Me gusta taquillera, me gustas tú

La serie española La Casa de Papel se convirtió en la más taquillera de los últimos tiempos, generando las más diversas pasiones. Algunas reflexiones de Einath Apel

¿Una jefa de policía mujer? Esto va a estar bueno.

Así empezó mi entusiasmo por La Casa de Papel. Además de haberse convertido en la serie más taquillera de los últimos tiempos, la producción española generó las más diversas pasiones.

Aunque debo reconocerle algunos porotos, la serie me pareció mala. No soy crítica de cine ni muchísimo menos, pero aquí quiero dejarles mi humilde opinión, llenísima de spoilers.

Personajes estereotípicos

El Profesor: un sociópata que vivió su infancia encerrado, con una familia disfuncional y un hermano con una enfermedad terminal. Berlín: un narcisista con absolutamente nada para perder. Nairobi (Alba, te amamos): mujer buena y culposa que guarda la esperanza de redimir sus pecados. Y así podemos seguir hasta el final de los tiempos.

La construcción de los personajes es estereotipada y aburrida. La televisión (la buena televisión) nos tiene acostumbradxs a una mixtura más interesante de cualidades, a una evolución de personalidades, a descubrir recovecos íntimos que producen plot twists a las cualidades de los personajes. Pensemos en cómo empiezan y cómo terminan siendo -por nombrar dos taquillazos de ayer y hoy- los personajes de Lost y Breaking Bad, sin ir muy lejos.

¿En serio todo les va a salir bien?

La serie nos gusta, nos atrapa. Cada capítulo de La Casa de Papel es una invitación obligada a ver el próximo. El final está tan bien pensado que te genera lo mismo que te generaba la novela cuando tenías doce y no podías esperar veinticuatro horas para seguir viéndola. Aquí lo mismo, pero al alcance de la mano.

Es parte constitutiva de la ficción. También hay ficciones en las que vuelan dragones y los zombies se comen gente. No esperamos realidad de la ficción. Pero, en serio, ¿todo va a salirles bien?

BIG SPOILER ALERT. Un gran meme empieza con un policía informándole a Raquel que estaban fabricando su propio dinero. Raquel responde “corten la luz”. La próxima escena muestra la placa “Final del atraco”. Mortal. Pero no. No. Van a lograr implantar un micrófono en un anteojo de un policía, logrando filtrar toda la información que se charla ahí dentro. El Profesor va a lograr encamarse Y ENAMORAR a la investigadora principal del atraco. Va a ser descubierto pero quien lo descubre va a quedar en coma. Y la otra persona que sabe quién es va a tener Alzheimer. Tokio va a ser expulsada del atraco, atrapada por la policía, trasladada al penal y luego liberada por un grupo de bielorrusos gracias a una bomba falsa y un aerosol negro. Después va a lograr sortear todo tipo de seguridad para entrar al perímetro de la Casa de la Moneda, ingresando por la puerta principal subiendo las escaleras EN MOTO. Todo para encontrarse con Río, el nuevo amor de su vida. Aw.

¿EN SERIO?

Obviedades

Además de esta ficción mal lograda, la serie está repleta de obviedades. No muere nunca ningún personaje central y quienes mueren no son entrañables. Cada uno se enamora de quien es esperable que se enamore y termina como es esperable que termine. El rey de las obviedades y las pedorradas es el capítulo final -OTRO SPOILER- con la muerte de un enfermo terminal y la visita inesperada de Raquel, quien se va al congo belga a encontrarse con un tipo que la manipuló, la engañó e incluso la violentó.

De nuevo, nos tienen acostumbradxs a otras cosas. La vida nos tiene acostumbradxs a que ganen lxs malxs, a que nunca se aparezca la gente correcta, a enamorarnos de la gente incorrecta, a enredarnos en situaciones sin goyete, a no poder subir en moto cuarenta y tres escalones. Y lxs buenxs productorxs mediáticos lograron hacer eco de estas situaciones, apropiarlas y reproducirlas en ficciones que nos interpelan porque nos hacen eco de nuestras vidas reales. Ya no nos creemos el cuento.

¿El feminismo? Bien, gracias.

Por la frase célebre de Nairobi (Alba, ¿ya dije que te amamos?) “empieza el matriarcado”, la serie -quizás solo esta escena- se reproduce como ejemplar del feminismo cuando no hay nada más alejado de la realidad, y aquí algunos motivos.

Aquí un semi-spoiler. Una de las protagonistas de la serie se entera el día del atraco que está embarazada de su jefe. Esposo y padre de familia, Arturo niega su responsabilidad y elige el aborto masculino. Hasta aquí, todo normal. Desde 2010 -en la vida real- el aborto está legalizado en España hasta las catorce semanas de embarazo (sí, seremos los últimos del planeta tierra en legalizarlo). Es por eso que, cuando los atracadores preguntan quién quiere medicamentos, Mónica pide una píldora abortiva. Sin más preámbulos, se la traen.

Pero el apodado Denver que decide hablar y convencer a Mónica de que el aborto no era la opción, que era mejor llevar adelante un embarazo y que él -su atracador- iba a hacerse cargo del niñx. A Mónica no le parece una mala idea. De nuevo, ¿QUÉ?

El Profesor engaña, miente, violenta psicológica y físicamente a la -ya violentada por su ex marido- investigadora Raquel. Ella se enoja, se hace la enojada, lo odia. (ÚLTIMO SPOILER, LO JURO). Lo deja escapar, encuentra un mensaje oculto, se toma un avión, atraviesa el océano y lo encuentra en una playa paradisíaca. Fin.

Sálvame, Jebús

Rescato la producción fuera de Hollywood, tan sana y necesaria. Rescato que, aunque estereotipada, la construcción de personajes está bien lograda e interpela a gran parte de la sociedad. Rescato, también, la capacidad de lograr mantener la atención del público sin interrupciones durante dos temporadas enteras. Rescato la escena en la que Nairobi y Tokio se lametean. (¿A eso lo escribí o lo pensé?)

No pienso nunca que lo que le gusta a la gente es horrible. Estoy lejos de eso. Gusto siempre de lo que todo el mundo gusta. Gusto de Game of Thrones, de Breaking Bad, de Lost, de Friends y Rebelde Way.

Pero de La Casa de Papel, no.

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