En conferencia de prensa, Periodistas Argentinas revelaron un documento que reúne 19 relatos de mujeres que cuentan diferentes situaciones de acoso que sufrieron por parte del periodista Pedro Brieger. Según los testimonios, algunos de los hechos se remontan al año 1995. Estudiantes, periodistas, colegas, investigadoras. Todas mujeres que fueron víctimas de acoso sexual por parte del periodista.
En sus relatos aparece el miedo, la paralización ante la sorpresa de una situación así, la sensación de indefensión, y en muchos casos, el abandono de un sueño, de una carrera, de una posibilidad laboral.
Estos ataques salieron a la luz hace pocas semanas a través de la red social X cuando el periodista Alejandro Alfie publicó cinco testimonios que ayudaron a quebrar el silencio y la complicidad. Antes, en el año 2010, la periodista Agustina Kämpfer expresó públicamente en un programa de televisión que el periodista Pedro Brieger, flamante ganador del premio Martín Fierro, era “un acosador”. Pero nadie la escuchó.
En estas semanas, las acusaciones se acumularon y suman 19 los relatos de acoso sexual, donde coincide la utilización del lugar de poder de Brieger para avasallar a las mujeres.
“No es el objetivo de este informe el escrache. Lo motiva la necesidad de terminar con la cultura del acoso, que este caso nos revela en toda su compleja dimensión. Encarna en una persona, pero también desnuda responsabilidades institucionales de medios públicos y privados, instituciones académicas públicas y privadas y todos y cada uno de los contextos y personas que silenciaron y naturalizaron estas violencias que son imposibles de soportar. Y esto es lo primero que queremos señalar: las afectadas perdieron cosas concretas”, expresaron en el documento difundido en conferencia de prensa.
Por otra parte, desarman la trama del abuso y manifiestan que existió un mecanismo para perpetrar el acoso y mantener la impunidad durante tantos años. “Se activa por sorpresa, busca producir asco y humillación, enmudece y coloca a la afectada en una situación de degradación y culpa. El mecanismo incluye que luego, al contarlo a otros, -aquellos que son los responsables de poner límites o pueden ayudar a construirlos- no se dimensiona el daño, se naturaliza esa conducta, y no se hace pública, lo cual permitiría a otras prevenirse y al responsable de esa conducta, limitarse”.
“¿Qué construye esa impunidad? El silencio y la inacción cómplice, pero sobre todo la combinación de esos factores con algo que lo potencia: el prestigio que construyen los premios, oportunidades y espacios de visibilidad pública que acumula la conducta abusadora”, destacan.
Reparar
En el documento también mencionan la dificultad para las víctimas de poder denunciar este tipo de acoso. “El desafío, entonces, es cómo hacer justicia para estos casos”.
Si bien en Argentina existen leyes para penalizar el acoso callejero, no incluye aquellos agravios que se producen en el ámbito laboral y académico. “Esa es la gran deuda que este informe pretende saldar y por eso mismo proponemos que se legisle específicamente este tipo de conductas abusivas, ya que no es lo mismo el comportamiento de un exhibicionista en la vía pública que el de un profesor o un colega en posición dominante: en estos casos existe una asimetría de poder que, además de humillar, busca despojar de algo a la víctima, infligiéndole este tipo de violencia”.
Además, señalan una serie de medidas reparatorias que garanticen la erradicación de estas conductas señalando la responsabilidad de los espacios donde sucedieron, tantos medios público, como privados y universidades. Por último, en el comunicado consideran “imprescindible que Pedro Brieger pida disculpas públicas a las afectadas”.
Salir del binomio y de la cancelación
Hace pocos días, la revista Crisis publicó una nota de la Marcela Perelman, docente y directora del área de investigación del CELS, una de las mujeres que hicieron público el acoso. Allí, plantea varias preguntas que este caso nos trae.
Perelman plantea que esta premisa de no hablar hasta que la víctima no denuncie, trae como “resultado evidente es que protege a los acosadores”. “Estos silencios alimentados en la confidencialidad y las buenas intenciones pretenden proteger a una persona, a una mujer, pero mientras tanto tienen como efecto la protección indirecta de quien ejerció —y puede seguir ejerciendo— abusos”, dice.
Y, aún con herramientas que supimos construir, “no está claro cuál es el dispositivo para evitar que los tipos abusen de su poder y acosen“. Y allí se pregunta: “¿Se soluciona con que cada una cargue el peso de activar un protocolo en su lugar de trabajo? Cuando la conducta es serial: ¿cuál es la alternativa no penal-punitiva y no de escrache en redes? ¿Cuánto tiempo y trabajo debe dedicar una por haberse visto enredada en un hecho así? ¿Cuánta exposición? ¿Cómo deberían actuar los que no dijeron nada, pensando que así cuidaban y no exponían a sus compañeras? ¿Cuál es el protocolo para la mayoría que trabaja en formas precarias e informales, fuera de las instituciones?”.
En épocas de individualismo, volver a pensar en lo colectivo puede traernos algunas respuestas. “No se trata de abandonar el cuidado para no revictimizar, sino de poder pensar las relaciones y las responsabilidades en un grupo o ámbito de un modo descentrado de los vínculos bilaterales, del uno a una. Una mejor protección para todos y todas sería una relación entre pares en la que los abusos —y su reiteración acrítica— sean tan reprochables que retirarse en silencio no sea la opción éticamente preferida. Si queremos prevenir y cuidar, hay que crear y hacer efectivos otros acuerdos y otros dispositivos”.
