Cada fin de año, así como cada pared, cada esquina de la ciudad se llena de propagandas y anuncios con ofertas navideñas. Cada une de nosotres nos ponemos hasta el tope -y más- de actividades, de eventos, de metas sin tener, a veces, la más mínima idea de cómo vamos a llegar con todo. Solo vamos, así, como por inercia. Como manada, pues como por naturaleza somos mamíferos, si todxs se mueven todxs creen que deben moverse y viceversa.
Lo que yo planteo aquí hoy no es más que un llamado a cuestionarse los tiempos y las formas en las que co-habitamos con todo lo que nos rodea.
Tal vez estos días sean para que, en vez de aumentar en cantidad y velocidad nuestras actividades, nos regalemos entre medio de las corridas y los ruidos, momentos en los que mirar(nos), escuchar(nos) y disfrutar de lo que a estas alturas la vida nos brinda.
Urge el cuestionarse las formas de relacionarnos con nosotres mismes, los seres que nos rodean y (en) los espacios que habitamos.
De algo no hay dudas. Hay una realidad ineludible de que el planeta nos está haciendo un llamado de auxilio y lo vemos en nuestra cotidianeidad. Tanto en nuestros cuerpos como en los ambientes donde nos movemos. El aire cada vez está más irrespirable, los ruidos de la ciudad cada vez más insoportables, la tierra más contaminada, el agua cada vez más escasa, así como también nosotres mas enfermes y agotades. Un cansancio que, por lo general, no nos permitimos escuchar porque –y ahí es donde se percibe lo siniestro de este sistema- si nos detenemos un minuto a tratar de entender como estamos, qué sentimos, qué queremos y si realmente nuestras acciones van apuntando a esos fines; no producimos, no aportamos al “crecimiento infinito” que es el único fin de la forma de “hacer economía” actual y que termina siendo en sí mismo algo que carece de sentido lógico ya que habitamos en un planeta con límites geofísicos claramente finitos.
Cada año, llegadas estas fechas, la de las “fiestas” a las tareas y obligaciones que tanto estudiantes, como trabajadores ya tenemos *y que van en aumento*, les sumamos las presiones de cómo vamos a vestirnos, que vamos a comer, como vamos a “sobrevivir” a esos encuentros con familiares con quienes muchas veces no tenemos ni las energías ni las ganas suficientes de compartir.
En tiempos en los que la desconexión (en general) que se presume como única forma de vivir y que es, al fin y al cabo, lo que hace que la gran maquinaria de destrucción de la vida funcione, el intentar re(conectar) con nosotres mismes y nuestros deseos, con les demás seres con quienes compartimos este planeta desde el lugar más empático posible y con todo lo que nos rodea es una respuesta política.
Prestar atención a los procesos
Así como muchas veces no nos damos el tiempo ni el lugar para cuestionar los “que”, los “como” y los “con quien(es)”, tampoco nos lo damos para intentar ver de dónde viene lo que consumimos y como se produce.
El “ir por inercia” –y más aún en estas fechas- también, muchas veces nos lleva a comprar y/o consumir cosas que tal vez no necesitábamos y que, aunque tal vez no percibamos, todas y cada una de esas acciones tienen incontables consecuencias. En nuestros cuerpos, en los territorios donde se producen y en los sujetos involucrados en esos procesos.
Partiendo de la certeza de que somos animales humanos y por ende formamos parte de la biodiversidad, nunca tendría que haber existido eso de “reducir impactos” si, en teoría, estamos aquí para dar y recibir, construir y regenerar. Ahora bien, para llegar a ese equilibrio, solo falta encontrar las formas, ¿No?
Entender que cada acción por más chiquita que sea suma y en serio llevarlo a la práctica, así como también, en la medida que podamos compartirlo con quienes nos rodean quizá sea el mejor punto de partida para comenzar este camino de necesarias (auto)transformaciones.
Respirar y cuidar nuestras energías, incluso siendo activistas
En lo personal, en mis inicios de estos caminos de aprendizaje que son el veganismo y el ecologismo, me cargaba con la enorme responsabilidad de “hacer llegar el mensaje” a todes, de todas formas y a todos lados. Por ejemplo preparar comidas súper elaboradas y para todos los gustos para sumar a la mesa de fin de año y de hablar a cada une de mis familiares durante los días previos para coordinar los detalles de esa cena; que no hacía falta que preparen mayonesa, que yo la llevaba. Tampoco sanguchitos y el postre, que de eso me encargaba yo. Tratando, en vano, de negociar hasta los platos principales sin pensar en el tremendo trabajo que cocinar o comprar algo de todo eso iba a significar.
Este año decidí no sucumbir a esas exigencias, a intentar disfrutar estos últimos momentos del año, descansar y por sobre todas las cosas, distribuir bien las energías que, para colmo, a estas alturas son pocas.
A quienes estamos convencides de que otras formas de alimentarnos, vestirnos y habitar en general esta gran nave tierra son posibles, también les invito a bajar sus expectativas en cuanto a las formas de pensar y accionar de las demás personas y más en estas fechas tan difíciles. Cuidar nuestras energías es saber, también, no entrar en discusiones en las que tenemos la certeza de que no vamos a “llegar a ningún puerto” y si preparamos algo para sumar, por ejemplo a la mesa de navidad o año nuevo, que sea con el único fin de compartirlo con las demás personas, sin esperar algún cambio de parecer en cuanto a los consumos individuales de cada une.
Citando a una compañera de lucha, tal vez la agenda antiespecista y ecologista en vez de forzarla, tengamos que aprender a inspirarla. Brindar en la medida que podamos y sin sobre-cargarnos, información y herramientas (adquiridas no más que desde la experiencia propia) para transitar esos caminos e invitar desde el ejemplo a otres a incorporarlas.