Violencia de género: “Estoy viviendo un infierno”

La mujer de 40 años utilizó las redes sociales para contar su historia. A raíz de eso, recibió testimonios de otras posibles víctimas, incluso adolescentes menores de edad. El hombre denunciado sería un profesor de una escuela Tafí Viejo.

Una mujer relató su historia de violencia de género a través de las redes sociales y recibió testimonios de otras víctimas, incluso menores de edad. Se trataría de un profesor de una escuela de Tafí Viejo, del cual no puede dar su nombre por cuestiones legales y para proteger su identidad.

El 10 de agosto realizó la denuncia penal y tiene una medida de restricción de acercamiento. “No busco venganza, busco que se me escuche, que mi voz llegue hasta más mujeres, ex niñas, ex alumnas, y todas las que fuimos víctimas de Darío. Que se sepa, que no quede impune“.

A raíz de su publicación, se contactaron con ella otras mujeres, incluso adolescentes ex alumnas de él, por diversas situaciones de abuso que habrían sufrido. Espera que su historia llegue al Ministerio de Educación y que las autoridades tomen cartas en el asunto.

Las otras posibles víctimas temen denunciar. La burocracia administrativa y legal desalienta a muchas mujeres a atravesar procesos judiciales que aún hoy continúan siendo revictimizantes y agobiantes.

Pero no está sola. Desde Feminismo Federal, una organización feminista, la acompañan en este difícil momento y publicaron su relato en Facebook. “Estoy viviendo un infierno. A veces tengo ganas de bajar los brazos y no seguir con esta causa. En algunos momentos me quiebro por que me cargo demasiado. Quiero olvidarme y darle para adelante. Pero me alientan otras mujeres. No hubo nadie que haga esto en 15 años de impunidad. Me tenía que pasar a mi para que esto salga a la luz. Es enfrentarse a una realidad espantosamente machista, tremendamente burocrática“.

Si estas atravesando una situación de violencia, podes comunicarte con el Observatorio de la Mujer de lunes a viernes de 8 a 13 hs. Avellaneda 750 – Hospital Centro de Salud, al 4522443. Las 24hs los 7 días de la semana podes comunicarte con Atención en crisis al 3816004978.

También podes llamar las 24 horas al 144 por WhatsApp al 1127716463, por mail a [email protected], donde te pueden brindar atención, contención y asesoramiento en situaciones de violencia por razones de género. Es importante que sepas no se trata de una línea de emergencia. Para casos de riesgo, comunicate con el 911.

Este es su relato completo:

Esta historia que quiero contarles, lo hago cansada de no ser escuchada, de no ser entendida por quien debe hacerlo, de sentirme silenciada, apartada, e incomprendida, pero lo hago igual, porque sigo siendo valiente, fuerte y empoderada, porque me acompaña mi familia y la lucha de las mujeres que pasaron por la misma situación. No busco venganza, no hay nada que quisiera más que olvidar lo que viví o mejor que nunca haya pasado, pero si quiero que se conozca mi experiencia y la de tantas mas, así no se vuelva  a repetir, así no haya otra víctima más.

Mi nombre es Carolina y fui víctima de violencia de género por parte de quien era mi pareja Dario.  Conocí a Darío hace mucho tiempo ya, cuando éramos adolescentes del colegio secundario, no lo vi durante un tiempo, nos reencontramos el año pasado durante el mes de Diciembre, y poco a poco comenzamos a salir, a conocernos, a querernos y no nos separamos mas. Me dijo que estaba enamorado, nos pusimos de novios, íbamos a reuniones familiares, conocí a su hijo, nos gustaba sentarnos en el patio a charlar y escuchar música, lo hacíamos por horas, era mi mejor compañero. Cuando salíamos la pasábamos genial, hasta que algún amigo se me acercaba, y a el no le gustaba nada, me celaba, pero yo no se lo permitía, así soy yo, no me gusta que me controlen. El decía entenderlo, me pedía perdón. Pero una luz de alerta se prendió en mi cabeza, y no se volvió a apagar más.

