Marina Rosenzvaig es teatrera y docente de teatro. A días de la próxima movilización de Ni Una Menos, que se realizará el 4 de junio, reflexiona sobre la responsabilidad social del teatro en las representaciones de género.
Por Marina Rosenzvaig[1]
Antes que nada y principalmente lo que importa aquí y ahora son las vidas de millones de mujeres invisibilizadas, sometidas, violentadas, asesinadas. Corre fines de mayo de 2018 en Tucumán, se acerca un nuevo Ni Una Menos después de tres años del primero que cubriera de violeta feminista el territorio aquí y afuera. Pasaron la vida en este tiempo para nosotras las vivas y por la reivindicación de las muertas asesinadas en femicidio, y el mundo giró por suerte y por largas luchas y viene muy de a poquito dando algunas vueltas. Lo que se susurraba ahora se grita, lo naturalizado comienza a ponerse en jaque visiblemente, lo invisible se mira por fin y no se toca.
Decenas de luchas transversales amanecen y se desarrollan como parte de la misma lucha: por aborto legal, por la aplicación de la ley de educación sexualidad integral, contra el acoso callejero, por quitar religión de las escuelas públicas, por amamantar libremente en las calles y desexualizar esa teta, y otros etcéteras. Pero Tucumán es también la histórica cuna de la dependencia de desigualdades y represión y genocidio antes y en dictadura, Tucumán la que votó a Bussi gobernador en plena ola democrática neoliberal, Tucumán la que sostiene pactos espurios con la Iglesia, Tucumán la que mató a Facundo con otro gatillo fácil, Tucumán la que esconde a los hijos del poder que asesinaran a Paulina, Tucumán la de Marita por la trata desaparecida.
El teatro en este contexto de históricas violencias (más un Macri presidente, más pérdida de derechos, más ajuste, más otros más) parece una cuestión menor por la que preocuparse, seguramente lo sea, salvo por una cosa: el teatro sabe y los poderes saben que puede ser y es un aparato de reproducción ideológica muy eficaz, de mucha menor escala si lo comparamos con las masivas televisión o cine, pero de larga legitimación histórica. El teatro arrastra desde hace 2500 años las cadenas de la marca de su origen: patriarcal, esclavista y moralizante. Varios y distintos son los ejemplos históricos o locales en los que distintas prácticas de resistencia teatral o en los límites de lo teatral lo han cuestionado y han desarmado a fondo las estructuras que lo fundan, pero en muchos otros casos continúa reproduciéndose conservadoramente.
Hace tres años cerca del primer Ni Una Menos, cuando este movimiento impresionante que se estaba gestando y todavía impensado para nosotras, un grupo de alumnas y alumnos de primer año de la carrera universitaria en teatro me cuenta que querían participan con una acción en la marcha que se acercaba, me muestran lo que habían preparado: una escena dialogada en el que un chico le pegaba a su novia y ella terminaba llorando, les sugiero que el código era inacertado para la calle en manifestación y que además se aparecía como cliché sobre la violencia de género, charlamos sobre algunas cuestiones y llevan la cosa hacia otro lado. No recuerdo que en años previos las y los estudiantes participaran conjuntamente y con tantas ganas de una lucha como la del 3 de junio del 2015. Asimismo, no imaginábamos al gobierno que vendría a robarnos lo poco tan rápidamente a partir de diciembre del mismo año, y que las luchas indefectiblemente se propagarían. El teatro en general, como la escena de principiantes de primer año, se nos aparecía en este contexto con una contundencia reproductora de las formas de representación hegemónicas como no podíamos ni creerlo, antes también lo veíamos, pero ahora nos cacheteaba furioso el espejo.
