A 51 años del cierre de los ingenios tucumanos, conocer este proceso permite entender el Tucumán actual y las consecuencias nefastas que aún hoy duelen en el Jardín de la República. La historia de la caña de azúcar no fue necesariamente siempre dulce.
El 22 de agosto se cumplen 51 años del comienzo de la mutilación más grande a la economía tucumana: el cierre y desmantelamiento de 11 ingenios durante la dictadura de Onganía. Décadas después, este proceso sigue visibilizándose amargamente en “pueblos fantasmas” que nunca lograron recuperar ni sus habitantes –que emprendieron un éxodo principalmente a Buenos Aires en búsqueda de trabajo- ni su prosperidad económica. También se hace visible en algunas edificaciones en ruinas y chimeneas casi destartaladas que aún siguen en pie, vapuleadas, pero venciendo el tiempo y refrescando la memoria de la magnitud de lo que fue el esplendor azucarero en nuestra provincia.
El decreto-ley 16.926 del 21 de agosto de 1966 y las restantes medidas tomadas por el gobierno de facto presidido por Juan Carlos Onganía impusieron el cierre forzado de 11 de los 27 ingenios existentes en Tucumán. Los gendarmes y policías federales enviados desde Buenos Aires traían la orden de iniciar de inmediato el desmantelamiento de las fábricas. La tarea fue coordinada por el entonces jefe del Regimiento 19 de Infantería, Antonio Bussi. El plan del ministro de Economía, Jorge Néstor Salimei, tuvo como uno de sus principales objetivos provocar la transferencia de gran parte de la producción tucumana de azúcar a los ingenios de Salta y Jujuy.
Salimei, habló por la cadena nacional de radiodifusión la noche del 21 de agosto. Hay pocos registros históricos sobre el uso de la cadena nacional para hacer referencia al caso específico de una provincia. Dijo Salimei, entre otras cosas: “después de muchos años de inyectar dinero para subvencionar el monocultivo azucarero, Tucumán sigue al borde del caos. El otrora Jardín de la República es hoy, dentro de la Nación, una isla de presente explosivo y de futuro incierto. Hay ingenios que están en quiebra (…) Subsistían por motivos electoralistas e intereses minoritarios. Esos ingenios no pueden subsistir y serán transformados (…) Ningún obrero quedará sin trabajo y sin sueldo”.
Esta promesa lejos quedó de ser cumplida. Se implementó un plan de diversificación productiva, llamado “Operativo Tucumán”, que incluyó la radicación de fábricas en distintas zonas de la provincia. Ni se absorbió la mano de obra que había quedado desocupada ni se cumplió la meta de la diversificación.
Como consecuencia, la intervención militar de 1966 produjo el vaciamiento demográfico de la provincia: condujo al exilio interior a unos 250.000 tucumanos (casi una tercera parte de su población en esa época), y se perdieron más de 50.000 puestos de trabajo. Éste no fue un efecto no deseado por los planificadores del cierre y la “transformación” de Tucumán, sino un propósito deliberado. El historiador José Ricardo Rocha apuntó que el plan de 1966 consistía en “dejarle a la histórica provincia la estructura económica necesaria y suficiente para mantener nada más que 600.000 habitantes“. El resto, no solamente sobraba sino que era necesario expedirlo y centrifugarlo, arrancándolo de su fábrica y de su sindicato para dejarlo convertido en un “villero” del Gran Buenos Aires o en un mendigo del Estado. Meses antes de su derrocamiento, el gobernador Lázaro Barbieri lo había advertido. “Si los problemas de la provincia no se resuelven, Tucumán tendrá que ser dividida en dos partes: una se la daremos al Norte, para que los industriales de Salta y Jujuy cuiden de ella; y a los otros 500.000 habitantes, que se los lleve Buenos Aires: total, ya está acostumbrado a acumular escombros en sus villas miseria”.
(Del libro de Roberto Pucci “Tucumán 1966. Historia de la destrucción de una provincia”)
Muchas de las estructuras de las fábricas se han reutilizado con el correr de los años pero nunca han logrado sustituir las antiguas funciones del ingenio, ya que, entre otras cosas, alrededor de él se organizaron escuelas, centros de salud, clubes deportivos y lugares de esparcimiento. Por mencionar algunos casos: en lo que era el ingenio Lastenia se desempeña actualmente un centro cultural y el Club Social y Deportivo que lleva su nombre, que se destaca aún hoy en el fútbol local y se conforma por iniciativa de los obreros de ese ingenio. En lo que eran las instalaciones del ingenio San José actualmente se desarrolla la Expo, en las estructuras del ingenio San Pablo funciona una universidad privada; e incluso algunos de ellos operaron como centro de detención y tortura como el Santa Lucía y el Nueva Baviera. La conformación de varios barrios fue (y se mantuvo) determinada por la instalación del ingenio, como el caso de Villa Amalia en plena capital tucumana. Cevil Redondo y San José están conformados mayoritariamente por vecinos provenientes de los Valles Calchaquíes pues sus familias bajaban de los cerros en tiempos de zafra y paulatinamente comenzaron a instalarse en la zona. Algunos cañaverales “se han secado y sacado” para dar pasos a emprendimientos inmobiliarios como la ahora conocida Av. Perón pero aún “florecen” o persisten pequeños productores cañeros en el interior de la provincia.
El año pasado, en el marco de los 50 años del cierre, desde la productora audiovisual LUPA de la Facultad de Filosofía y Letras surgió la propuesta para los estudiantes sobre la realización de “Todavía Sangra”, una serie de documentales que registraran los testimonios de los trabajadores de los 11 ingenios cerrados. El realizado sobre el ingenio Santa Lucia tiene la particularidad de indagar en la historia de Hilda Guerrero de Molina, asesinada brutalmente por la policía en una manifestación en Bella Vista tras la crisis desatada por las medidas de Ongania. El caso de Hilda es emblemático porque demuestra el rol activo que tuvieron las mujeres en las huelgas, en las ollas populares, en los cortes de ruta y también ayuda a dimensionar la feroz represión a la que estos movimientos de resistencia debieron enfrentarse.
Conocer este proceso permite entender el Tucumán actual. Posibilita comprender las consecuencias nefastas aún en la actualidad causadas por las diferentes dictaduras en nuestra provincia. Demuestra que la historia de la caña de azúcar no fue necesariamente siempre dulce.