Pero entonces llego la pandemia, y con ella la cuarentena que nos encerró juntos. Al comienzo la pasábamos bien, compartíamos todo, era una visión perfecta de lo que podría ser una vida juntos. Nuestro único problema era en lo sexual, el no podía estar conmigo durante el encierro, yo pensé que era porque estaba acostumbrado a mujeres más jóvenes, que era mi culpa, que yo no lo atraía, pero el juraba que no era así, que era su culpa, que era poco hombre para mí. Yo creía todo. Pero la lucecita de mi cabeza ardía más fuerte.

Cuando se levanto el asilamiento total y pude volver a trabajar, la relación dio un vuelco. Un vuelco para mal. El odiaba mi trabajo, el hecho de que tenia compañeros hombres, que mi jefe era hombre, que tenía que salir todos los días, que no podía atender el celular cuando él quería. Se volvió frio y violento. Una noche de domingo, nos quedamos hasta tarde charlando y escuchando música, como siempre, pero por una tontera, que ahora ni recuerdo, discutimos, y entonces el mostro lo peor de sí: gritos, insultos, y un golpe que arranco una puerta vaivén de madera. Yo quede paralizada, lo corrí de casa, se fue, pero se llevo mi celular.  A los días accedí a verlo, aun con el corazón latiéndome a mil y la luz de mi cabeza alertándome que no estaba bien, me pidió disculpas temblando, llorando, suplicando que no lo deje, que él no era el de ese domingo, que nunca más se iba a repetir, hasta me propuso matrimonio. Y yo le creí. Lo perdone. Pero algo había cambiado.

En el medio desde aquel domingo hasta que el me pidió perdón llorando, por mi cabeza pasaron un montón de imágenes…desde que se molestaba si hablaba con algún hombre, las escenas que me hizo en el trabajo, los comportamientos extraños con sus alumnas menores de edad a las que seguía en las redes y comentaba todas y cada una de las fotos que subían, hasta las exageradas muestras de afecto y propuestas de futuros felices…

Todo volvió a ser perfecto de nuevo, el novio ideal, me juraba amor, me ayudaba económicamente, me prometió un futuro. Y yo ya no estaba tan segura de que quería que ese futuro fuera con él. La luz de alerta en mi cabeza había opacado cualquier cosa que mi corazón decía sentir.

El 10 de Agosto, a la madrugada, después de escuchar un poco de música juntos, se lo plantee,  ahí volvió a ser todo como aquel domingo, pero peor, ahora los gritos eran más fuertes y los golpes no eran contra la pared, fueron contra mi cuerpo, de un manotazo me hizo golpear contra la pared, yo caí al suelo, paralizada, rompí en llanto, le pedí que se vaya. El se saco, siguió gritando, guardaba y desguardaba su ropa de una bolsa, jurándome que se iba para siempre y a la vez que nunca más se iba a despegar de mi vida.  Y yo le creí.

Llorando me dormí, el se acostó a mi lado, y yo solo podía pensar en qué lindo seria que fuera todo una pesadilla, que al otro día cuando despierte el no estaría más. Pero no fue así, me desperté de nuevo con un perdón, con planes de almuerzo, como si no hubiera pasado nada. En ese momento decidí no creerle más.

Esa misma noche había decidido decirle que la relación había terminado. Lo tomo bien, me dijo que este segura porque él quería toda una vida conmigo, le dije que sí, que no quería verlo más, que por favor al otro día, cuando yo esté en mi trabajo, el sacara sus cosas y se fuera. El lunes cuando me levante, el no tenía intenciones de marcharse, se lo repetí una vez, dos veces, tres veces, hasta que vino la respuesta. “Empoderada de mierda” fue lo primero que me grito, y lo más leve.

Cuando saque sus últimas cosas de mi casa, y gire a buscar la llave para llegar a mi trabajo (ya tarde), sentí el tirón desde atrás. Me había agarrado de los pelos, me tiro al piso y me arrastro hasta dentro de la cocina, ahí empezaron las patadas, en la espalda, el tórax, las piernas, la cara, hasta donde sus piernas llegaran. Me cubrí la cabeza con la cartera porque si no lo hacía estoy segura que me mataba. Llore, grite, pedí auxilio. Una chica de un departamento de arriba de mi casa bajo a ayudarme, a salvarme. El quedo paralizado, la puerta no se había cerrado, alguien entro y lo vio pegándome, no se espero que alguien fuera testigo de su maldad.

