Marea Emocional es un espacio de formación en la escritura narrativa coordinado por María José Bovi. En los talleres individuales la propuesta es de construcción de obra discursiva. En los grupales, se trabaja con diversas propuestas de escritura, entre ellas: Narrar Los Cuerpos, Prohibido No Mirar, Narrar Mi Memoria. En este espacio, compartiremos producciones escriturales de autores/as que se encuentran trabajando en dicho espacio y que serán ilustrados por artistas plásticos nucleados en la Editorial Garambainas.
La producción literaria en el NOA —y desde él— crece de manera exponencial, año a año. Esta sección se presenta como un espacio de publicación editorial, literario y escritural para difundir estas voces que se encuentran en trabajo de escritura, lectura y edición.
La ilustración que acompaña este texto pertenece a Salvador Giraldez @artistasalva. Tiene 23 años y dibuja desde que tiene memoria, haciendo de esto una gran herramienta ya sea para plasmar sus ideas o para expresar sus sentimientos.
Norberta Clotilde
Álvaro Astudillo Mattalia
Instagram: @alvarette
Tucumán
Marea Emocional: taller de construcción de obra.
¡Qué asco! Este café tiene gusto a trapo de piso.
¡Mozo, mozo!
Antonio me dejó esta mañana, él me deja siempre los miércoles. Anoche nos peleamos por el control y después seguro será por otra cosa, porque va a volver, siempre vuelve, no puede vivir sin mí. Me necesita.
¡Mozo! ¡Este café es un asco!
Encima ahora flotan en la superficie los restos del huevo revuelto que me comí. No tenía ganas, pero me lo comí igual, porque enfermo que come no muere.
El mozo no viene. Necesito que se lleve este café lleno de huevos y me traiga uno nuevo. Caliente. En la otra mesa un chiquito está tomando un submarino junto a su adulto responsable. “Responsable”. Si algo me demostraron los años es que los adultos son de todo, menos responsables. El chiquito le cuenta la nueva rutina que aprendió en natación. Primero hace la plancha, flota un poco —dice que como los fideos en la sopa— después empieza el pataleo, es como un berrinche, y después vienen las brazadas, primero un brazo, después el otro. El chiquito me descubre, me saca la lengua y hunde su churro dentro del chocolate con leche como si fuera un verdadero submarino. Lo miro con desprecio y bajo la mirada, mi café frío con huevo sigue allí.
¡Mozo! ¿Y mi café?
El mozo pasa por mi lado con un plato lleno de medialunas y ni me mira. Las medialunas son para el adulto responsable. Pienso en Antonio. El control siempre lo tiene él. Miro mi bolsa de compras y repito la lista para no olvidarme.
Arroz largo fino.
Fideos moñito.
Fideos tirabuzón.
Azúcar.
Harina para los buñuelos.
Nuez moscada.
Canela.
Mermelada de ciruelas.
Manteca.
Té en hebras.
Café. Siempre café.
¡Mozo, mi café!
Se escucha la licuadora, los platos que se lavan, el abrir y cerrar de la puerta del freezer, y la cafetera. ¿Y mi café? ¿Y Antonio? Le mando un mensaje por WhatsApp. Espero. Espero mientras veo cómo una mosquita le vuela cerca al chiquito y este la espanta con las manos llenas de submarino.
Jabón Dove.
Jabón líquido para lavar los anteojos.
Shampoo y acondicionador 2 en 1.
Miro de nuevo el WhatsApp. El muy maldito no tiene visible la última conexión ni su estado en línea. Siempre fue medio misterioso Antonio. Cuando éramos novios, tenía que sacarle cosas con tirabuzón. Y siempre los primeros pasos los di yo. El primer mensaje. La invitación a la primera cita. El primer roce. La primera caricia. El primer beso. El primer ¿Qué somos? y todos los que vinieron después. La propuesta de casamiento. ¡Medio quedado Antonio!
El chiquito se chupa los dedos mientras el adulto responsable mira el celular y se acaricia la entrepierna. Busco en los registros de llamadas y lo llamo. Responde su contestador, con su voz de Gremlin: Hola, soy Tonio, al momento no puedo atenderte, dejá tu mensaje y te responderé a la brevedad. Corto.
¡Mozo! ¡Mi café!
Con los dedos raspo la superficie de la mesita en la que estoy sentada. Estoy nerviosa. Antonio no me responde. ¿Le habrá pasado algo? Nos peleamos muchas veces, pero siempre contestaba el teléfono. Espero que no lo hayan asaltado, las calles están más peligrosas desde que los de la izquierda tienen el poder.
El chiquito y el adulto responsable se van, los mozos y mozas se van, el cocinero y el bachero se van, el barista y la encargada se van. Me dejan sola. ¿A dónde se van? Se hace de noche y las luces del bar se apagan. Me dejan encerrada. Mi café negro, frio, lleno de huevo, y yo.
Las luces se encienden.
¿Cuánto tiempo pasó?
Llega el encargado del turno mañana, el barista, el cocinero, el bachero, los mozos y Antonio, no me ve. En el aire hay olor a medialunas recién horneadas. Lo llamo, no me escucha.
Me levanto, me acerco, lo agarro del brazo, así me va a escuchar. Primero no me atiende, después no me responde. Nada. Llora. Lo llamo. Las lágrimas devienen en llanto, saca un pañuelo, se suena la nariz. El mozo se acerca, le palmea la espalda. Falta tiempo. Es tiempo. Antonio llora. Toma un poco de aire y otra vez el llanto. El pañuelo está todo mojado, lo guarda en el bolsillo y sigue. Lágrimas sobre la mesa. Mocos en la ventana. Un Ay, por Dios, como duele ocasional y, de pronto, se detiene se seca los restos con el pañuelo que es un mar de saliva, mocos y lágrimas.
La cocinera desde adentro quiere hablar en voz baja. No le sale. Vieja de mierda, ojalá que con ella se mueran todas las viejas fachas de derecha. Chismosas.
Me acerco a Antonio y veo que tiene los ojos en compota mientras intenta leer un papel: acta de defunción de la Sra. Norberta Clotilde de Robertis.