El martes se colocó en la Casa Rosada el busto del ex presidente Carlos Saúl Menem, una figura odiada y ¿amada? con la misma intensidad. ¿Qué hay detrás de la reivindicación del riojano por parte de Javier Milei y los libertarios? Algunas claves para entenderlo.
Hace unos años, el podcast de La Nación “La banda presidencial” lanzó una encuesta entre sus oyentes para averiguar qué presidentes deberían figurar en un hipotético Monte Rushmore argentino (el original está en Dakota del Sur, Estados Unidos, con los rostros de Washington, Jefferson, T. Roosevelt y Lincoln). Desde entonces, siempre me ha parecido un juego divertido para debatir con amigos y amigas, y también es útil para medir cómo se perciben las figuras relevantes de nuestra historia. Una especie de “decime a quién ponés en tu monte y te diré cómo pensás la política”. Algo así hacen los gobiernos todo el tiempo.
La construcción de relatos está en la esencia de los procesos políticos, y muchos autores han dedicado libros extensos a esta cuestión. Alejandro Cattaruzza, en su libro “El pasado como problema político”, plantea que existe una intención de fundar o controlar memorias colectivas e imponer ciertas interpretaciones del pasado por encima de otras. Esto involucra a las estructuras institucionales, los partidos políticos y el Estado en la interpretación y difusión de determinados hechos, personajes o procesos. Aunque este fenómeno ocurre globalmente, en Argentina se manifiesta especialmente durante las sucesivas gestiones de gobierno. Estas visiones se reflejan claramente en conmemoraciones, discursos, relatos en museos y en la elección de nombres para monumentos, calles, etc.
Esa idea puede relacionarse con la tan popular “batalla cultural” que las derechas en general, y particularmente el presidente libertario Javier Milei, vienen predicando. Ejemplos incluyen el reemplazo del Salón de las Mujeres por el Salón de los Próceres, la reivindicación de Menem, el resurgimiento de la teoría de los dos demonios y la centralidad de la figura de Julio A. Roca, cuestionada por el progresismo argentino. Evidentemente, además de las enormes disrupciones económicas, sociales y de “modos”, la gestión de Milei ha venido a cuestionar el “sentido común” de la sociedad de, por lo menos, los últimos 20 años, entendiendo que la justificación de sus medidas debe ir acompañada de un proceso de legitimación acorde.
Las gestiones kirchneristas buscaron alinearse con una continuidad histórica “nacional y popular”: Rosas – Yrigoyen – Perón. Hubo un esfuerzo orientado en esa dirección, que incluyó la instauración de feriados nacionales, material bibliográfico público, y hasta la creación del personaje infantil “Zamba”. Esta narrativa también buscó otorgar relevancia a voces que hasta entonces no habían tenido protagonismo en el relato histórico oficial, como el caso de Juana Azurduy.
Como contracara, Milei ha decidido ir mucho más allá de los cuestionamientos a la narrativa histórica del kirchnerismo que hizo el gobierno de Mauricio Macri. El gobierno actual está planteando un discurso que busca posicionarse como hegemónico, en el que la potente emergencia de sectores conservadores, sumado al clima general de crisis social y de representaciones, ha logrado permear en amplios sectores de la sociedad, incluidos aquellos en los que no hay una convicción ideológica de fondo.
El panteón que el gobierno actual busca establecer para, entre otras cosas, otorgar legitimidad a sus decisiones incluye a dos tucumanos del siglo XIX: Alberdi y Roca. En cuanto a las figuras del siglo pasado, Milei es claramente despectivo con los radicales, especialmente con Raúl Alfonsín, relativiza los crímenes cometidos por los militares en los 70 y ensalza la figura de Menem, sus medidas económicas y cambiarias, así como sus rasgos más personales.
Esta construcción de relatos no necesariamente tiene sustento en una verdad histórica: las figuras y los procesos se parcializan, se enfatizan ciertos atributos y se ocultan otros. Dar coherencia a los procesos políticos es sumamente necesario, y la historia suele ser una herramienta útil a tales fines.
Si bien la colocación de bustos tiene algunos requisitos, el momento, el acto y el discurso que el presidente libertario eligió pronunciar ayer fueron sumamente significativos. Y también son significativas las ausencias en lo que a bustos se refiere, personalmente me es llamativa una en particular: la de Isabel Martínez de Perón, primera mujer en la historia en ejercer la presidencia de un país constitucionalmente, que a 50 años de su mandato todavía continúa sin su busto en la rosada. Pero eso queda para otra nota.
Y hablando de notas, los historiadores e historiadoras -o aspirantes a-, que ya no estamos de moda en la época donde la IA aparenta reemplazar todo análisis, buscamos cualquier hecho actual para figurar en los medios. Así que, aquí estamos, interpretando el presente con la esperanza de que alguien, en algún lugar, todavía nos lea.