Hace unos días, y en el contexto encendido de venir participando en la Campaña de Actrices Tucumanas Autoconvocadas a favor del Aborto Legal en adhesión a la campaña nacional, en la que nos atrapa la búsqueda de nuevos significados en la acción pública y en la organización colectiva de mujeres del teatro por esta causa, y preparándonos a un par semanas del próximo Ni Una Menos, escribí el siguiente texto en Facebook:
“NO ODIAMOS LOS LUNES SINO AL CAPITALISMO. Amanece soleado en Tucumán, pero el sol se ve en la calle, no en las oficinas o aulas semioscuras en las que nos toca trabajar. Mañana y pasado haremos paro en la universidad pública porque el ajuste nos recorta hasta los reflectores con los que querríamos iluminar, ni para velas. Un teatro de fin de semana tucumano sigue reproduciendo todos los estereotipos de género, que decimos criticar. Llena salas, manipula al espectador emotivamente cual pelihollywoodense romanticona, mujeres en la platea que lloran identificándose con relaciones de pareja heteronormadas donde las minas se muestran tontas, putas o posesivas, y una de ellas que se anima a ser un poco libre es asesinada por el amante, pero lo que fuera un femicidio no es nombrado como tal sino como crimen pasional. Así la obra. Las parejitas de clase media y vestidas elegantemente para la ocasión se paran y aplauden conmocionadas por la representación que cual espejo los muestra amplificados. Una de esas parejitas podría ser alguna pareja amiga con la que almuerzo el sábado en familia, y en la que él, mientras lava los platos de la vez que le toca a la semana -porque ese es el pacto instituido entre ambos para parecer políticamente correctos entre la ola antipatriarcal- dice no ser machista y que el mundo está cambiando. Mi amiga lo mira y asiente con la cabeza. Yo niego y le tiro a él un par de platos de argumentos por la cabeza, pero ni lo rozan. Se tiene conciencia de privilegio de clase o no se tiene, sin tanta vuelta concluyo. Salgo entristecida de ahí. A la noche leo en vivo “Poesía erótica para nosotras” sin habérmelo propuesto para la ocasión, y voy con toda la necesidad del cuerpo que reclama acontecimiento a escuchar BIFE, bailamos mucho tanto y muchas, todas juntas, porque la mayoría somos chicas, no será casualidad pienso también. Hoy es lunes, y la rueda vuelve a empezar, e insisto: no odiamos los lunes, sino al capitalismo que tapa el sol con la mano y nos deja semioscura la mañana y hasta el próximo finde”.
Los y las protagonistas que se reconocieron en este relato se enojaron muchísimo con el escrito. Deslegitimaron el planteo y al medio elegido, pero creo que si otros hubieran sido los espacios públicos escogidos para expresar lo mismo la reacción no hubiera diferido. Tomo la polémica suscitada y aprovecho estos párrafos para desarrollar un poco más la cuestión. Pienso que las oposiciones estético-políticas son el gran tabú entre los teatreros locales. No se habla sobre las discrepancias estéticas, que son siempre ideológicas, en el “teatro independiente tucumano” (todo el teatro que está por fuera del Teatro Estable, o sea que mucho y muy distinto). Por el contrario, se celebra “la coexistencia pacífica de la multiplicidad”, aunque sepamos que en un orden normativo, restrictivo y desigual como en el que vivimos la diversidad nunca es tal, porque siempre hay prácticas y sujetos invisibilisados que quedan fuera y porque esa coexistencia presenta sus jerarquías, y que lo supuestamente “pacífico” no hace otra cosa que negar los conflictos. En diversos espacios venimos discutiendo los últimos años sobre temas que consideramos urgentes: políticas públicas, formas y redes de producción, relación con las instituciones, fomento de público. En los distintos debates estamos más o menos de acuerdo, pero sucede que no ingresamos en el campo pedregoso de las poéticas o de las estéticas propuestas. Me animo a decir que una causa posible es que se juegan allí las más profundas y personales estructuras ideológicas, creencias y pensamientos sobre el teatro y por ende sobre el mundo que nos rodea, y que también es donde más se visibilizan las contradicciones y los narcisismos, que no queremos tocar ni que nos toquen porque nos pondría realmente en crisis y en conflicto político con la sociedad y con el otro teatrero que en general consideramos “compañero independiente”.
La obra en cuestión que no cito en el pequeño texto, porque no era el objetivo ni el centro de la reflexión, es Cita a ciegas[2], tomada como un ejemplo del problema de reproducción de la violencia de género en el teatro, y elegida porque la vi hace pocas semanas, aunque podría haber mencionado a otros casos de la escena tucumana de los últimos años también. Retomo algunas observaciones y paso a desarrollarlas.
