“Mientras los intereses especulativos arman las listas electorales para el año entrante, nuestros barrios siguen siendo el blanco perfecto para el crimen organizado financiero, pagando hasta con la vida misma las decisiones de la mesa chica”. Walter Juarez reflexiona desde el barrio sobre la inexistencia de ámbitos culturales para contrarrestar los efectos de la crisis. “Es tiempo de practicar la cultura de la solidaridad desde el ámbito mismo de la cultura. Pensar nos hace libres, resistir nos garantiza la dignidad”.
Hacia finales del siglo XX el costo de la dictadura de mercado atravesaba toda la sociedad argentina. La débil democracia practicada saliendo de la dictadura del Plan Cóndor mostraba que las proyecciones para América Latina y Argentina, por parte del capitalismo salvaje, estaban en pleno proceso. La diagramación de programas para los sistemas educativos en la región eran parte de dicha planificación. La cultura, al igual que la educación, siempre le resultaron peligrosas a los custodios del genocidio financiero. El surgimiento de los circuitos lumpen-burocráticos en el auge de la globalización daba rienda suelta al fenómeno de los mercados civiles paralelos, claros agentes recaudatorios y estimulantes del sistema capitalista a esa altura ya lumpenizado; o como decimos en el barrio: re criminal. El sesgo de aquel programa de saqueo sistemático de los recursos de un país llevaba consigo la aniquilación de cualquier esperanza para revertir situaciones desfavorables de empleo y alimentación de los sectores populares, también de aquellos otros sectores que comenzaban a comprobar en su calidad de vida aquella influencia del genocidio de los años noventa.
El asambleísmo, así como las experiencias de economías asociativas desarrolladas ya en el poscapitalismo marcaron en la práctica los lineamientos del nuevo paradigma. El resultado de entender a la democracia como meras formas de representatividad social con tendencia de gestión parlamentaria es, en esta coyuntura, por un lado el fruto de la unidad del campo popular revolucionario y, por otra parte el desarrollo de la conciencia poscapitalista que, en definitiva aporta a mantener tradicionalismos de representatividad nefastos para el pueblo. No solo se hace hincapié en la conciencia poscapitalista como medio para anular los debates sobre democracias populares participativas y nuevas formas, sino además se legitima aquella base teórica del terrorismo financiero ejecutada en el Plan Cóndor, imponiendo una especie de censura psicológica a todo acto por una transformación real de la sociedad.
Los espacios culturales o de circuito de contenidos culturales en aquella etapa final del neoliberalismo de los noventa eran ínfimos, para no ubicar dicha explicación en el ámbito de la violencia institucional que garantizaba la inexistencia de estos espacios en las barriadas. Por lo que la formación de la conciencia social de la gran mayoría de la juventud sucedió en el más absoluto repudio y condena a las variantes que el genocidio financiero exponía como alternativas a las políticas de estado, gestando la plataforma subjetiva para el “que se vayan todos”.
Ante la caída del capitalismo en argentina, la catástrofe humanitaria que provocaba el sistema tradicional de representatividad social explicitaba que aquella lectura realizada por los sectores en lucha (activos y los no dinámicos) de la sociedad iba a tener su respuesta ante la clara amenaza del fin de los negociados del estado.
Parte de una generación ingresó al siglo XXI diezmada por la hambruna y la subalimentación, sumado esto al desempleo y la precarización laboral, se convertían en los nuevos desaparecidos: personas retenidas por la planificación de la desigualdad e invisibilizadas desde una violencia criminal de los estratos de poder ante una sociedad recién llegada a las practicas horizontales de interacción social. Era de vital importancia para los sectores conservadores negar cultural y políticamente (se desdobla la interpretación para mejor ubicación del concepto) las jornadas del 19 y 20 de diciembre del 2001 para no permitir aquella bella furia de los años 60 y 70 y la implantación de un aparato ideológico como herramienta para anular la cultura de la solidaridad, con todo lo que esta abarca.
Pero así como la elaboración de redes de construcción de verdaderas transformaciones se sucedían, la salida a aquella barbarie fue la de refacción de los métodos para violentar al conjunto de la sociedad; donde algunas de estas practicas se volvían cada vez más siniestras.
Diezmar a una generación en el poscapitalismo puede darse desde la oferta de estereotipos de objetos de consumo cumpliendo la función de jaulas no tangibles en los sectores elegidos para llevar adelante estas maniobras, y el acercamiento a una cultura de la reforma ante la práctica concreta del cambio social. Allí, entonces, esta centrada la importancia de reconocer a los teóricos y ejecutores de la desigualdad como verdaderos genocidas y no como simples cachivaches corruptos; para ubicar la puja de intereses en un real debate de ideas que permita pensar la realidad de una sociedad desde los desafíos, no solo geopolíticos, sino humanitarios.
Mientras los intereses especulativos arman las listas electorales para el año entrante, nuestros barrios siguen siendo el blanco perfecto para el crimen organizado financiero, pagando hasta con la vida misma las decisiones de la mesa chica. No sorprende, claro, la falta de utilización de las herramientas democráticas para enfrentar los desafíos actuales optando por cadenas de opinologia ante el brutal avance de esta dictadura de mercado.
Definitivamente el tradicional engranaje de disputa de poder en la representatividad social conducen catástrofes humanitarias sino reconocen los hechos del año 2001 como un verdadero paradigma, ya que el interés fundamental (citando a Habernas fuera de su concepto original) de dichas estructuras es ajeno al de la absoluta mayoría de la sociedad. Decididamente la coherencia entre pensamiento y acción del campo popular es distinta después de Rawson, el desafío es la pluralidad de la unidad ante la actual coyuntura.
La situación de los barrios del gran San Miguel de Tucumán tiene varios puntos en común, aunque el más importante para la salud del debate de las barriadas es la inexistencia de ámbitos culturales efectivos para contrarrestar los efectos de la distancia hacia los mecanismos culturales de integración de una sociedad.
El bunker de la especulación protegido por los custodios de la desigualdad, esta en el mismísimo territorio buscando borrar las huellas del compromiso y la solidaridad. Ninguna persona puede estar dispuesta a soportar condiciones indignas de vida, bastantes crímenes hemos padecidos como para seguir permitiendo que la barbarie sea legitimada cotidianizando el desprecio en formatos sutiles, pero efectivos.
Quienes engrosamos el porcentaje del último escalón en el rango calificativo de las personas pobres e indigentes debemos plantear la cultura como un derecho humano fundamental. Es un deber, no solo por el bagaje histórico de nuestra sociedad, acercar elementos que enriquezcan el debate de ideas, y condenar los intereses antidemocráticos que se esconden en consignas reaccionarias que recorren las calles cargadas de revanchismo funesto.
No estamos dispuestos a permitir que nuestros barrios sean campos de exterminios de la interpretación, es tiempo de practicar la cultura de la solidaridad desde el ámbito mismo de la cultura. Pensar nos hace libres, resistir nos garantiza la dignidad.