necesidad de creer en algo, de encontrar alivio cuando el mundo se vuelve insoportable.

De los tés mágicos a la hipnosis para sanar abusos

Cada tanto, alguna polémica estalla y expone este sistema de espejismos. La más reciente volvió a tener como protagonista a Santi Maratea, quien recomendó un té “natural” para adelgazar y, al ser criticado por el Colegio de Nutricionistas, respondió que “todas las nutricionistas tienen un trastorno de la conducta alimentaria”. Todas. El influencer —una figura que maneja millones y que se autopercibe “fuera del sistema”— descalificó así a un colectivo profesional compuesto mayoritariamente por mujeres, reforzando estereotipos y banalizando problemáticas graves como los TCA.

Poco después, Jimena Frontera, autodenominada “terapeuta holística”, ofreció una “consulta grupal para sanar abusos sexuales a través de la hipnosis” a 95 dólares por persona. La propuesta, dirigida a mujeres sobrevivientes de violencia sexual, despertó indignación entre psicólogas, terapeutas y profesionales de la salud mental, que denunciaron el intrusismo y el riesgo de reabrir traumas sin contención adecuada. Frente a la crítica, Frontera borró la publicación, pero luego subió otro video en tono de víctima, defendiendo su técnica y asegurando que “funcionaba”. Con el mismo tono de voz que te vende colágeno, te ofrece la sanación mágica de heridas profundas.

Estos casos no son aislados. Son síntomas de un fenómeno que crece en paralelo al vaciamiento de los dispositivos de salud mental y de acompañamiento institucional.

Cuando el Estado se desentiende, las redes se llenan de “gurús del bienestar”. Venden espiritualidad empaquetada, autoestima en cuotas, terapia exprés y pertenencia a una comunidad imaginaria. Hablan de energía, de vibrar alto, de “responsabilidad emocional” como si todo dependiera de una decisión personal, borrando el contexto social, económico y político que hace imposible sostener la vida para millones de personas.

Estas prácticas se disfrazan de empoderamiento, pero reproducen la lógica neoliberal más cruel: si no sanás, si no prosperás, si no podés salir de la depresión o de la violencia, es tu culpa.

En paralelo, las organizaciones sociales, feministas y de derechos humanos —las mismas que durante años sostuvieron redes de contención reales— están saturadas. A los medios que trabajamos con perspectiva de género nos llegan todos los días mensajes de mujeres, adolescentes y familias buscando orientación. Casos de abusos que no llegan a juicio, denuncias que se archivan, líneas de atención que no responden, psicólogos públicos con meses de demora.

Ese vacío es el caldo de cultivo perfecto para los falsos terapeutas, las sectas emocionales y las estafas disfrazadas de espiritualidad. En un país donde el dolor no tiene respuesta institucional, aparecen quienes lo monetizan.

Creer o no creer

El problema no son las personas que buscan alivio —todas lo hacemos de alguna forma—, sino quienes se aprovechan de esa búsqueda. Las redes sociales les dan visibilidad, legitimidad y poder económico. La falta de regulación y la indiferencia del Estado completan el combo.

En China, el Cyberspace Administration of China (CAC) estableció una regulación que entró en vigor el 25 de octubre de 2025, por la cual los influencers que publiquen contenidos sobre temas sensibles como salud, derecho, educación o finanzas deben contar con títulos, licencias o certificaciones profesionales verificadas.

Las grandes plataformas chinas —Douyin (la versión china de TikTok), Bilibili, Weibo— ahora tienen obligación legal de chequear las credenciales, exigir que los posts incluyan citas o descargos y eliminar contenido que infrinja las normas.

Así como existen regulaciones en a vida “real”, el territorio digital también debe ser regulado por el Estado. En tiempos de crisis, la esperanza se vuelve un bien escaso. Pero no todo lo que promete sanación lo es.

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