Marta Lamas: “Hay que ir más allá del binarismo, somos seres humanos y tenemos que tener los mismos derechos”

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Clacso presenta “Dimensiones de la diferencia. Género y política”, un libro que reúne los aportes de la antropóloga mexicana al movimiento feminista y sus debates, como el aborto y el trabajo sexual. Por Luciana Mazzini Puga para Agencia de Noticias Científicas.

La antropóloga mexicana Marta Lamas es una de las voces más reconocidas del feminismo en América Latina. Fue nominada al Premio Nobel de la Paz en 2005, fundó “Debate Feminista”, una de las revistas más importantes del continente en ese campo, y es profesora e investigadora de la Universidad Nacional Autónoma de México. Asimismo, fue activista de la “segunda ola” del movimiento que se dio entre los años sesenta y ochenta y es autora de once libros.

CLACSO editó “Dimensiones de la diferencia. Género y Política”, un libro que reúne sus aportes en torno a discusiones como el aborto en América Latina, el trabajo sexual y el género. La autora dialogó con la Agencia de Noticias Científicas de la UNQ sobre la situación de los feminismos en la región y la necesidad de que el sistema de cuidados ocupe el centro de la escena.

Identidades que fluyen

-¿Qué elementos interfieren en la construcción de los géneros?

-La biología, la cultura y el psiquismo construyen aquello que socialmente va a conocerse como mujer u hombre. La diferencia sexual anatómica que existe entre hembras y machos es evidente, pero es la cultura la que construye, simboliza y ritualiza los mandatos de género. El sociólogo Pierre Bourdieu plantea que internalizamos los mandatos culturales y se vuelven ‘habitus’, es decir, cuestiones que damos por sentadas como si fuesen naturales. Así, las mujeres se mueven de cierta manera y los hombres de otra. Hoy sabemos que más allá de ‘machos y hembras’, hay intersex por ejemplo, pero hace siglos, la cultura solo veía a hombres y mujeres.

-Y de ahí los mandatos…

-Exacto. Debido al proceso fisiológico y a la posibilidad de quedar embarazadas, parir y amamantar, las mujeres tenían tareas distintas que se fueron simbolizando como si fueran naturales. Pero somos seres biopsicosociales y la biología es la que pesa menos. Verdaderamente, influye más la cultura que dice cómo tienen que ser las mujeres, y lo psíquico que es aquello que elaboras en tu inconsciente sobre qué es ser mujer.

-Por el psiquismo es que cuesta tanto que se amplíen derechos y se incluyan a las diversidades…

-Sí. La psicoanalista argentina Silvia Bleichmar decía que aferrarse a un paradigma insostenible, como el binario hombre/mujer, no favorece al conocimiento. Las personas tienen internalizadas una cuestión identitaria muy fuerte y la traen en el inconsciente, y hay que hacer todo un proceso para darse cuenta de las cosas. Por eso, es que existe la reacción negativa de muchas mujeres frente a las mujeres trans; tiene que ver con una identidad: ‘si yo soy mujer, ¿cómo ella va a decir que es mujer?’. Por otra parte, hay un tema con la clasificación de los seres humanos.

-¿Cómo es eso?

-La pareja mítica de Adán y Eva sigue funcionando en la cabeza de muchas personas, más allá que Darwin nos haya dicho que venimos de los monos. Cuesta trabajo entender que hay muchas maneras de ser mujer y de ser hombre y que tendríamos que empezar a trabajar otras denominaciones, como mujeres transgénero y cisgénero. Además, hay que trabajar el ‘sentirse amenazado’.

-El miedo…

-Sí. Eso causa el rechazo aberrante contra las personas trans y de cualquier identidad no normativa, hay que ir más allá del binarismo. Hoy en día existen queers o personas con una identidad muy fluida que por momentos son hombres y luego se identifican como mujeres. En definitiva, todos somos seres humanos y tenemos que tener los mismos derechos.

