En el Día de Lucha contra la Obesidad invitamos a Marcela Vidal, activista gorda, para proponer otros horizontes al momento de pensar y dialogar sobre la obesidad. Una fecha que se enuncia como promotora del cuidado del cuerpo y la salud, puede ser pensada desde otros enfoques, que develan la matriz gordodiante que la sustenta.
En el Día de Lucha contra la Obesidad, es interesante preguntarnos desde cuándo y quiénes son los que luchan contra la gordura. Una fecha que se enuncia como promotora del cuidado del cuerpo y la salud, puede ser pensada desde otros enfoques, que develan la matriz gordodiante que la sustenta.
En el año 1998 el cambio en los parámetros que establecen «sobrepeso» y «obesidad», según la fórmula del Índice de Masa Corporal (IMC), que llevaron a cabo las autoridades médicas estadounidenses, provocó que, solamente en EE.UU., veintinueve millones de personas pasarán a ser consideradas «obesas» o con «sobrepeso» de la noche a la mañana.
Esta punta de lanza promovida por la cuna del neoliberalismo, desató una serie de medidas a lo ancho y largo de todo el mundo, orientadas a frenar lo que en el año 2015 la Organización Mundial de Salud definiría como “la epidemia de la Obesidad”, siendo una de las primeras “enfermedades” con carácter no transmisible en entrar bajo esta categoría epidemiológica.
Desde los 90´, los diferentes Estados del mundo, asumen como uno de los principales problemas de salud pública, el problema de la gordura. Surgen entonces diferentes dispositivos estatales orientados a “luchar” contra el avance de lo que la medicina logró catalogar como enfermedad: la gordura entendida como obesidad. Se crean leyes, centros y programas, que tenderán a culpabilizar a la persona gorda por su condición, asociando la gordura a la ingesta hipercalórica de alimentos, negando así múltiples y complejos factores que hacen que un cuerpo gordo sea tal cosa.
Desde comienzos de este siglo el Estado garantiza el acceso a regímenes de descenso de peso e incluso a cirugías bariátricas gratuitas, a su población gorda, haciendo también hincapié en programas de “prevención”, orientados a promover hábitos de vida “saludables”.
La hegemonía médica, el Estado, la industria de las dietas y farmacológicas, terminan por instalar un pánico social higienista hacia la gordura, haciéndonos creer en la delgadez como el estado natural del cuerpo, y en la gordura como algo peligroso e indeseable. En nombre de nuestra salud las industrias se enriquecen y los negociados entre el Estado y la hegemonía médica se acrecientan.
El gordoodio institucionalizado y naturalizado en nuestra sociedad genera que las personas gordas estemos expuestas a innumerables situaciones de discriminación, negándonos el acceso a la salud, la vestimenta y el trabajo digno, culpabilizándonos de nuestra situación.
Mientras el Estado “orienta su lucha” a recortar nuestra carne, muches gordes afrontan hoy el temor de morir sin una internación digna ya que las camas en hospitales públicos preparadas para sus cuerpos son insuficientes o nulas, los chequeos ginecológicos imposibles sin un espéculo adecuado para cuerpos de más de cien kilos y el acceso a obras sociales negados por no resultar redituable a las empresas el cuidado de nuestra salud. A eso podemos sumarle la angustia cotidiana con la que carga gran parte de nuestra comunidad gorda a causa de la discriminación laboral.
Es fundamental redefinir los contornos de este problema social. Urge que se deje de patologizar nuestros cuerpos y existencias. Si el mundo quiere reducir las tasas de gordura, que primero se garantice la soberanía alimentaria y se ponga límites a la industria alimentaria que promueve permanentemente el consumo de ultraprocesados.
No queremos un Estado que luche contra nuestra gordura, queremos un Estado que luche por nuestros derechos.
Por Marcela Vidal