“No voy a callar más”: Carta abierta contra la homofobia en Trancas
por Matías García Fernández.
Represento a una porción de los niños y adolescentes que no han podido ser ellos mismos. Mis palabras intentan manifestar los tormentos que hemos pasado años guardando en el corazón quienes hemos nacido “diferentes” con otros gustos y formas. He nacido y me he criado en el seno de una familia tradicional con valores cristianos. Pertenezco a una sociedad que, lamentablemente, no ha sabido acompañar ni lidiar con temas profundos y personales como la homosexualidad. Consecuente a esto, me he obligado y lo han hecho otros, a tomar decisiones y actos que no eran acordes a lo que sentía y deseaba.
Llegar hasta aquí, a ser quien soy ahora, y poder sentir con la libertad que expreso y vivo, me ha costado disgustos, peleas, enemistades y una dolorosa discriminación, pero no en vano. He tenido el valor y la valentía de la introspección, del cuestionamiento y de la lucha por hacer valer mis derechos. Porque he sufrido, he callado, he silenciado mi vida por años, tanto por las actitudes como por los dichos de gran parte de esta sociedad. Por esa cruel forma de concebir a la homosexualidad como enfermedad, perversión y pecado.
Por ello he tomado la determinación de expresar mi más profundo repudio ante las declaraciones de carácter homofóbico que la rectora del Instituto Privado San Joaquín de Trancas difundió públicamente a través de su cuenta personal en la red social Facebook. Resulta alarmante y doloroso que tales expresiones provengan de quien ocupa un cargo de conducción educativa dentro de una institución que, por su carácter religioso y formativo, debería promover el respeto, la empatía y la inclusión de todos los jóvenes, sin distinción de orientación sexual, identidad de género, credo o condición social.
Yo también soy docente, me recibí como profesor en una institución educativa y religiosa, y jamás me permití que mis estudiantes acosen, discriminen y excluyan a sus pares por sus diferencias. Al contrario, el amor, la empatía y la escucha siempre han sido mis principios ante todas sus preocupaciones y dolencias. La docencia, antes que todo lo otro, acompaña, sostiene y resguarda.
El mensaje difundido de esta señora no solo contradice los valores fundamentales de “amor al prójimo” y “dignidad humana” que sustentan la enseñanza cristiana, sino que además “reproduce prejuicios y violencias simbólicas” que nuestra sociedad ha decidido erradicar en pos de una convivencia democrática y plural.
Quizá se pregunten quién soy yo para realizar tal repudio ante sus declaraciones. Pero les comento y recuerdo, que antes de ella, he servido con esmero y dedicación a la institución que ahora dirige. Más de la mitad de mi vida he pasado trabajando y construyendo una comunidad parroquial en conjunto con la institución del Colegio privado, no solo como catequista, sino también de muchas y variadas formas a lo largo de mi niñez y juventud. Incluso he recibido, sin demandarlo, el reconocimiento de otros representantes legales, sacerdotes y rectores que han estado a cargo de dicha institución.
Mucho menos puedo dejar pasar este hecho, ya que, no solo mis primos, hermanos y amigos han sido parte y egresados del colegio, sino también que actualmente tengo sobrinos que concurren y concurrirán, si Dios lo permite, en un futuro para educarse allí.
Exigimos -y hablo en nombre de toda una comunidad- una “reflexión pública y una rectificación inmediata”, así como un compromiso real con la construcción de un espacio educativo libre de toda forma de discriminación, conforme a lo establecido por la “Ley Nacional N° 26.150 de Educación Sexual Integral” la cual, les recuerdo, ejerce desde hace un par de años en la provincia de Tucumán.
Este repudio se fundamenta no solo por los años que muchos jóvenes, como yo, hemos sufrido los dichos y hechos violentos dentro y fuera de las instituciones educativas, sino también en las palabras de personas que han sido profundamente significativas para la historia de la humanidad como el Papa Francisco, cuando en una de sus primeras conferencias de prensa con periodistas tuvo uno de sus dichos más resonantes, al decir: “¿Quién soy yo para juzgarlos?”, en referencia a los homosexuales. “Si una persona es homosexual y busca a Dios, ¿quién soy yo para juzgarlo?”
Las publicaciones homofóbicas no hacen más que negar, denigrar, dividir y excluir a quienes pensamos, sentimos y vivimos distinto, avalando una falta de reconocimiento del otro como sujeto moral libre y valioso. Asimismo, desde la ética cristiana del amor al prójimo, inspirada en muchos pensadores, se entiende que la convivencia justa solo es posible cuando se reconoce la igual valía moral de cada persona. La homofobia, en cambio, surge de la negación del otro, del miedo a la diferencia y del olvido de la compasión como núcleo de la moral.
Me he prometido, hace un tiempo, que haré todo lo posible para que ningún niño o niña que esté a mi educación o alcance tenga que reprimir en su corazón sus palabras, actos y deseos por ser homosexual. Ya que, pienso, el respeto a la diversidad no es una opción: es un deber ético, pedagógico y humano.
Espero, y toda la comunidad de Trancas espera, el pronto reconocimiento ante este hecho y sus debidas disculpas.
Atentamente, Matías García Fernández.




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