La ultraderecha italiana ganó las elecciones del domingo pasado, de la mano de Giorgia Meloni, que se presentó como una “outsider”, pero tiene una extensa carrera política ligada al fascismo.
Por Gonzalo Fiore Viani para La tinta
La coalición de derecha encabezada por Fratelli d’Italia, finalmente, se hizo con el gobierno italiano. A la alianza la forman también dos viejos conocidos: Forza Italia, del inefable Silvio Berlusconi, y La Liga, de Matteo Salvini. Sin embargo, esta vez, los dos hombres fuertes de la derecha italiana estarán en segundo plano.
La primera ministra será Giorgia Meloni, la figura más popular de la ultraderecha italiana, quizás, en décadas. Y la primera en lograr encabezar un gobierno desde la posguerra. Meloni reivindica abiertamente la herencia del fascismo y la figura de Benito Mussolini, de quien dijo que era un “gran político, que hizo todo lo que hizo por Italia”. Ella marca dos hitos para la historia política italiana: se trata de la primera mujer en llegar al cargo y es la primera vez que un partido abiertamente pos-fascista encabeza una administración nacional.
El referente político de Meloni es Giorgio Almirante (1914-1988). El dirigente fascista fue ministro de Mussolini durante la breve República de Saló, el Estado títere formado por los nazis al final de la Segunda Guerra Mundial. En los años de posguerra, se convirtió en fundador e histórico dirigente del Partido Social Italiano, una formación política abiertamente fascista que llegó a ser la cuarta fuerza en la Italia democrática.
¿Quién es y cómo piensa Meloni? No es muy diferente a sus pares europeos de extrema derecha. Rechaza abiertamente la inmigración y los movimientos LGBTIQ+, pero también el neoliberalismo económico y el poderío de la autoridad central de la Unión Europea (UE) por sobre el resto de los Estados
Euroescéptica, contraria al multilateralismo y una ferviente crítica de la globalización y las “finanzas internacionales”, su llegada al poder genera resquemor en el bloque europeo. Unos días antes de las elecciones, la presidenta de la Comisión Europea (CE), Ursula von der Leyen, afirmó que si Italia comenzaba a transitar “una dirección difícil”, podían ejercer sanciones como “en Hungría y en Polonia”. En ambos países, gobierna la ultraderecha denominada “anti-globalista”, en quien Meloni podría apoyarse.
Igual que Salvini, siempre tuvo lazos con la Rusia de Vladimir Putin, a quien ambos decían admirar. Sin embargo, tras la invasión a Ucrania, esto cambió, al menos públicamente. Salvini y Meloni han expresado, cada vez que pueden, su apoyo al gobierno de Volodímir Zelenski y aseguran no tener nada que ver con el mandatario ruso. Meloni, incluso, pidió que el gobierno italiano de Mario Draghi envíe armas a Ucrania y que redoble el apoyo de Roma a Kiev.
La recién electa primera ministra hizo su carrera política en la Alianza Nacional, el partido heredero del Movimiento Social Italiano, llegando a ser diputada en 2006 y ministra de Juventud del gobierno de Berlusconi entre 2008 y 2011. Ese año, cuando le preguntaron por sus ideas políticas, aseguró sin titubear que tenía una “relación serena con el fascismo”, matizando su admiración por Mussolini al afirmar que “cometió varios errores, como las leyes raciales, la entrada en guerra y el autoritarismo”.
Su ascenso a los primeros planos de la política fue vertiginoso en los últimos años. En 2018, Fratelli D’Italia era una agrupación marginal que no lograba alcanzar ni siquiera el cinco por ciento de los votos. La ganadora en estas elecciones nunca matizó su discurso ni buscó medias tintas, aunque dejó de hablar de sacar a Italia de la Unión Europea y de apoyar a Rusia.
Meloni se trata de una nacionalista de ultraderecha, con similitudes notables con lo que históricamente fue el fascismo italiano, sin embargo, tiene particularidades que la hacen un producto arquetípico de la época actual. Tras la pandemia, pudo encarnar el creciente descontento con el sistema de los y las trabajadoras autónomas, el sector comerciante, de quienes fueron despedidos a causa de la pandemia e, incluso, las personas que descreen del COVID-19, como antivacunas o conspiracionistas. La primera ministra electa critica ferozmente la toma de deuda externa como, lo que llama, “las finanzas internacionales”, representadas por las autoridades del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Central Europeo (BCE).
En el último tiempo, Meloni se ha distanciado de la militancia juvenil neofascista de movimientos como Casa Pound, pero quienes se oponen a ella están convencidos de que lo hace por una mera cuestión electoralista. Su victoria fue saludada por el partido alemán de extrema derecha Alternativa para Alemania (AfD): “¡Celebramos con Italia! Felicitaciones a toda la alianza, que debería tomar las riendas de Italia”, escribió, en Twitter, Beatrix von Storch, vicepresidenta del bloque de AfD en el Parlamento.
Ante la sociedad italiana, uno de los grandes méritos políticos de Meloni fue mantenerse en la oposición desde su irrupción en la escena pública, en un contexto de crisis y gobiernos ineficaces que no lograban hacer pie. Se opuso a la formación del gobierno populista que formaron su ahora aliado Matteo Salvini y el Movimiento Cinco Estrellas, y luego también se mostró contraria al que formaron el Cinco Estrellas con el partido Democrático (de centroizquierda), ambos encabezados por Giuseppe Conte. Además, estuvo afuera del gobierno de unidad nacional de Draghi, donde se habían integrado prácticamente todas las fuerzas políticas, menos Fratelli D’Italia. Esto le otorga cierta “credibilidad” en un contexto de profundo hastío de los políticos tradicionales, al mismo tiempo que puede despegarse fácilmente del fracaso de administraciones que siempre criticó y prefirió no integrar.
Esta vez, a diferencia de los últimos cuatro gobiernos que no lograron superar los 12 meses de gestión, se tratará de un Poder Ejecutivo mucho más homogéneo, ya que nuclea a todas las fuerzas políticas estrictamente de derecha. Además, el liderazgo carismático de Meloni la hace una figura particular para la historia reciente italiana, protagonizada por tecnócratas y políticos “de carrera”. Todo indica que el país se encuentra frente a una nueva era política, con resultados inciertos, pero peligrosos.
*Por Gonzalo Fiore Viani para La tinta / Foto de portada: Antonio Masiello – Getty Images.