La obra se presenta como un teatro de texto -los diálogos propuestos por el autor es el principal motor de desarrollo de la historia, de allí esta mención- de cuerpos sentados en una plaza entre hojas de árboles amarillentas y remanidas. No me detengo en cuestiones generales de la forma, porque lo que se cuenta a través del texto elegido y lo que se muestra a través de la actuación me preocupa principalmente por no estar atravesado por una perspectiva de género, sino que por el contrario reproducir lo que desde esta perspectiva rechazamos. La obra comienza con la charla de un escritor ciego y un banquero desconocidos que se cuentan sus vidas o sus crisis de vida, y finaliza reivindicando un amor entre el escritor que pareciera ser Borges y la madre de una chica asesinada por el otro personaje, ellos se cruzaron un momento en la juventud y se habrían gustado o enamorado, ella parece más preocupada por confesarle “el amor” al escritor que de traer justicia o llorar la muerte de su hija asesinada hace poco, el femicidio que no se nombra como tal en ningún momento queda rápidamente en tercer plano porque no se habla más de ello, y además el escritor ciego, que de sordo nada, escuchó sobre la historia de la hija por el banquero en aquella primera charla en la plaza y conoció a la chica luego también allí, pero sin embargo no le cuenta eso a la madre. ¿Aplaudimos un amor teñido de silencios, de omisiones y de clichés incluso por momentos inverosímiles? ¿qué aplaude y llora finalmente el espectador cuando sucede?
La obra no pretende desarmar los estereotipos de género o los del amor romántico que presenta, señala las crisis personales en el mundo que nos toca (como el banquero alienado en su trabajo o incluso en la pareja), pero por lo demás reproduce un montón de matices y matrices invisibles que sostienen estos problemas sin cuestionarlos ni profundizar en ellos, además de que la historia se desarrolla principalmente desde la perspectiva de los protagonistas hombres y no de las mujeres. Entonces el planteo, incluso a pesar de algunos otros planos que parece querer desarrollar, se queda en un plano principal tratado superficialmente, y lo que gana es la reproducción de los modelos de comportamiento y de los vínculos que se dice criticar. El problema grave del estereotipo es que si no se lo pone realmente en cuestión en la escena aparece como la realidad misma, como la imagen objetiva, única, verdadera y finalmente inmutable que nos representa. La obra ni ironiza, ni cuestiona, ni desarma, ni parodia esas imágenes que muestra, no ataca el problema profundo que da sostén a la naturalización de esas relaciones y comportamientos, y si no volvamos a mencionar el final elegido: para el problema de crisis de pareja se propone como resolución la vuelta al amor platónico y romántico al estilo decimonónico, monógamo y heternormado, el mismo que supondríamos que originó la crisis.
Si la obra quería desestabilizar estas construcciones naturalizadas, vuelvo a decir desde un punto de vista feminista que no lo logra, por el contrario, refuerza lo que supuestamente pretendiera criticar. Por varios motivos: por un lado porque lo político crítico en el teatro o en el arte en general está principalmente en el planteo formal y no en el contenido temático, o en el contenido formal que se desarrolla a partir de la propuesta temática, esto ya lo sabemos desde Bertolt Brecht por lo menos y en adelante sea el teatro que sea mientras se plantee como político, la vieja discusión entre forma y contenido; y por otro lado porque se propone una actuación mimética de identificación del espectador con el personaje que no intenta poner en crisis a la representación (que a su vez reproduce estereotipos) sino que la refuerza al lograr la identificación de manera eficiente. Pensemos que el espectador por lo general se detiene principalmente a mirar el argumento, no así la estructura de la obra. Asimismo, se terminan utilizando lógicas de producción comerciales que reproducen una y otra vez las formas representacionales conocidas con su replicación de convenciones, repitiendo también tipologías preconcebidas de sujetos y de mundo, y no rompiendo ninguna expectativa del espectador, entonces, se vuelven condescendientes con el gusto medio, reafirmando lo ya normalizado. Se podría decir que gusta porque se conoce, entonces vende. Aquí es cuando las lógicas de naturalización y reproducción de los modelos patriarcales se hermanan con las lógicas de producción capitalista en el teatro, y se retroalimentan.
