Horizontes del cine tucumano

El docente Pedro Arturo Gómez realiza un recorrido por la nutrida trayectoria cinematográfica de la provincia. Se atreve a hablar de un cine tucumano “nuevo” o refundado, hecho con recursos humanos formados profesionalmente en esta provincia, con historias, figuras y espacios locales como parte de una lucha por las condiciones políticas y culturales que hagan posible la consolidación de un campo audiovisual auténticamente regional.

Los largometrajes de ficción Los dueños (Ezequiel Radusky y Agustín Toscano, 2014) y El motoarreabatador (Agustín Toscano, 2018), valorados por la crítica especializada y con un fructífero recorrido por festivales nacionales e internacionales, documentales como Tapalín, la película (F. del Pero, M. Rotundo y B. Zavadisca, 2014), La ciudad de las réplicas (B. Zavadisca, 2016), el suceso local de Bazán Frías. Elogio del crimen (Lucas García y otros, 2018) y el inminente estreno de otro documental, La hermandad (Martín Falci, 2019), junto con un gran número de cortos y otras realizaciones de variados formatos, conforman un corpus audiovisual producido en la segunda década del Siglo XXI que ha alentado la posibilidad de hablar de un “nuevo cine tucumano”. Cierto que esta etiqueta puede resultar inapropiada, ya que no ha existido en Tucumán una producción cinematográfica consolidada con respecto a la cual estos nuevos emergentes puedan constituirse como un “nuevo cine”.

Si existiera un cine tucumano, los orígenes estarían en El diablo de las vidalas (Belisario García Villar, 1951) y Mansedumbre (Pedro R. Bravo, 1952). La primera fue un emprendimiento quijotesco de Gregorio “Perico” Madrid, un pintoresco personaje local a quien se le ocurrió filmar en clave de aventuras romántico-musicales la vida de un célebre ancestro suyo, el General Gregorio Aráoz de La Madrid, prócer de las batallas independentistas y las guerras civiles, gran enemigo de Facundo Quiroga, cuyas destrezas –al parecer- no sólo eran guerreras sino que incluían también habilidades musicales de compositor e intérprete. Filmada en locaciones de Tafí del Valle y San Miguel de Tucumán, la producción de “Perico” Madrid tuvo un paso fugaz por la cartelera y el paradero de sus rollos sigue siendo hoy desconocido. Por su parte, Mansedumbre –considerada la primera película íntegramente tucumana- es un drama social romántico basado en la novela homónima del también tucumano Guillermo C. Rojas (1915-1994). Realizada en su totalidad en Tucumán, cuenta la historia de un joven médico de origen humilde que ayuda a campesinos explotados por un rico y cruel hacendado, de cuya hija se enamora. Una copia restaurada de Mansedumbre fue exhibida el 18 de octubre de 2012 en la apertura del VII Festival de Cine Argentino “Gerardo Vallejo”.

Sin duda alguna, la figura más destacada de la producción audiovisual tucumana es, precisamente, Gerardo Vallejo (1942 – 2007), realizador cuya obra marcada por una vigorosa impronta testimonial de compromiso y crítica socio-política es unánimemente valorada tanto en Argentina, como en el exterior. Su filmografía, vinculada en sus orígenes con el cine de la militancia revolucionaria del Grupo Cine Liberación liderado por Pino Solanas y Octavio Getino, se orientó a la denuncia de la explotación sufrida por los trabajadores, en particular los campesinos obreros de la industria azucarera, y a la exaltación de la nacionalidad. Nacido en Tucumán, filmó en esta provincia, en 1968, en condiciones de clandestinidad, El camino hacia la muerte del Viejo Reales, obra cumbre de la etnografía cinematográfica de la desigualdad. Ese mismo año filmó el extraordinario y lacerante corto documental “Olla popular”, Gran Premio del Festival Internacional de Oberhausen (Alemania), sobre las catastróficas consecuencias sociales del cierre de ingenios en Tucumán durante la dictadura de Onganía. Entre 1972 y 1974 realizó una serie televisiva de alta inspiración poética y sentido crítico social que se emitió por el Canal 10 de Tucumán bajo el título “Testimonios de Tucumán”, de la cual no quedan copias. Exiliado desde 1975, tras su regreso a Argentina filmó El rigor del destino (1985), Con el alma (1995) y Martín Fierro, el ave solitaria (2006).

