Murió Maradona y los Pumas no dijeron nada. Capaz que pasaban desapercibidos, pero tuvieron la mala suerte de que se enfrentaban con los “All Blacks”, quienes conmovidos por la muerte del ídolo del fútbol, le dedicaron un sentido homenaje. Cómo obra del destino o tal vez por la mano de D10S, los Pumas perdieron 39 a 0.
A los pocos días, en Twitter, esa red social que no le hace asco al archivo, se desempolvaron tweets de hace más de ocho años con alto contenido racista y discriminatorio de tres jugadores del equipo que representa a la Argentina en el Rugby: Pablo Matera, Guido Petti Pagadizábal y Santiago Socino.
Ante este “escándalo”, la Unión Argentina de Rugby se apresuró a despegarse de los jugadores y los sancionó, aislando individualmente el problema que atraviesa transversalmente al deporte de pelota ovalada: el clasismo y el racismo que impera y emana desde adentro hacia afuera.
Antes que la pandemia y el coronavirus se comiera la agenda mediática y la opinión pública, los rugbiers también habían sido el centro de las críticas luego del homicidio de Fernando Báez Sosa. Un grupo de ocho rugbiers lo mataron a golpes a la salida de un boliche en Villa Gesell.
Una catarata de reflexiones sobre los valores que transmite este deporte se regaron por redes sociales. Ninguna autocrítica vino de esta vetusta institución Unión Argentina de Rugby, quienes se llamaron al silencio.
Recién en junio de este año, lanzaron Rugby 2030, un programa para combatir y erradicar la violencia entre sus practicantes.
Ante la sanción de la UAR, Matera se ofendió y renunció a su puesto en la selección. Los tres acusados recibieron múltiples apoyos, denunciando que la casa madre de este deporte les había soltado la mano. Al día siguiente la UAR retiró las sanciones y colorín colorado, ¿el problema se ha acabado?
Podemos partir del hecho de que el problema no es el deporte en sí mismo. En el rugby se juega en equipo, se arman estrategias que requieren del otro, al finalizar los partidos se comparte con los rivales. Bien enseñado puede ser un aprendizaje para la vida, como otros deportes. Porque también hay mucho que podríamos decir de los cánticos homofóbicos y misóginos del fútbol, la violencia de las barras bravas, y un largo etc podemos encontrarlo en cualquier cancha.
No hay deportes feministas ni machismos en sí mismos, hay comunidades que pueden hacer de una práctica lo uno o lo otro.
En estos días, la abogada Ileana Arduino, decía que “el fetiche pedagógico se parece al punitivismo, suele funcionar como un atajo que nos tranquiliza porque algo vamos haciendo pero que tienen en mí modesta opinión un impacto desmesuradamente limitado, más autosatisfactivo que transformador, si no es parte de un elenco más complejo de políticas y respuestas. Construir umbrales de nula tolerancia es algo que seguramente reclame otra imaginación política que la que logramos a diario”.
Probablemente desde la institución están levantando todos los teléfonos para buscar gente que “los capacite” y les enseñe que no se debe discriminar por la nacionalidad, el color de piel, el sexo o género de las personas. Lavarse la cara con algún taller o protocolo, tan de moda pero tan poco eficaces para frenar la violencia patriarcal.
El problema profundo y de fondo no lo quieren ver. No quieren escarbar en la construcción identitaria de muchos jugadores, aunque no de todos, y como la grupalidad del rugby ayuda a potenciar y no a transformar ese racismo internalizado.
Termino con unas palabras de Silvio Báez, papá de Fernando, porque la cultura de la violencia y discriminación se cobra vidas concretas. Porque el odio se expresa en las redes pero también en la calle:
“A mi hijo lo golpearon por racismo y estaban preparados para matar a alguien; si no era él, seguro iba a ser otro. Fue con odio; tal vez piensan así y se sentían superiores porque eran rubios y Fernando tenía la piel morena. Si hubieran pensado en la otra persona, no habría pasado nada de esto. Pasaron casi 11 meses desde que lo mataron y desde que nuestra vida dio un giro muy grande; ya no somos como antes, todo el tiempo extrañamos esos momentos felices con él. Hoy estamos como el primer día que no está: con mi esposa trabajamos para intentar distraernos y ocuparnos la cabeza, pero siquiera podemos escuchar música, porque hay canciones que nos recuerdan a Fernando y no nos da para tanto el corazón. Sentimos que todavía nos cuesta aceptar que ya no lo tenemos. Hay un vacío enorme y nuestro día a día es vivir sin un futuro, sin planes, perdimos el rumbo. Yo soñaba en poder verlo crecer, que termine la facultad, pero ya no… Ya no puedo soñarlo. En su camino se cruzaron personas que sin piedad lo asesinaron brutalmente a golpes y patadas. Yo no estoy en contra del rugby ni de ningún otro deporte; simplemente creo que es necesario enseñar a luchar contra la violencia y el racismo, porque esas personas que lo patearon hasta matarlo no tienen vergüenza para pegarle a un pibe que está desmayado en el piso. Y todos esos pibes que no dejaban que sus amigos lo ayudaran, todos esos que estaban atajando a los demás pibes para que no pasaran, tampoco. Hoy necesitamos justicia y que en el deporte se siga educando, para que no haya más casos como el de Fernando.”