Este 3 de junio, en Tucumán, volvimos a marchar. Diez años después del primer Ni Una Menos, fuimos muchas las que salimos a las calles a decir que la lucha sigue. Que la bronca sigue. Que la memoria arde.
En la plaza, la radio abierta fue el corazón de la jornada. Allí, una vez más, las voces de familiares de víctimas de femicidio se hicieron escuchar. Amalia, con la entereza que da el amor y la rabia, habló de su hija Milagros Avellaneda y de su nieto Benicio Coronel. Desaparecieron en 2016, y hasta hoy no se sabe qué pasó con ellos. También habló la familia de Paola Leonela Ruiz, que insiste: Leonela no se suicidó, la mató su pareja. Como ellas, otras historias rompieron el silencio, buscando justicia. Escuchamos a las jubiladas, sus historias de lucha y su reclamo actual, más vigente que nunca.
Alrededor, las compañeras de las barriadas compartían lo que había: mate, bollo, tortillas. Claudina repartía budines caseros con frases que traían a la vida a Lohana Berkins. En sus manos, un cartel decía lo que muchas sentimos: Unidad transfeminista. El calor del fuego comunitario se mezclaba con lágrimas, risas, abrazos, miradas cómplices. Porque en cada encuentro hay también un acto de resistencia.
“Fuera Milei” se escuchó retumbar por las calles tucumanas. Desde que asumió al poder, cerró el Ministerio de las Mujeres, vació programas de prevención y acompañamiento a víctimas de violencia de género, amenaza con derogar la ley de aborto legal, y convirtió al feminismo y al colectivo LGBTIQ+ en su principal enemigo.
La marcha estuvo acompañada con música, ritmo y alegría rebelde. Malamba y Bemebe Guiné hicieron temblar la plaza con tambores, danzas y fuerza colectiva. Porque el feminismo también baila, canta, celebra, se abraza.
A una década del primer grito, sabemos que no alcanza con recordar. Que cada historia duele, pero también empuja. Que la lucha está más viva que nunca. No estamos solas. No nos callamos. No volvemos atrás.
