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Las olas de calor vienen azotando a la Argentina. La OMM (Organización Meteorológica Mundial) y el SMN (Servicio Meteorológico Nacional) registró en estas últimas 2 semanas temperaturas de hasta 45ºC en algunas regiones.
A este contexto se suman los focos de incendios que se reactivaron en diferentes puntos del país y que se replican a nivel mundial. Las catástrofes climáticas constantes hacen que nos preguntemos: ¿El clima siempre fue así de inestable? ¿O será que las películas sobre el fin del mundo modificaron en parte nuestra percepción de la realidad y nublan nuestra capacidad de sentir miedo?
Las sequías, las olas de calor, los incendios, las inundaciones, son solo algunas de las consecuencias del cambio climático. Las más visibles.
¿De qué hablamos cuando hablamos de cambio climático?
Para entender un poco hay que observar primero los procesos climáticos que suceden naturalmente en el planeta como lo es el “efecto invernadero”. Este proceso es necesario ya que permite equilibrar el calor que entra y sale de la atmósfera generando climas estables y localizados en diferentes regiones.
Ese fue el mecanismo que nos ha brindado la posibilidad de establecernos en un lugar específico y abastecernos de lo que ese pedazo de tierra podía brindarnos.
Ese periodo geológico, llamado holoceno, que duró casi 12.000 años está llegando a su fin, dando comienzo a una nueva era: El Antropoceno, (del griego “anthropos”, por humano, y “cene”, que significa nuevo o reciente) “la era de los humanos”.
A grandes rasgos, las emisiones de GEI (gases de efecto invernadero) provenientes de la actividad humana están provocando el engrosamiento de esta capa de gases, dando por resultado que tanto el calor necesario para la supervivencia terrestre como el que no (que naturalmente tendría que disiparse) provenientes de las radiaciones solares que atraviesan la atmósfera quede igualmente “atrapado” entre la tierra y la atmósfera.
Este exceso de calor es el responsable de que los “patrones” climáticos se alteren, volviéndo moneda corriente a las catástrofes climáticas como las sequías, los incendios, erupciones volcánicas, inundaciones, maremotos, sismos, terremotos, incluso las pandemias.
Dada su clara evolución, de a poco, se va dejando de hablar de cambio climático para pasar a llamarla como “crisis climática”, en compañía del término “crisis ecológica”: haciendo referencia al inminente colapso de los ecosistemas y la biodiversidad.
Fuentes conservadoras pero confiables
La ONU, en dos de sus paneles, el IPCC (Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático) y el IPBES (Panel Intergubernamental sobre Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos) y la WWF (Fundación Vida Silvestre) viene manifestando hace varios años la gravedad de la situación mundial a nivel climático y de los ecosistemas.
Según un informe especial emitido por el IPCC en el 2018 tenemos un margen de menos de 10 años antes de agotar lo que se conoce como nuestro “presupuesto de carbono equivalente (variedad de GEI)”, lo que nos llevaría a superar la temperatura promedio global del 1.5ºC.
Estos índices repercutirán directamente en el funcionamiento de los ecosistemas provocando que superen umbrales específicos en sus procesos de degradación y consecuentemente entren en ciclos de retroalimentación positiva, o sea autodestructivos.
Una vez desencadenados estos procesos, por un lado, el funcionamiento de los ecosistemas se volverá totalmente impredecible y por otro serán imposibles de detener con cualquier método tecnológico que se plantee.
Pero ojo. Hay algo que no podemos dejar de pasar por alto. Y es el fuerte carácter conservador de toda esta data. Lo podremos tomar como “piso de certeza”, pero ¿por qué decimos que son conservadores?. Por dos razones:
- El proceso para construir esos informes puede tardar entre 2 y 3 años, lo que hace que siempre la información esté desactualizada.
- Los borradores emitidos por estos científicos, tienen que ser “aceptados” por un representante del gobierno de cada país que participa, consiguiendo así que mucha información no se publique porque podría comprometer a los miembros.
De todas formas, siguen siendo esos organismos, las fuentes de producción de información científica más confiables porque siguen la técnica académicamente aceptada que produce un conocimiento válido desde el punto de vista de la ciencia.