-En uno de los capítulos refiere a un poder femenino no reconocido, ¿de qué se trata?

-Al poder emocional. Un hombre puede ser presidente de la república o líder obrero, pero en la intimidad y en términos de afectividad hay un vínculo que las mujeres utilizan y, a veces, explotan. En México decimos que hay mujeres que tienen ‘agarrados de los testículos’ a los hombres. Hay que reconocer que existe este poder, aunque tal vez no es el que sirve en la escena pública, pero nos saca de la idea del victimismo. Tenemos un poder vinculado al atractivo sexual y al compromiso emocional, que hay que ponerlo en la discusión y decir ‘este poder no basta. Queremos compartir los públicos: el político, el económico y el eclesiastico’.

"Dimensiones de la diferencia. Género y política" se encuentra gratuito en versión PDF (ver hacia el final de la nota). Créditos: Clacso.
“Dimensiones de la diferencia. Género y política” se encuentra gratuito en versión PDF (ver hacia el final de la nota). Créditos: Clacso.

-Pero, ¿este poder no está construido culturalmente? Hay hombres que son emocionales pero no lo muestran por el mandato de masculinidad, así como hay mujeres que no quieren a sus hijos.

-Los afectos están atravesados por los códigos de la cultura. Por ejemplo, la maternidad es muy distinta según la cultura, hay sociedades en las que la crianza infantil es colectiva y no hay este vínculo edípico de madre e hijo tan fuerte. Es cierto que no hay que idealizar que las mujeres son más buenas. Somos seres humanos pero la cultura nos troquela en términos generales y en el inconsciente, por eso la mistificación de la maternidad se da en sociedades como las nuestras donde hay un tema con la propiedad privada de los hijos. 

-¿La propiedad privada de los hijos?

-Claro. En otras culturas da lo mismo si crías a tu hijo o al del vecino porque es una situación compartida. Pero en una donde hay una mistificación de la maternidad, pensamos que una mujer siempre va a cuidar mejor de sus hijos y no es cierto. Hay madres crueles u otras que no quisieron ser madres y lo fueron porque no podían abortar en ese momento. Ellas cuidarán su imagen para que no se les note que son ‘malas madres’, y los hijos (más allá que luego tengan relaciones gratificantes con otras personas) tendrán una herida por no haber sido atendidos por su madre.

Una sociedad del cuidado

-¿Cuál es su visión de los feminismos de hoy en México y en la región?

-Una de mis miradas es acerca de qué está pasando con el aborto en América Latina. Por ejemplo, Nicaragua tenía aprobado el aborto terapéutico desde 1983 y Daniel Ortega lo quitó, es decir que ya ni siquiera se puede salvar la vida de la mujer. Ahora bien, en términos de organización, tengo un favoritismo por Argentina. 

-¿A qué se debe tu preferencia?

-A la mirada política. Lo único bueno que trajo la dictadura en Argentina fue el nivel de organización y reflexión que vino con la transición hacia la democracia. En este sentido, hay que prestar atención a la forma en que la marea verde se organiza abriéndose a otros grupos y movimentos, y logra así la legalización del aborto hasta la semana 14. Todo esto con un Papa argentino, con toda la fuerza simbólica que eso significa. Es un triunfo impresionante. En México quedamos apantallados con eso. 

¿Cuál es la diferencia con México?

-Si la interrupción del embarazo es el indicador, el feminismo de Argentina es el que tiene más incidencia a nivel regional, aunque también están los ejemplos de Uruguay y Chile. Aquí, tenemos 32 estados en total pero el aborto solo está legalizado en Ciudad de México y en otros nueve. Este es un país más laico que Argentina, tuvimos una revolución socialista y tenemos clara la separación Estado-Iglesia desde el siglo XIX. Sin embargo, el movimiento feminista argentino se ha vuelto el horizonte de llegada de muchos otros grupos. Queremos lograr lo que lograron allá.

