Hace pocos días concluyó una semana excepcional en la vida cultural de la provincia, aconteció la edición número 17 del Festival Tucuman Cine Gerardo Vallejos, en la cual pudimos ver cientos de producciones del país y de Latinoamérica. Desde hace algunos años en la provincia hay muy pocos espacios para ver cine que no sean comerciales, por eso el festival se festeja por partida doble. Poder ver propuestas poco frecuentes y producciones cargadas de sentidos se ponen a disposición del público.
Claramente no llegué a ver todo por motivos laborales, pero sí pude ver todos los cortos en competencia y un par de películas. Una parte de los cortos los vi en una función del Cine Atlas y otra tanda en la plataforma CONT.AR que durante la semana que duró el festival subió todos los cortos de competencia para ver. Fui a la proyección de cortos porque estrenaba Mi mundito con Monstruos, donde el protagonista, Salustiano Zavalía, es mi amigo, y es de lo más talentoso que hay en la provincia, no fui ni soy jurado así que puedo revelar mis vínculos sin problemas.
Mi cuerpo sentado en la butaca, con un paquete de pocholo en la mano vió durante casi dos horas distintas propuestas audiovisuales. La sensación de ver cortos sobre conciencia medioambiental fue grata, la noticia de encontrar que la directora de un corto que mostraba a niñas jugando era Melina Dulci fue hermosa, y confirma mi creencia de que la provincia desborda de talento. Antes de ver el corto de Salustiano, en donde ya sabía que aparecía un cuerpo dragueado con un guión ácido y brilloso, me encontré con el corto llamado Dulce, del director José María Carrizo, una ficción sobre la vida de un hombre gordo cuya esposa le prohíbe comer cosas dulces.
La primera escena me pareció hermosa, porque estaba ese hombre gordo en la pileta y luego aparecía una mujer hermosa también gorda, que reconocí porque fue participante del programa Cuestión de Peso. Pero la escena de la pileta era tan solo un sueño, como fueron también mis intenciones de que ese producto no sea, una vez más, un cúmulo de lugares comunes sobre los cuerpos gordos.
Deje de comer pochoclos durante los minutos que duró su proyección, me molestó tanto que pareció eterno. Comer pochoclos en el cine es como ponerle nafta al auto, te motiva a seguir viendo, y de algún modo significa estar en complicidad con esa enorme pantalla. En este caso yo solo quería levantarme e irme. Pero había que esperar el otro corto, y tampoco quería hacer un show, “en peores lugares me he quedado” me lo repetí muchas veces.
Empecé a cruzar miradas complices con Ana Basualdo, quien días antes había estrenado su primera película, Camino a Mailin, un material que también abordó el cuerpo y mostró los pies cansados de las peregrinas santiagueñas en una aventura de 135 kilómetros. Durante esa película también sentí algo en el cuerpo, más cercano a emociones placenteras que a ese nudo en el estomago que me produjo ver que, como un loop de la década del 80, había mucho presupuesto y trabajo puesto al servicio de reírse de un cuerpo gordo.
El corto gordofobico, así lo llamé incluso antes de que termine, despertó risas en el auditorio. Risas porque sí, porque tenía pasos de comedia que seguro habitan en la memoria de los argentinos. Porque un poco los personajes podían ser Olmedo y Porcel en una ferretería. Y aunque pensando en clave de género la mayoría de los argentinos ya no nos reímos de aquellos sketch por la hipersexualización de los cuerpos de las mujeres, con los cuerpos gordos aún nos sale la risa. Incluso entre gordos, porque reirnos de nuestra gordura es ese mecanismo de defensa que desarrollamos para seguir adelante a pesar de la discriminación.
En los eternos minutos que dura el cortometraje se puede ver que el gordo se muere por la comida, el gordo es vago, el gordo es mentiroso, el gordo se va a morir, el gordo es tonto, el gordo necesita de otra persona para salir de su enfermedad. Apenas terminó decidí seguir con mi vida y esperar que el siguiente corto me permita volver a comer pochoclos. Cuando terminó la función dije que no iba a escribir ni decir nada sobre esto, a veces la mejor crítica es el olvido. Pero resulta que este corto ganó un premio por parte de Contar. Entonces ya cuenta con una cocarda más para ser legitimado y reproducir las burlas sobre los cuerpos gordos, y el estigma, y la discriminación.
Volví al cine otro día, a ver el largometraje El Perfecto David de Felipe Gomez Aparicio, como quien se obsesiona con una cosa y va a ver qué dice otra película sobre los cuerpos. Y me encontré con una propuesta interesante, curiosa, un poco homoerótica y por momentos confusa. En esa historia, que a simple vista parecía ser un culto al cuerpo hegemónico, no encontré burla ni discriminacion como si acontece en el corto premiado.
No me gustaría que este relato fuera visto como un pedido de cancelación. De hecho, me encargue de pasarle el enlace a muchas personas porque quería más opiniones sobre este asunto. Por momentos pensé que podía ser solo sensibilidad progre de un activista gordo, y luego de varias charlas entendí que no, pasa algo allí que no está bueno y ojalá cada vez más personas puedan identificarlo independientemente de su índice de masa corporal.
Esa noche al salir del cine y escucharme despotricar alguien me preguntó “¿cambiaría algo si el director fuera gordo?” y me pareció interesante el planteo, a lo que respondí: cambiaría todo si el protagonista del corto fuera un actor flaco. Podría mostrar otras cosas y podríamos ver qué hay detrás de la historia que elige quedarse en un lugar común de la risa: los gordos.
Ojalá podamos hablar más y sentir más de lo que sentimos cuando vemos gordos en el cine y en la TV, ojalá podamos cuestionarnos porque nos da tanta gracia la gordura reflejada en la pantalla grande y quizás después podamos pensar en otras formas de representación.