A un mes de la desaparición forzada de Santiago Maldonado, Bruno Bazan reflexiona sobre los posicionamientos políticos a los que este caso nos enfrenta.
El 1 de agosto de este año, en la provincia de Chubut, durante la represión de gendarmería a un grupo de pobladores mapuche de Pu Lof, Santiago Maldonado fue visto por última vez. Santiago tiene 28 años, es artesano, y siendo no-mapuche se sumó a la protesta de esta comunidad en contra de Bennetton, la empresa que compró grandes cantidades de tierras en la patagonia Argentina.
En una conversación que mantuvo con Radio 10, la abogada de la familia de Santiago, Verónica Heredía, aseguró que la principal hipótesis que manejan es la desaparición forzada en manos de la gendarmería nacional: “Tenemos testimonios de que Santiago estaba en la ruta, que lo llevaron hasta ahí, que vieron cómo le pegaban. Hay testimonios que se van fortaleciendo en la causa que se está logrando que declaren ante la fiscal y el juez”.
Sin embargo, tanto desde el gobierno nacional como desde los medios hegemónicos se dedicaron desde un primer momento a investigar a Santiago, a estigmatizar al pueblo mapuche y crear un “un perfil” poco atractivo de todo el asunto para la gente. Todo esto como un modo de frenar la investigación por esta desaparición forzada en democracia.
Desde distintos puntos del país, hace ya varios días, miles de personas empezaron a expresar por las redes sociales su preocupación por este hecho. ¿Dónde está Santiago Maldonado? se convirtió en la pregunta central en diferentes latitudes del país. Esta suerte de activismo comunicacional creció y, junto a él, crecieron también los diversos reproches sobre el pedido.
Actualmente en las redes sociales los argumentos más básicos y torpes suelen caer como olas de pintura sobre el sentido común, formando opinión pública y llegando a teñir de sospecha hasta el más claro pedido de justicia.
Al pedido de aparición con vida de Santiago Maldonado se respondió con la pregunta por Julio López, por Luciano Arruga, Marita Verón y otrxs tantxs nombres de personas víctimas de distintos tipos de violencia. Desde los sectores conservadores del país, pasando por los legos simpatizantes, “la no política” que propone el gobierno nacional hasta los fervientes militantes de organizaciones sociales, en todos lados pudo verse el resurgir de decenas de nombres, de víctimas, de personas que aún esperan justicia.
Nos adentramos al siglo XXI con un fuerte crecimiento tecnológico, que trajo consigo el uso masivo de las redes sociales, y nos adentramos también en un mundo en donde las formas de violencia tienen estructuras cada vez más afianzadas, particulares y peligrosas. Una mujer es víctima de femicidios cada 18 horas en nuestro país, las mujeres trans y travestis también lo son, pero sus derechos básicos son tan vulnerados que ni siquiera podemos tener registros claros de sus muertes, desaparecen víctimas de las redes de trata, chicos de sectores populares son violentados sistemáticamente por fuerzas policiales, trabajadores rurales viven en situación de esclavitud, y la lista continua.
Ninguna de estas situaciones es “más grave” que la otra, si entendemos que la vida de todas las personas importan. Pero a veces, guiados por la miseria del mundo, por esta suerte de exposición constante de luchas, de marchas y de posicionamientos políticos nos arrojamos esas muertes en la cara. Competimos egoístamente por ver quién administra la miseria del mundo, por tener el reconocimiento del primer grito de justicia o el monopolio de la denuncia.
La realidad duele, todas las vidas importan, pero no todas tienen la misma repercusión ni el mismo impacto en eso que creamos día a día y llamamos “opinión pública”.
Pero ninguna de estas prácticas nos contribuyen a esclarecer la lista de injusticias que nos duelen, la indiferenciación de las formas particulares de violencia borra la posibilidad de análisis, y junto a él, borra también la posibilidad de articular pedidos de justicia efectivos. Porque si todas las formas de violencia dan lo mismo, nada importa.
Una de las personas que más conoce el dolor de la desaparición de un familiar, Rubén López, hijo de Jorge Julio López, salió a los medios a pedir la aparición de Santiago Maldonado, y, en un ejercicio de reflexión ciudadana, explicó las diferencias entre el caso de su padre y el de Santiago. A las autoridades del gobierno nacional les pidió que antes de nombrar a su padre “primero encuentren a Santiago”.
La desaparición forzada de Santiago Maldonado representa una acción ejemplar contra el estado de derecho, contra la vida de todas y cada uno de las personas que vivimos en democracia. Sea lo que sea que significa para cada persona la democracia, si el Estado argentino desaparece a sus ciudadanos, las bases de nuestra libertad empiezan a desaparecer.
Para todos aquellos que hoy en día viven sin garantía de derechos, esto no es ninguna novedad, y no podemos esgrimir contra ellos ningún argumento. Pero naturalizar un caso particular porque hay otras formas de violencia vigentes no ayuda a nadie, nos deja arrojados a la vulnerabilidad, en soledad.
La antropóloga Diana Lenton, integrante de la Red de Investigadores del Genocidio Indígena, en diálogo con Canal Abierto, afirma que detrás de la desaparición forzada de Santiago se encuentra un mensaje intimidatorio hacia toda la sociedad, “no tengo ninguna duda que cuando la policía de la gendarmería ve al muchacho blanco, con más bronca lo van a agarrar, esto tiene que ver con la represión de la solidaridad”. La represión de la solidaridad fue también uno de los objetivos de las fuerzas armadas durante la dictadura cívico-militar Argentina, y como bien sabemos los tucumanos, desde 1975 durante el denominado “Operativo Independencia”.
En el trascurso de nuestra vida cotidiana durante estos días tenemos por lo menos una nueva decisión que tomar. Naturalizar esta desaparición forzada de Santiago Maldonado y seguir con nuestro día, o detenernos unos minutos a preguntarnos por el esclarecimiento de este caso. En las calles, en las casas, en las escuelas, en todos lados donde habita el Estado tenemos la posibilidad de exigir su aparición, justicia y castigo a los culpables.
Jacques Ranciere, al final del libro El odio a la Democracia afirma “la democracia está desnuda en su relación al poder de la riqueza como al poder de la filiación que viene hoy a secundarla o desafiarla. No está fundada en naturaleza alguna de las cosas ni garantizada por ninguna forma institucional. No está sostenida por ninguna necesidad histórica y no sustenta ninguna. No está confiada más que a la constancia de sus propios actos. La cosa tiene con qué suscitar el temor, luego, el odio, en los que están habituados a ejercer el magisterio del pensamiento. Pero en los que saben compartir con no importa quién el poder igual de la inteligencia, puede suscitar, por el contrario, el coraje, luego, la alegría.”
Los actos democráticos que los organismos de derechos humanos siguen realizando en cada audiencia pública que pide cárcel común a los genocidas, en cada marcha de Ni Una Menos en donde se exige justicia por todas las mujeres asesinadas, en cada pedido de justicia por un chico del barrio que ya no está, en esos actos nuestra democracia se consolida.
Hoy se nos presenta la necesidad de actuar en nombre de Santiago Maldonado, sin negar la historia de violencias de las que muchos somos conscientes, sin ceder en nuestras diferencias políticas que la democracia significa, pero con la convicción de que es necesario afianzar los lazos de solidaridad que quieren ser quebrados.
Por Bruno Bazan