Tras las dos décadas que siguieron a la recuperación de la democracia, durante las cuales hubo en Tucumán sólo una esporádica producción videográfica amateur, en 2004 –dentro del marco de las políticas culturales del Estado nacional que alentaban la producción audiovisual- se crea la Dirección Artística de Medios Audiovisuales, en el Ente Cultural de Tucumán, y un año después, sobre la base del Instituto Cine-Fotográfico de la Universidad Nacional de Tucumán (ICUNT), se funda la Escuela Universitaria de Cine, Video y Televisión, unidad académica que hizo posible una formación profesional clave en la intensa producción que se activó a partir de mediados de esta década. También en 2005 se pone en marcha el Festival de Cine Nacional Tucumán Cine, más tarde bautizado “Gerardo Vallejo”, que en 2016 se amplía a una muestra latinoamericana de óperas primas en competición, con sede en el Espacio INCAA Tucumán, inaugurado en 2014. Por su parte, la producción específica de cortos tuvo su propia muestra competitiva local, con el Festival Latinoamericano de Cortometrajes “Cortala”. Este repertorio de muestras y concursos se amplía en 2016 con la creación del Festival Internacional Cine de las Yungas, en la ciudad de Tafí Viejo. A estas instancias de institucionalización se suma en 2017 la formación de la Asociación de Trabajadores Audiovisuales de Tucumán (Tucumán Audiovisual), que llevó adelante la Ley provincial de Promoción de la Actividad Audiovisual, sancionada en 2018.

Entre los numerosos cortometrajes recientes de jóvenes realizadores formados en Tucumán, producciones como “La escondida” (G. Bejas y J. Alonso, 2016), “La ausencia de Juana” (Pedro Ponce Uda, 2017) y “10 mansiones” (Pedro Ponce Uda, 2016) conjugan la memoria del terrorismo de Estado durante la última dictadura cívico militar y una continuidad en la senda de la crítica sociopolítica. Mientras hace falta todavía un mayor protagonismo femenino en la realización audiovisual tucumana, otros cortos como “Santa” (Carlos Vilaró Nadal, 2014), “En el mismo equipo” (Bonzo Villegas y Carlos Vilaró Nadal, 2014), “Totitita” (Bonzo Villegas, 2015), “Recuerdo de mis 15” (Vanesa Pedraza, 2018), “Jazmín” (Verónica Quiroga, 2018) y “Mostras” (Virginia Ferreyra, 2018) han abierto un enclave queer, fundamental para la representación de las culturas e identidades sexuales disidentes en el contexto del conservadurismo dominante en esta provincia. Y a propósito de disrupciones, llama la atención en las comedias dramáticas con tintes sociales de Los dueños, El motoarrebatador y en el documental Bazán Frías. Elogio del crimen la presencia de una línea temática que recurre, sin marcación moralizante, a situaciones y personajes vinculados con la infracción de normas y la delincuencia, expresión quizá de un malestar cultural crónico con respecto a un orden institucional incapaz de resolver las múltiples formas de desigualdad y marginación social. La ausencia de condena moral y los interrogantes acerca de la delincuencia que dejan abiertos películas como El motoarrebatador y Bazán Frías, en particular esta última, arrojan interpelaciones incómodas para las certidumbres de las “buenas conciencias” que en no pocos casos han reaccionado tildando a estos filmes como “apología del delito”.

En su conjunto, todas estas obras se alejan del uso rutinario de la estereotipia regional, del mismo modo que renuncian a la explotación del color local y a los moldes de la “tucumanidad al palo”. En este sentido, el inminente estreno del documental La hermandad, ópera prima de un egresado de la Escuela Universitaria de Cine, Video y Televisión, sobre el particular mundo de vida de niños y adolescentes en el tradicional campamento de un renombrado colegio de la ciudad de Tucumán, alienta expectativas sobre nuevas vías temáticas y expresivas.

Un cine tucumano –“nuevo” o refundado- hecho con recursos humanos formados profesionalmente en esta provincia, con historias, figuras y espacios locales, hablado con la inflexión lingüística de estos lugares, que no quede atrapado en el localismo es un reto y una exploración necesaria; pero es además parte de una lucha por las condiciones políticas y culturales que hagan posible la consolidación de un campo audiovisual auténticamente regional, una lucha colectiva que fracture tanto las lógicas individualistas del campo del arte como las lógicas estrictamente mercantilistas de las industrias mediáticas. Y también es la convocatoria a un cine que marche hacia su público y el llamado a un público que acuda a la cinematografía de su provincia.

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