Reseña| Memorias de un asesinato

No sólo las diversas premiaciones son una buena ocasión o excusa para sumergirse en el arte del maestro Bong Joon-ho, director de cine surcoreano y autor de películas como Gwoemul (2007; traducida al inglés como The Host, disponible en Netflix), Madeo (2009; traducida al español como Madre), Snowpiercer (2013; adaptación de la novela gráfica francesa Le Transperceneige) y, más recientemente, Gisaengchung (2019; traducida como Parásitos), entre otras. Ésta última, también disponible en Netflix, fue ganadora de la Palma de Oro en el festival de Cannes, de la categoría Mejor Película de Habla no Inglesa en los premios BAFTA y, por último, entre muchas otras premiaciones (con nueve nominaciones), ganadora  en cuatro categorías en los premios Oscars: Mejor Película Internacional, Mejor Guión Original, Mejor Director y Mejor Película1.

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Bong Joon-ho, con sus Oscar por Parasite

Pero el mérito del creador no se reduce a un solo filme aislado, mundialmente multipremiado, aclamado y posible gran puerta de entrada para un público masivo ansioso por sumirse en los anteriores trabajos de Joon-ho y, en general, en el gran cine surcoreano y asiático, en el que destacan directores como Park Chan-wook (Olduboi, 2003; mejor conocida como Old Boy. Agassi, 2013; en español La Doncella), el hongkonés Wong Kar-wai (Chungking Express, 1994. Chūnguāng Zhàxiè, 1997; traducida como Happy Together. Fa yeung nin wa, 2000; In the Mood for Love), el taiwanés Edward Yang (A Brighter Summer Day, 1991. Yi Yi, 2000), el japonés Hirokazu Koreeda (Manbiki Kazoku, 2018; Shoplifters, disponible en Netflix) o Lee Chang-dong (Burning, 2018; disponible en Netflix).

En el lejano 2003, Bong Joon-ho estrenó su segundo largometraje: Memorias de un asesinato (Memories of Murder en inglés)2, inspirado en la terrible historia real del primer asesino en serie de la historia moderna de Corea del Sur, en 1986, bajo la dictadura del General Chun Doo-hwan. Son estos datos relevantes los que determinan el primer aspecto destacable de la cinta: el concepto de “basado en hechos reales”, que da una suerte de verosimilitud a la obra frente a la manera en que aborda, con humor negro y absurdo y casi rozando lo satírico (cualidades totalmente heredadas del cine de los hermanos Coen), los escabrosos temas que aquejan a las fuerzas policiales a lo largo del relato, adornándolos con una sutil liviandad sin caer en lo burdo que, quizás, sería motivo de subestimación al relato si éste fuera una ficción sin más; además, el filme se encarga de retratar el abuso de poder y la violencia policial, los medios de comunicación y la ligereza con que habitualmente se encaran las torturas, la furia ante la injusticia y las buenas intenciones detrás de ella, planteando desde un inaudito código de realidad una cuestión que, a través de las décadas, fue tratada de diversos modos: ¿el fin justifica los medios? Objetivamente, no se concreta una respuesta. Pero de buenas intenciones están empedradas las fauces del infierno y, casi siempre, la realidad supera a la ficción.

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Volviendo a los “hechos reales” y la influencia coeniana, no es descabellado emparentarla con Fargo (1996): el thriller policial por excelencia, caracterizada como “cultural, histórica y estéticamente significativa” por la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos, siendo considerada como una de las cien mejores películas de todos los tiempos. Ella abre con el siguiente texto:

«Esta es una historia verídica. Los eventos retratados en este filme tuvieron lugar en Minnesota en 1987. A pedido de los sobrevivientes, los nombres han sido cambiados. Por respeto a los fallecidos, el resto ha sido contado exactamente como ocurrió.»

La importancia del cartel reside en el cuerpo de la obra, tan desopilante como original, que establece un completo margen de creencia del espectador ante la locura hermosa que está a punto de ver, mentalizado con que los sucesos narrados son verídicos, sin importar qué tan delirantes sean. El pequeño detalle es que nada de lo narrado teatraliza un caso real. Nada. Pero una vez que el espectador cae en cuenta de ello, ya es demasiado tarde: los Coen lograron su cometido y nosotros fuimos testigos de algo sencillamente increíble.