Una obra es una acción que se lleva a cabo en el mundo, hoy el año 2018 no es aquel momento del 2015 cuando se estrenara esta obra en Tucumán, ni menos aún el 2005 en su primer estreno en Buenos Aires. Una obra siempre se lee en un contexto de enunciación determinado, hoy hacerle decir a un personaje “crimen pasional” es una aberración, aunque la historia de la obra se ubique en otra época histórica, y justamente porque se ubica en otra época, a la que no queremos volver, es que tenemos que cuidar y no seguir repitiendo con o sin ingenuidad el lenguaje que naturaliza y que reproduce la violencia de género. Se debe pensar formal y muy rigurosamente cómo decir eso que ya no se puede, y que no se debe porque todavía se filtra y porque el poder quiere que se siga filtrando, y no dejarlo así nomás para que cada una cada uno lea lo que pueda. Peligroso. Entonces ya no sé si es un problema de descuido, de ignorancia o de acuerdo ideológico.
El teatro funciona muchas veces como aparato de propaganda reproductiva del poder y del orden violento establecido, más de lo que creemos e incluso de múltiples maneras ingenuas, ¿cómo es posible que se sigan repitiendo esos modelos de mujer, de relaciones románticas y patriarcales que hace rato que no nos representan por lo opresivas, y que se banalicen de esta forma los femicidios? Además, ¿hasta cuándo seguiremos trabajando desde los roles siempre jerárquicos de autor, director, actor, espectador en ese orden y sosteniendo así las desigualdades en la producción de sentido? Se debe asumir una mirada profundamente crítica y problematizar en serio las proposiciones teatrales, porque no hay una propuesta estética sin un fundamento ético, pero los espectadores deben también asumir la responsabilidad ética-política en sus participaciones y empatías, la responsabilidad es compartida y muy compleja, porque vivimos en un territorio muy conservador y con larga historia autoritaria y que ha ido velándose socialmente al instituirse y naturalizarse y que además ha vuelto a gobernarnos, y porque tenemos mucho que desarmarnos todavía, los ciudadanos y los teatreros; y porque no tenemos tiempo mientras no nos alcanzan los dedos de la mano para contar las muertas cada 30 horas ni las plazas para llorarlas, ni los cuerpos para reinventarnos nuevas maneras de vivir sin violencia y sin tantas desigualdades, ni nos bastan los espacios de encuentro comunitario y de respuestas contestatarias (como el teatro disidente u otras prácticas de teatralidades alternativas, las teatralidades de la manifestación callejera por ejemplo) que denuncien e intenten transformar lo que nos toca y nos duele y nos urge.
El lunes 4 de junio, entonces, marcharemos otra vez, llevaremos nuestro pañuelo verde, y nuestros carteles del PATRIARCADO SE VA A CAER y gritaremos nuevamente Ni Una Menos, viviremos y observaremos atentamente las teatralidades de resistencia en la manifestación, porque la calle hoy volvió a ser un lugar central de acción y de autorepresentación, creo fundamental reflexionar sobre estos acontecimientos fuera del teatro que vuelven a fundar la representación como producción colectiva de nuevos sentidos en el espacio de la realidad y de lo público mientras suspenden transitoriamente sus normas e instituciones, y que nos interpelan hoy más que nunca e interpelan al teatro y sus formas de representación y de relación con el mundo; mientras, seguiremos también exigiéndole al teatro y sus obras su responsabilidad social y política en esta lucha, porque la tiene.
[1] Teatrera y docente de teatro.
[2] Refiere a la función observada el 5 de mayo de 2018 en el Centro Cultural E. F. Virla de la UNT. Escrita por Mario Diament y dirigida por Leonardo Goloboff, con las actuaciones de Juan Tríbulo, Pablo Parolo, Soledad Valenzuela, Mariana Alsina y Gloria Berbuc.