Una de las batallas que se abre es contra el avance de las derechas. ¿Qué pueden hacer los feminismos frente a esto? ¿Cómo se cuida lo ya conquistado?

-Creo que hay que tener un horizonte claro de a dónde queremos llegar. En su momento, funcionaron las metas del Ni Una Menos y del aborto para la articulación del movimiento, pero el tercer horizonte que se abre, al menos aquí en México, es el de la nueva concepción del cuidado. Esto es, el cuidado no solo como un servicio que se paga, sino como una forma de cambiar la sociedad, de tener cosas más colectivas y comunitarias y que el Estado social se haga cargo de que toda persona tenga el derecho de ser cuidada cuando lo necesita.

-Un cambio de concepto…

-Y en términos sociales: ¿Qué pasa con las personas que no tienen hijes, con los ancianes o con aquellas que tienen alguna discapacidad? Esto nos lleva a lo que la filósofa feminista Nancy Fraser llama las tres ‘R’: reconocimiento, representación y redistribución. Reconocer al que necesita ayuda, que tenga una voz en el concierto de la democracia y una economía distinta. No podemos seguir con los niveles de desigualdad brutal que tiene América Latina. Es una discusión que hay que dar, pero no es lo prioritario del feminismo jóven mexicano.

-¿Cuál es la prioridad?

-La violencia. Acá se viven secuestros y feminicidos de una manera mucho más aguda que en otros países, y eso encausó la discusión hacia ese lado. Las mujeres que ya tenemos mucha trayectoria evaluamos cuáles son las líneas de reflexión que hay que poner a circular para que se den cuenta que, si bien está muy bien luchar en contra de la violencia, hay que luchar a favor de algo. Ese “a favor de” es del sistema nacional de cuidados, porque eso va a implicar una revolución.

¿Abolicionismo o regulacionismo?

-En el libro también se desarrolla la prostitución como tema, ¿por qué es importante que se converse al respecto?

-Las mujeres están divididas (por una cuestión cultural) entre las ‘decentes’ y las ‘putas‘. La escritora Silvia Federici se ha preguntado por qué usar el propio cuerpo para conseguir un ingreso es visto como algo denigrante. Incluso, plantea que hay peores maneras de prostituirse, como trabajar para alguien que no respetas. Es una discusión que está rodeada de moralismo y que, a su vez, pone en el centro la libertad de la mujer para decidir sobre su propio cuerpo. De hecho, toda relación sexual la podemos clasificar en dos grandes campos.

-¿Cuáles son?

-Por un lado, el expresivo, es decir, te acuestas con alguien porque te erotiza; por el otro, las relaciones sexuales instrumentales, por ejemplo, tener relaciones a cambio de un viaje, de casarse, o de dinero. Toda relación que no incluye dinero pasa desapercibida, es el uso de este lo que causa gran discusión. Las mujeres sienten mucho rechazo frente a las trabajadoras sexuales. A nivel internacional hay una tendencia a la corriente abolicionista y existe una neoabolicionista que busca llegar al neoconservadurismo, esto es, regresar a una idea de las mujeres tranquilas, en su casa y sin salir a la calle. Como cualquier trabajo, el sexual debería estar regulado, con derechos laborales y en un marco seguro.

-Por último, la socióloga argentina Dora Barrancos plantea la “autoimpugnación” de los hombres y su intervención en la lucha porque es una batalla de toda la sociedad. ¿Qué opinión tiene?

-Lo comparto totalmente y, además, hay momentos y espaciosHay algunos que deben ser solo para mujeres porque si son mixtos, la cultura y el psiquismo opera para inhibir. Debe haber discusiones solo de mujeres, solo de hombres y mixtas. La historiadora Joan Scott plantea que, como sexo, somos diferentes, pero luego somos todos seres humanos: nacemos, nos enfermamos y nos morimos. No podemos renunciar al reclamo de igualdad, pero tampoco a la diferencia. 

“Dimensiones de la diferencia. Género y política” puede encontrarse gratis en PDF.

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