Cabe aclarar que se “decoren” los resultados para no comprometer a algunos, no los hace menos ciertos.
Puntos de no retorno
Estos umbrales de degradación de los ecosistemas que pasan al superar la barrera del 1.5°C se conocen como puntos de no retorno (tipping points) y algunos ejemplos son el derretimiento del permafrost (capa de hielo que recubre gran parte del norte global) y de los diversos glaciares, la deforestación de la Amazonía, la acidificación de los océanos, la desaparición de los corales, entre otros.
El IPCC, en varios de sus informes, apunta que para evitar el desencadenamiento de estos procesos debemos comenzar a transformar o transicionar nuestras formas de producir, distribuir y consumir principalmente alimentos y energía, cuyas industrias son de las dos mayores emisoras de GEI y por ende principales responsables de la situación de emergencia en la que nos encontramos.
Tenemos que conseguir reducir nuestras emisiones a 0 neto para 2030, es decir, emitir la misma cantidad que la que los ecosistemas pueden llegar a absorber.
Progreso, FMI y compromisos internacionales
Nuestro compromiso de reducción de emisiones, al ser un país que basa su modelo económico principalmente en la producción agro-ganadera, megaminera y de energía fósil, tiene que apuntar a la transición hacia modelos agroecológicos de producción de alimentos, así como también, a dejar atrás cualquier tipo de extracción de minerales y a la transición hacia formas renovables de generación de energía.
Hay una tensión constante entre la producción, la crisis económica, producto de la pandemia y de la toma de la deuda con el Fondo Monetario Internacional (FMI), y la preservación del medio ambiente, que cada vez sufre deterioros más visibles y que parece dejar paralizados, por negligencia o complicidad, al Ministerio de Medio Ambiente a cargo de Juan Cabandié.
En un contexto global y local de caos climático y ecológico, atravesando una pandemia de orígen zoonótico, donde más de media Argentina se está prendiendo fuego, los ríos presentan bajantes históricas, las olas de calor se hacen presentes, muchas comunidades se encuentran sin poder cubrir necesidades resulta increíble de que en vez de estar haciendo esfuerzos para revertir la situación, el Gobierno Nacional opta por seguir avanzando en proyectos extractivistas.
La voluntad popular ya lo viene diciendo desde hace muchos años: no hay licencia social para la megaminería, ni la expansión de los campos de monocultivos, ni la actividad petrolera.
Las comunidades tienen la urgencia de que se gobierne para los intereses de las mayorías y no para los del mismo puñado de personas, a la que no le conocemos el rostro, y que se han enriquecido en los peores momentos.
La ciencia más conservadora ya ha hablado. Los pueblos también. No se puede seguir justificando, con la excusa de la generación de divisas y pago de deuda al FMI, la perpetuación del colonialismo -en su nueva forma-, que trae consigo la explotación de la tierra y muchas comunidades que la trabajan y la habitan, la contaminación del agua y del aire, y la venta de nuestro futuro en sí. Es necesario, en ese sentido, cuestionarnos el orden global, el cual, a pesar de haber pasado más de 500 años, sigue siendo el mismo.
Este modelo productivo que podría decirse que carece totalmente de sentido lógico ya que busca crecer infinitamente dentro de un planeta con límites geofísicos claramente finitos, está llevándonos a enfrentarnos a las peores consecuencias de la crisis climática, las cuales no serán sólo las catástrofes repentinas sino, la sequía, desertificación y falta de agua. No es casual que el agua ya esté cotizando en la bolsa de valores de Wall Street… Los magnates del mundo ya tienen sus negociados armados.
Hablar de esto, actuar ahora
Necesitamos cambios sin precedentes y en tiempo récord y, eso, no lo vamos a lograr modificando solo nuestros consumos individuales. Urge encontrarnos en espacios donde el entretejido colectivo nos sea de sostén y desde donde poder organizarnos para exigir juntos que el gobierno nacional y los gobiernos locales pongan manos a la obra.
El momento de actuar es ahora. O tal vez lo fue ayer. Pero justamente por eso, la única decisión que podemos tomar en estos momentos es “qué hacemos con el tiempo que nos queda”.