Ella lo corrió, yo no podía moverme ni dejar de llorar, ella me ayudo a pararme porque me dolía todo el cuerpo, me dio un vaso con agua, llamo a mi trabajo. Gracias a ella estoy hoy acá. Cuando pude hablar llame a mi hermana, no lo podía creer, nadie podría, yo nunca había hablado en voz alta sobre las luces de alerta de mi cabeza. Hice la denuncia en la comisaria, gracias al apoyo de mi familia. Yo quede en cama, con el tórax vendado, con mi familia cuidándome y llorando a escondidas por lo que me estaba tocando vivir. Lo bloquee de todos lados, incluso del grupo del gym al que íbamos juntos, con el que él seguía hablando y planeando actividades como si nada hubiera pasado hasta que lo desenmascare. Esa noche vino su hijo, a pedirme perdón no en nombre de su padre, sino por él, por la vergüenza que sentía, porque ese hombre era una mala persona, y él lo sabía. Y yo también.

Al otro día hice un posteo en Facebook. Y ahí empezó la segunda parte de esta historia. Entre las cientos de respuestas que tuve, entre las que se colaron más de una defensa contra mi agresor, encontré otras mujeres más que pasaron por lo mismo, mujeres que antes fueron niñas y que fueron sus alumnas, ex parejas, familiares, todas con el mismo mensaje: “te creo, me paso a mí también”. Cada mensaje me daba nauseas, pero me dolía tanto el tórax por sus patadas, que ni vomitar de la bronca me dejó. “Durante años me pegó”, “yo sabía que iba a terminar mal pero no quise decir nada por no quedar como la ex celosa, perdón”, “yo te creo”, “contá conmigo”, “me pasó a los 14 años”, ahí el corazón me dio un vuelco y no pude contener las ganas de vomitar.

Ya no era solo un violento, machista, golpeador, era también un pedófilo. Tengo mensajes y llamadas de ex alumnas que me contaron de intercambios sexuales por aprobar su materia, de ser obligadas a mantener relaciones en grupo entre menores de edad con él, de chicas que quisieron suicidarse años después. “Me paso a los 14 años”, “desde segundo hasta quinto año de la secundaria”, “la foto desnudo se la mandó a una alumna”. Entre el asco y la bronca averigüe que ya tenía una causa, la de la foto, pero había sido desestimada por la fiscal.

En la escuela siguió como si nada hubiera pasado. Hice la denuncia en el Ministerio de Educación, porque a esta altura, ya no me importa otra cosa que alejar a este tipo de otras menores. Yo tengo una hija de 14 años, y solo pensar que la expuse a este ser nefasto, me rompe de nuevo el corazón.

Ya dije que no busco venganza, busco que se me escuche, que mi voz llegue hasta más mujeres, ex niñas, ex alumnas, y todas las que fuimos víctimas de Darío. Que se sepa, que no quede impune. Mi tórax se va a recuperar. Yo me voy a volver a levantar. Porque soy así, nadie me va a controlar, ni el dolor ni mucho menos él. Voy a seguir luchando contra la violencia machista, y contra los Darios de este mundo. Pero que este mensaje no quede acá, que se inicie una investigación, que sea apartado de su cargo docente, que de una buena vez la justicia aplique las normas a favor de las víctimas de violencia sin revictimizarnos, sin pensar en que primero fue nuestra culpa el golpe, sin aceptar el silencio institucional como respuesta. Pandemia o no, que de una vez por todas se haga justicia.

Por una niñez libre de violencia, por una escuela libre de acoso, por una vida libre de machismo, por una justicia no patriarcal, que se corra la voz, que todos sepan. “Yo te creo” hoy, y siempre, porque lo viví, porque lo sentí, porque lo escuche.

Ayudame a que se haga justicia y se investigue a este violento, agresor y pedófilo.

Gracias.

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