Joon-ho conocía la importancia de la advertencia inicial y sabía que no era un impedimento de nada, sino una oportunidad excepcional para moldear personajes maniáticos y pintorescos, situaciones extravagantes y el germen de lo que luego explotaría en Parásitos hasta sus últimas consecuencias: la variación orgánica y frenética del género cinematográfico a servicio de lo que la trama requiere y no como un simple capricho, junto a los constantes contrastes entre lados aparentemente dispares. Un thriller policial tan oscuro como cómico, tan inquietante como hilarante; una sucia representación de la provincia donde transcurre la historia, Gyeonggi, que recuerda a la Nueva York de Se7en (David Fincher, 1995) gracias a la solemne fotografía de Hyung-ku Kim; personajes tarantinescos, cada uno con características y rasgos inconfundibles, que quedan en la memoria mucho tiempo después de terminada la película y siguen dibujando una sonrisa en el rostro al recordar los mejores momentos (las patadas voladoras del detective Cho o las intensas miradas sin sentido del detective Park, interpretado por Song Kang-ho, actor fetiche del director). Una cruda muestra de cómo los errores humanos, potenciados por el ego y la soberbia, pueden desencadenar incontables daños colaterales.

Son pocas las películas o documentales que lograron plasmar la verdadera esencia de la historia original en el resultado final, para luego llevarla a la gran pantalla. Entre dichas contadas excepciones, destacan: Raging Bull (Martin Scorsese, 1980), Elephant Man (David Lynch, 1980), Ed Wood (Tim Burton, 1994), Catch Me If You Can (Steven Spielberg, 2002),

Monster (Patty Jenkins, 2003), 127 Hours (Danny Boyle, 2010), Argo (Ben Affleck, 2012), The Wolf of Wall Street (Martin Scorsese, 2013), I, Tonya (2017, Craig Gillespie), Barry Seal (Doug Liman, 2017), Muchos hijos, un mono y un castillo (Gustavo Salmerón, 2017), Voyeur (Myles Kane y Josh Koury, 2017), El Clan (Pablo Trapero, 2015), El Ángel (Luís Ortega, 2018), El robo del siglo (Ariel Winograd, 2020) y, sin lugar a dudas, el padre de la locura misma: Werner Herzog con obras como Aguirre, der Zorn Gottes (1975, Aguirre, la ira de Dios; basada parcialmente en las memorias del conquistador español Lope de Aguirre), Fitzcarraldo (1982; inspirada libremente en la historia real del peruano barón del caucho Carlos Fermín Fitzcarrald), Mein Liebster Feind (1999, Mi enemigo íntimo; que retrata la relación del director alemán con su amigo y actor fetiche, Klaus Kinski), Grizzly Man (2005; colección de filmaciones del ecologista Timothy Treadwell), entre muchas otras.

-A partir de este momento se hablará con spoilers:

Memorias de un asesinato refuerza la idea de que no siempre hay finales felices, y menos cuando se trata de la vida real; he aquí otro parentesco a una gran película hermana, Zodiac (David Fincher, 2007). En la cinta del surcoreano, en un último acto en el que confluyen todos los puntos antes planteados y explorados, los detectives nunca logran dar con el verdadero Asesino; finalmente, cierra con un corto epílogo desolador que establece una nota conclusiva que deja al espectador con una mala sensación y que termina por exprimir los beneficios del “basado en hechos reales”: pasaron los años y él nunca fue hallado, e, impune, se da el lujo de volver a los lugares en que cometió sus crímenes; las secuelas de los asesinatos también repercuten en los personajes con rostros, como el detective Park, que también vuelve a aquellos sitios donde años atrás intentó hacer justicia sin importar el método. Aunque nunca lo logró.

33 años después de lo sucedido, hay un culpable de las violaciones y asesinatos en serie de Hwaseong que, el 2 de octubre de 2019, se declaró culpable, pero no pudo ser procesado debido a que el plazo de prescripción para las víctimas expiró en 2006.

Hoy, la investigación sobre cinco de las víctimas sigue en curso.


1 Transformándose en la primera película de habla no-inglesa en recibir este galardón.

2 Fue ganadora de los premios Grand Bell en las categorías Mejor Película, Mejor Director y Mejor Actor (Song Kang-ho), además de la Concha de Plata al mejor director en San Sebastián y la nominación a la Concha de Oro en el mismo festival.

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